"¿Conocéis, en
la vida moderna, compostura más grave que la del cantaor que, en el cuadro
flamenco, está esperando que le toque su turno?".
Para responder a la pregunta el poeta y escritor Luis Rosales evoca el recuerdo de "uno de
nuestros cantaores preferidos".
"Viste
siempre de negro, como vestía la nobleza española en tiempos de los Austrias.
Lleva camisa con chorreras y zapato de tacón alto. En su atuendo muestra
arcaísmo, señorío y un cierto dejo sacerdotal. Se mueve lento y parsimonioso y,
al moverse, deja ver sus asomos de camisa en los puños. No hay compostura como
la suya. Su gravedad es tal, que únicamente al sentarse advertimos que es
grueso. Tiene los ojos claros, impasibles, semientornados, y aunque lo llamen, 'Arsa,
Pericón', no mueve la cabeza, no gira el cuerpo: mueve los ojos solamente.
Parece un Buda. Canta hierático, quietísimo y garboso, como si no moviera un
sólo músculo de la cara. Aun en su mismo silencio hay sorna. Tiene algo ritual,
pero condescendiente, y mueve las manos de una manera tan precisa, que nos
encanta y casi nos alegra verle sacar el pañuelo. Cuando se sienta, se sienta
completamente bien, igual que el agua llena el vaso. 'Arsa, Pericón',
y entonces, al levantar el brazo para cantar, deja la mano quieta y alta como
si le doliera. Tiene un brillo perlado en la piel y el sudor no le moja la
cara. De cante en cante, pestañea. Este es su único movimiento.
Sí, es cierto, en el mundo actual no hay compostura como la suya".
(Algo más podría traerse aquí de este texto, "El cante y el destino andaluz", publicado en la revista Nueva Frontera, en 1979, y del que hemos venido tomando algunas partes. Tal vez una parte referente a la madre y su papel dentro de la cultura andaluza, donde, "la mujer tiene valores, no poderes, que dice Luis Rosales, personaje curioso por su manera de
entender el falangismo y/o el catolicismo, en las dos cosas estuvo, y no le empeoraron,
como a la mayoría que pertenecieron, ¡pertenecen, aún!, a ambas, digamos,
categorías).
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