"No existe ningún
tipo de manifestación cultural o artística que exprese con mayor rotundidad el
dolor, la pena, la amargura, la muerte…
como las coplas de los cantes mineros…" (Pedro Sanz).
La historia escrita certifica lo que se suponía:
que fue la emigración almeriense –también la granadina y en menor medida la
malagueña- la que, desde mediados del siglo XIX, sembró la semilla flamenca de
los cantes mineros en La
Unión. Los 'andaluces' fueron los
iniciadores y transmisores del flamenco y del flamenco minero, de los cantes y
toques 'atarantados'. El trajín de la emigración duró hasta bien entrado el
siglo XX. Para hacernos una idea de estas riadas migratorias, La Unión, entre 1860 y 1877, pasó de 8.000 a 22.000 habitantes.
Fue hacia 1840 cuando llegó la
fiebre de la minería a la sierra de Cartagena-La Unión. La labor minera comenzó
en los escoriales y terreras, desechos, de la época romana, donde se rebuscaba
el mineral. Con la llegada de los primeros emigrantes andaluces se cavan
pequeñas galerías llamadas ratoneras, en las que se buscan vetas de galena. Esta labor se
prolonga con la explotación intensiva de carbonatos de plomo, en 1846, y el descubrimiento de la mina Bilbao del
Barranco de Mendoza donde se encontró un importante filón de galena en 1848.
Desde entonces hasta la década de los sesenta del siglo XX se mantendría el trabajo minero en La Unión,
aunque con muchos altibajos.
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Mineros en La Unión, 1920 (Museo Minero). |
El apogeo minero de la Sierra de Cartagena-La
Unión propició un éxodo de población
minera almeriense hacia La
Unión. A este movimiento migratorio se sumará otro
procedente de los pueblos y comarcas vecinas de la región murciana. Como consecuencia, se produce un cierto abandono de las labores de origen de estos inmigrantes
(especialmente la agricultura), en su búsqueda de una mayor fuente de ingresos.
Con esta avalancha de
gentes, el paisaje de la zona quedó profundamente transformado con montañas de
desecho minero, fundiciones y caminos que van surgiendo en pos del desarrollo
minero.
Mina Cabeza Rajao, La Unión. |
El trasiego de los cantes y de las mutuas influencias entre la minería
almeriense y la murciana, entre uno y otro folklore, fue permanente durante casi un siglo (se tienen noticias de cantes de Almería desde 1820, concretamente de la
Sierra Alpujarreña de Gador, con
las primeras explotaciones mineras,
las más antiguas de España. Uno de los pocos datos en los que coinciden investigadores,
escritores,
historiadores, artistas). La historia escrita, es decir,
los periódicos de la época, dan cuenta de los primeros cantes de los mineros en La Unión, hacia 1841, en las
voces de los propios jornaleros mineros, y ya con los primeros Cafés
Cantantes de Cartagena (el de la
Plaza del Rey, del Sr. Carrasco, y el de la Plaza de la Merced), en la temprana
fecha de 1871.
A pesar de desconocerse quiénes fueron los
verdaderos fundadores de estos estilos mineros, los pocos
datos existentes señalan dos cantaores -todavía no existía la profesionalización-, José Martín el Cabogatero (1810-
†1880) y Frasquito Segura (1840-†1900 y pico), que cantaban por
tarantas y tarantos. El primero, fue arriero, pescador y barrenero de las
minas; el segundo, un marginal que vivía
de la mendicidad y de las limosnas que le daban por cantar, luego se integraría en
los Cafés Cantantes.
Comienza, entonces, a configurarse y darse forma a los cantes mineros. Hablamos de las tarantas, cartageneras, fandango minero, mineras,
murcianas y levanticas, sin olvidarnos, del vigoroso taranto, todos ellos derivados de los fandangos locales. Esta coincidencia
común parece estar, en que, originariamente, los cantes libres proceden de los fandangos que poco a poco se fueron
aflamencando. Debido a su origen,
estos estilos están dotados de una cualidad musical más melódica y dulzona que
el resto de cantes flamencos, aunque dependiendo del intérprete estos cantes
pueden alcanzar un mayor grado de flamenquización.
A finales del siglo
XIX y principios del siglo XX surgen los Cafés Cantantes, lugares donde los
estilos flamencos, en su versión de cantes libres, encuentran el lugar propicio
para su creación, desarrollo y expansión.
Coincide su génesis
con el apogeo de la actividad minera en torno al triángulo: Sierra de Gador (Almería), La Carolina (Jaén) y
Cartagena-La Unión, alimentado por continuas migraciones y salpicando los
caminos de ventorrillos, aguaduchos, cantinas o tenderetes abiertos día y
noche, cuando la autoridad lo permitía. Y si no, también. Eran lugares
donde la música popular clamaba y clamaba.
Culpables de este
trasiego de quejíos fueron los
arrieros, tratantes, 'valentones', tartaneros, verduleros, buscavidas... gentes
ambulantes que distraían al personal con sus trovos.
(Primera parte de la charla ofrecida en el Club Flamenco, de la Biblioteca Pública de Valladolid, el pasado viernes, por Pedro Sanz sobre los cantes mineros; y, por su interés, os traemos aquí. Continuará.)
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