Yo quisiera hacer un viaje,
Rápidamente, de un vuelo,
Como las aves del cielo,
Rápidamente, de un vuelo,
Como las aves del cielo,
Sin billete ni equipaje.
Como guiado por estos versos del poeta catalán, Joaquín Bartrina, así se lanzó a vagamundear Don Ciro Bayo por tierras españolas, allá por la primera década del siglo XX. Dos libros escribió de sus viajes: Peregrino entretenido (1910) y Lazarillo español (1911).
Y en este último -descubierto gracias a la recomendación de Miguel- nos quedamos, pues su vagamundeo le llevará a tierras de Andalucía y a encontrarse con el "cante de sentimientos", de gitanos y gachés, que es lo que traemos aquí.
Partiendo desde Madrid con el propósito de llegar a Barcelona bajará por Extremadura, llega a Andalucía, gira hacia Murcia y sube por el Levante hasta llegar a su destino. A pie, con escaso dinero y cuando este se acabó hubo de procurárselo de distintas maneras, con ingenio, al albur de la suerte, el trabajo y la buena gente.
Camino de Córdoba es
invitado a subir a un carro; en un momento de la conversación con el carrero la nostalgia por su "tierruca" se apodera de este y canta esta seguidilla:
Camino de Tendilla
Va una tendera,
Ella va pa Tendilla
Y yo a tendella
Va una tendera,
Ella va pa Tendilla
Y yo a tendella
Tras recorrer Córdoba capital
-“entendí que hermanaban muy bien el arte y la naturaleza”- busca lugar donde pasar la
noche, encontrando un viejo molino al lado del puente. Y por una mujer se entera de que allí se va a
celebrar la fiesta de una boda gitana. “Nadie me molestó, ni siquiera el ruido
de la zambra gitana. Tengo, sí, una vaga idea de haber oído sonidos de
panderetas, de guitarras y de voces; pero como el murmullo del río apagaba
todos los ecos, pasé la noche a placer”.
Al levantarse encuentra a los
gitanos, “unos durmiendo la borrachera” y “otros hablando alto y pasándose la
botella”, mientras esperan la noticia de lo
que los novios “jisieron en esta noche”.
Al rato por “un ventanuco” asoma “una camisa de mujer, la de la desposada, con las pruebas de
virginidad de la doncellez perdida. Los gitanos de afuera prorrumpieron en olés
y palmadas”, y al rato salió el novio, quien “de cara a la ventana, cantó con mucho
sentimiento, señalando la prenda nupcial:
En un prado verde
tendí mi pañuelo;
¡cómo salieron, madre, tres rositas
como tres luceros!
tendí mi pañuelo;
¡cómo salieron, madre, tres rositas
como tres luceros!
(Famosa alboreá recogida por Antonio
Machado y Alvárez, Demófilo, en su Colección de cantes flamencos, y que han cantado Rafael Romero el Gallina, Joselero de Morón o Pericón
de Cádiz, entre otros).
Antes de entrar en Sevilla
trabaja unos días recogiendo y apilando aceitunas, cerca de Peñaflor. “Los jornaleros
después de cenar armaron un baile al son de las guitarras. Como la alegría es
contagiosa, yo jaleé un tantico a los bailadores, y aún faltó poco para que
saliera por peteneras".
Recorre en profundidad Sevilla -“aquí no se sueña;
se vive, se siente todo el pathos meridional”-, la parte elegante y la parte que quiere ocultar esta "cosmópolis moderna", allí donde reina la pobreza más extrema.
Su siguiente meta es Granada: “Quien no ha visto la
Mezquita de Córdoba, la Giralda de Sevilla y la alambra de Granada es
medio español”, escribe Bayo, maestro y precursor de los
libros de viaje, ya fuera contando su experiencia
juvenil en la tercera guerra carlista o su recorrido por América del Sur (pionero en novelar la conquista de América, antes que el Tirano Banderas, de Valle-Inclán -Bayo es el Peregrino Gay de Luces de
bohemia-, o Sender, Uslar Pietro, Abel Posse...).
“Muy satisfecho de Granada y
de los granadinos hice rumbo a Almería”, prosigue contando el vagamundo. Un encuentro con un paisano, camino de Guadix, le llevará a pasar una noche en las
cuevas de Purullena, donde tras dormir “el primer sueño, oí los ruidos de la
fiesta que armaban mis vecinos –gitanos y gachés-: guitarreo, palmadas, olés y
cante jondo. A unos cantaores les daba por los cantes de sentimiento, a otros
por los gachonales. En una de las veces rasgó el aire una voz de tenor que
cantaba:
Si no me vengo en vida,
me vengaré en muerte;
¡cómo andaré todas las
sepulturas
hasta que te encuentre!
Hasta aquí los encuentros flamencos de Don Ciro Bayo, escritor bohemio y peregrino, de quien recomendamos su lectura, pues como dijera Bernardo G.
de Candamo, crítico contemporáneo suyo que, “escribe sin pretender hacer
literatura, en el sentido un tanto artificioso que le hemos ido dando
modernamente a la palabra. Escribe para hacerse entender y sus libros tienen
mucho que entender, porque hay en ellos algo que no es vulgar ni corriente en
los libros de este tiempo, y ese algo es nada menos que la vida”.
Y para el viaje de la vida, Don Ciro tenía presente la frase de Cicerón: "En ninguna cosa se parecen más los hombres a los dioses, que en hacer bien a sus semejantes”.
Y para el viaje de la vida, Don Ciro tenía presente la frase de Cicerón: "En ninguna cosa se parecen más los hombres a los dioses, que en hacer bien a sus semejantes”.
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