Y la Bienal de Sevilla va transcurriendo. Desde la lejanía geográfica seguimos sus aconteceres vía redes sociales y medios informativos, comprobando que se ha calmado el alboroto de los primeros días que tuvo dos momentos, dos nombres que sacaron a la luz la eterna división de la afición flamenca, y de sus artistas y creadores sobre qué es (el) flamenco.
Se puso de manifiesto con la misma gala inaugural, que tenía a Enrique Morente como objeto de homenaje. El maestro no fue atacado, sigue habiendo peros sobre algunas cosas de su hacer, mas la intensidad del debate es de muy baja intensidad, aceptación con pros y contras. No suscita debates pasionales; pero algo molestó furibundamente a una parte de la crítica y adláteres en esta gala: el montaje escénico. El que venía firmado por José Luis Navarro, Pedro G. Romero y José Manuel Gamboa, tres renovadores, por simplificar el papel con que se señala dentro del flamenco a estos tres escritores, investigadores, estudiosos, productores, creadores, artistas también. Se les apuntó, nunca mejor dicho, como culpables de todos los males de la gala. Unos disparos que parecen delatar envidia, resentimiento, odios larvados que afloran cuando la ocasión es propicia.
Y que se explican en las alabanzas, hasta el infinito y más allá, sobre el espectáculo que presentó Farruquito. Ahí está el flamenco, decían, ahí debe seguir, querían decir. De acuerdo en lo primero; en lo segundo, no debería estar de acuerdo ni el propio Farruquito, de cuyo arte nunca nos cansamos y queremos seguir viendo cómo profundiza en él y los retos que de ello se deriven, no que sea un Israel Galván, bailaor hacia el que esa crítica-afición-artistas mantiene la misma actitud que con Morente de aceptación, como se pudo ver tras su actuación en la Bienal (ahora mismo Galván es el principal, por no decir el único, exponente de que el flamenco se presente en otros espacios, ante otros públicos distintos a los habituales que la escena internacional tiene reservado a nuestro arte).
Otro punto de fricción fue el concierto de Rocío Márquez, sin tanta visceralidad como el de la gala, pero en el que volvía a ponerse de manifiesto una idea de cómo tiene que ser el flamenco, del eterno debate de si un cantaor o cantaora puede ejercer de cantante. Uno se acuerda de lo que dijo Manolo Caracol al respecto: "Todo es cante".
La crítica-¿cómo llamar a este sector? ¿reaccionario, inmovilista, 'cerrao'...?, ya que nada interesante aporta- se ha ido calmando con los siguientes espectáculos de la Bienal al transcurrir estos por terrenos reconocibles, luego que les guste más un@s u otr@s artistas. Decía Don Ciro Bayo sobre la Sevilla que en su peregrinar visitara allá por 1910: "Aquí no se sueña; se vive" (Lazarillo español; Ediciones Cátedra, 1996). Y la vida, la vida es un contratiempo.
(Aún queda mucho por ver en la Bienal).
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