lunes, 11 de febrero de 2013

Cantes Mineros (III). Consolidación.

Se escribieron caminando de rodillas
Entre chinarros y oscuras galerías
Se cantaron con costurones en la espalda.


La llegada de andaluces a las cuencas mineras murcianas fagocita en forma de flamenco todo tipo de letras y cantos populares autóctonos; surgen los cantes mineros, que se convertirán en crónica de las condiciones de vida y trabajo de los mineros, de sus sueños, deseos, realidades y pesares.




La forma de explotación minera en partidas -arrendar las minas por sus propietarios para ser explotadas por trabajadores autónomos, y cuando se descubría una veta el propietario se quedaba con la mayor parte- genera un sentimiento de individualidad en las labores de trabajo (La flamencóloga, Génesis García dice al respecto: “Para los mineros, habituales campesinos soleados del sureste, es traumática la experiencia vital de la oscuridad  del pozo. Por eso se lamentan de la oscuridad como ningún otro pueblo tradicionalmente minero. Toda la vida del minero del luminoso sureste está pendiente de esa oscuridad, de esa muerte potencial que, en gran parte, se apodera de su cante: 

El minero en su negrura,
siempre trabajando abajo,
corta piedra blanda y dura,
y con su mayor trabajo
va abriendo su sepultura. 

Un sentimiento individual propio del alma andaluza, del ser flamenco). 

Trabajadores de oficios complementarios al trabajo en las minas también contribuyen al afianzamiento y expansión del cante minero. Tratantes, comerciantes, arrieros y tartaneros llevan de un lugar a otro aquellas coplas y cantes. Al mismo tiempo, los establecimientos donde se reunían los mineros tras el trabajo -prostíbulos, cafés de cante- se convierten en lugares de creación y recreación del cante, en manifestación artística íntima y particular.
El argot lingüístico creado y asociado a los modos y costumbres de los trabajos mineros proporciona a la letra minera una particular forma de expresión típica y espontánea de la zona. Un lenguaje que incorpora los utensilios y herramientas de trabajo, las alusiones al paisaje minero y urbanístico, transformado éste constantemente según los periodos de esplendor económico. Aparecen, así, una serie de nombres propios, asociados a personajes y lugares, que se hacen populares y con ello, motivo de mención en las letras mineras: La Gabriela o El Rojo el Alpargatero, entre otros; barrios míticos como el de Herrerías; minas como el Cabezo Rajao; el partidario (referido a la persona que explota la mina en forma de partidas); el barrenero... El resultado final es un lenguaje y entonación característico de la cuenca minera de la sierra de Cartagena–La Unión.
Este sustrato musical y temático pudo complementarse con los cantes de madrugá, que los mineros entonaban en sus desplazamientos hacia el trabajo durante los cambios de turno, contribuyendo al modo expresivo metafórico que predomina y caracteriza la letra de la copla minera.

Calle Mayor, de La Unión, a finales del siglo XIX (Foto archivo Museo Minero).

El esplendor económico de la industria minera en la década de los setenta y ochenta del siglo XIX en las ciudades de Cartagena y La Unión trajo consigo la proliferación de cafés cantantes. Solo en la calle Mayor, de La Unión, en 1895, había más 16 centros de este tipo, Café Cantante del Estrecho, El Casino, la Taberna de Pepe El Flamenco, Café Cantante de El Rojo, Café de José Aguirre, Café Habanero, Café de la Villa, Ventorrillo de la Roja, Café del Mena, Café de Paco (Francisco Garrido), Café de José María, Teatro Circo...
Habría que matizar que no eran cafés cantantes al estilo del de Silverio o el Burrero, en Sevilla; eran más de consumo de bebidas que de asistir a ver espectáculos de flamenco. Pero los ríos de dinero y la afición al cante de los mineros atraerían a los profesionales, y los más inquietos, los más artistas, recogerían las fuentes de información local musical, recreando y engrandeciendo los cantes mineros. Sería el caso de Don Antonio Chacón, quien en 1913 graba una minera titulada «Soy del reino de Almería», denominada con el calificativo de «Minera de Pedro el Morato». Fue así como aquellos cantos de madrugá fueron poco a poco aflamencándose y el sustrato folklórico de las masas de inmigrantes, venidos de Andalucía o de las localidades vecinas, se fue sumando al proceso evolutivo de formación y desarrollo de los cantes mineros.

Antonio Grau, el Rojo el Alpargatero.

Nombre a destacar es el de Antonio Grau Mora «El Rojo elAlpargatero», considerado creador de los cantes mineros. Nacido en Callosa del Segura (Alicante, 1847) y en 1868 se desplaza a Málaga para realizar el servicio militar, ciudad donde conoció y asimiló el flamenco. Una vez cumplida la 'mili' retoma el trabajo familiar de alpargatero y la venta del producto le llevará por la cuenca minera de Cartagena y Almería.
Es en este período cuando inicia su formación como cantaor, dedicándose definitivamente a este menester a partir de 1880. Posteriormente se marcha a Málaga con su mujer, María del Mar Dauset, donde alterna y comparte cante con las primeras figuras de la época, llegando a ser un buen intérprete de malagueñas.
En 1885 se traslada a La Unión para regentar una posada, dándose a conocer como cantaor. A partir de aquí, todo lo que se sabe sobre cómo fueron concebidos los cantes mineros por parte del Rojo se convierte en una mera especulación de datos puesto que Antonio Grau no dejó documentos escritos ni grabaciones que certificasen las bases musicales y formales de su cante minero.

Don Antonio Chacón.

Alrededor de 1896, el Alpargatero contrata, para actuar en La Unión, a Don Antonio Chacón, quien ya había escuchado los cantes mineros en voz de Conchita la Peñaranda sobre 1886-1889, en Sevilla. A partir de la buena relación con El Rojo, Chacón asimila e interioriza las formas y contenidos de los cantes de la zona que grabará en los soportes de la época (discos de pizarra y cilindros) en diferentes etapas de su vida cantaora. Por primera vez, y gracias a Chacón, se nombran de forma correcta la cartagenera, las tarantas mineras, la taranta cartagenera; además, acuña el vocablo de minera para el cante que hoy conocemos como tal.
Con la desaparición de El Rojo el Alpargatero en 1907 y de  D. Antonio Chacón en 1929, y el auge del fandango en la etapa de la Ópera flamenca, más la decadencia de la minería que comenzó en la cuenca de Cartagena a partir de 1910, los cantes mineros caen, progresivamente, en el olvido y el desuso de los repertorios de concierto, llegando a convertirse en completos desconocidos del público.

(Continuará).

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