No le falta épica al flamenco. En él encontramos personajes de leyenda y seres reales con temple de héroe, protagonistas de historias hondas, de orgullo, honor, lealtad, rebeldía, que, aún reducidas a su propio mundo, conectan con otras llegadas a nosotros por distintos medios de más masiva difusión. Como las protagonizadas por los indios del Oeste americano, o los samuráis, los guerreros japoneses, y su estricto sentido del deber. Sólo que el arma de nuestros héroes es esto que hemos dado en llamar flamenco. Esta es la historia de uno de ellos, la de Diego Bermúdez Calas, ‘El Tenazas’.
Nació en Morón de padres labradores acomodados, a quienes los reveses de la vida condujeron a la incomodidad. Sucedía esto siendo Diego apenas un adolescente, por lo que pronto tuvo que ponerse a trabajar, en el campo. Y mientras, cantaba. Y gustaba su cante, tanto que en él se fijaron unos señoritos, que terminaron por llevárselo de gira.
No contaron con que para Diego “el cante no era una industria”, que el dinero no le interesaba tanto como la pureza del arte. Un compromiso que fue creciendo en él a medida que transcurría su nueva situación laboral.
Un día, volvió a salir al escenario, cantó por seguiriyas y soleás… y el público, “ná”. Entonces salió un chiquillo cantando por fandanguillos y el público aplaudió a rabiar.
-Yo sí que lloré aquel día –confesaba, años después, el cantaor al periodista Joaquín García-Hidalgo en una entrevista para el Heraldo de Madrid (15/07/1928)-. Juré no cantar más pá nadie. Era una desgracia que el cante jondo, al serio se le tratase así. Para que no volvieran a despreciarlo me lo guardé.
Así lo hizo, dedicándose a trabajar en las huertas, los olivares, las pocilgas de Puente Genil. Pasaron cincuenta años. Hasta que un día de 1922 el viento puso entre sus manos un papel de periódico: “Gran concurso de cante jondo auténtico”. Sólo podemos imaginar lo que sintió Diego Bermúdez en ese momento, y le llevaría a ponerse en camino hacia el gran concurso.
Unos dicen que fue a pie, otros que el alcalde de Puente Genil hizo una colecta, con la que pudo pagarse un sencillo traje y el viaje en tren a Granada, donde tendría lugar la celebración del cante jondo auténtico.
Al igual que Diego, otros sentían lo mismo que él y organizando aquel concurso pretendían expresarlo. A la cabeza estaban Manuel Falla, el pintor Zuloaga, el guitarrista Andrés Segovia; al lado, Lorca, Rusiñol, Edgard Neville, Gómez de la Serna, entre otros nombres de la cultura de aquel momento. Presidía el jurado Don Antonio Chacón. Y se contaba con Manuel Torre, Niña de los Peines, Ramón Montoya o La Macarrona para certificar que aquel viento que había empujado a Diego Bermúdez soplaba también en ellos.
177 cantaores se habían apuntado. Con nervios, Diego, quien por temor a no ser aceptado en el concurso dijo tener 68 años en lugar de 72, pasó la primera criba. Delante tenía el cante que él siempre había respetado, el que señalaba el programa: seguirillas “sin adornos, de Silverio”, serranas, cañas, polos, soleares, martinetes, tonás, carceleras, livianas y saetas viejas.
Y llegó el día, 13 de junio de 1922.
-Tenía miedo, mucho miedo. Pero comenzó a sonar la guitarra y en cuanto sentí su aliento, me transformé de arriba abajo y empecé a cantar.
La Macarrona al oírle exclamó: “¿Qué sus creíais, pasmaos? ¡Este viejo es la ‘tensa’!”. El Tenazas se alzó con el primer premio (mil pesetas) en aquella primera jornada. Chacón, emocionado al oír la 31, la seguiriya de Silverio (luego se sabría que Diego había cantado con el legendario cantaor); Falla y Zuloaga “extasiados”.
Dibujo de Antonio López Sancho, de la noche en que cantó el Tenazas. |
Y llegó la segunda noche del concurso. “El viejo cantaor de Morón que vino desde Puente Genil volvió a lanzarnos sentenciosos cantares. Este viejo sigue siendo el profeta Elías del cante jondo, que ha venido del fondo de la vida con sus palabras graves y solemnes a convencer al género humano… Lo que el cante jondo tiene de cante llano se exalta en las salmodias de este viejo aturdido de sí mismo. Yo sostengo que es un patriarca de las catacumbas, algo más que un obispo que ha salido de los subterráneos de la fe para conmover al mundo”, contaba Gómez de la Serna, siempre fiable, sobre una noche que se le hundió en el alma al oír el cante de, “el gran viejo, dotado de una voz de ultratumba, el viejo Lázaro del cante jondo”.
Zuloaga se sentía como “si hubiera descubierto un Greco en una iglesia perdida” (Neville); Falla se lo llevaría a su casa y tocaría para él, acompañando su cante con el piano. “¡Quiere usted creer que sus manos convertían en cuerdas de guitarra las teclas del piano!”, recordaría años después el cantaor.
El triunfo en el concurso cambió su vida, se dedicó a cantar cante jondo auténtico y “ganar dinero. Figúrese. Antes, de sol a sol, cobraba tres pesetas; después por impresionar una placa fonográfica, por cantar tres minutos, me daban mil pesetas”, relataba a García-Hidalgo, seis años después de aquella su resurrección en Granada.
Recorrió España, formó parte del cuadro de Don Antonio Chacón, todo lo que ganó, como antes cuando ganaba menos, se lo daba a su mujer, “mi buena o mala estrella”. Estaba contento, Diego Bermúdez, el Tenazas.
-¿Qué proyectos tiene para el porvenir?
-Seguir triunfando, imponiendo el cante jondo de verdad, sin falsías.
-¿Quiénes fueron, a juicio de usted, en la antigüedad, los mejores cultivadores de su arte?
-De cantaores, Fillo, Silverio, ‘el mejor de las Españas’; la Andonda, mujer con voz de hombre; María Borrico, muy bien por todo; el Fósforo, el Mecle, Casito, Chato Jerez, Llorente… Todos esos cantaores de buena escuela, lo que se llama cantaores.
-¿Y Juan Breva?
-Ese ha sido el mejor malagueñero.
-¿Y de los actuales?
-De los de ahora, don Antonio Chacón y nada más, Chacón, Chacón y Chacón.
-¿Y de tocaores?
-De esos también hay cosa buena. Paco el de Jerez (a) el Barbero; Paco el de Lucena; el Lentejo; Luis Molina, y uno muy poco conocido llamado Paco el Bocacha, que con la guitarra es jamón serrano, como dicen ahora. En Granada, me tocó en el concurso (Ramón) Montoya, y en Madrid, Ángel de Baeza, los dos son tocaores de primera calidad, oro de ley.
Así terminaba la entrevista del periodista Joaquín García-Hidalgo a Diego Bermúdez el Tenazas, quien sólo pretendía le escucharan cuando puso rumbo, un junio de 1922, a Granada, a una cita con su deber en un concurso que hizo historia. En el que también puso la primera piedra de un porvenir venturoso un, por aquel entonces, chaval llamado Manolo Caracol. El destino les juntó, y reservó para cada uno de ellos una jonda y gloriosa galopada.
Manolo Caracol. |