Primero agua... fuego a
continuación... a continuación gitanos en marcha. Es la película Latcho drom
(1993), algo así como “Buen viaje”, de Toni Gatlif que vimos en la BibliotecaPública de Valladolid, el 23 de diciembre, con las indias llevando cántaros,
con los asnos, por el desierto, vacas, cabras, gansos, caballos y también
perros y los carros y tartanas.
En la India le dan a la
fragua en mitad del arenal, camino de Egipto. Van marcando el tiempo, casi se
diría que los gitanos hubieran creado el tiempo y fueran sus dueños: “protégete
del mal de ojo con un amuleto”. En la nada del desierto, un árbol sirve de
límite y el tiempo vital vuelve a brotar con la música, danza y canto. Gallos,
cabellos untados, pulseras, pañuelos, abalorios
y trenzas.
Desde Rajasthán a
Badajoz, de la fiesta al lamento de La Caíta pasando por la oración alrededor
del árbol del desierto y Turquía, Rumanía, Hungría (Transilvania toda),
Eslovaquia, Alemania (un triste canto en Auschwitz-Polonia,), donde se vuelven
arborícolas por momentos: “Dios nos ha condenado a ser errantes, venimos de muy
lejos, de desdicha en desdicha, huimos de la miseria y el odio, vamos hacia
Alemania y más que nunca se nos trata como perros” y es que el suelo está
helado. Francia, con caballos y en roulottes, se dedican a la cestería y a sus
cosas y, por fin, España, Badajoz, donde
les tapian las puertas...
Vino el gitaneo a
Europa desde los Balcanes, su casa definitiva. Trajeron y dispersaron su cultura
musical de cuerda y percusión, una cultura del cuerpo, el baile. “Oh mis
noches, oh mis ojos, el fuego que quema en mí, vuelve mi alma loca”. En
ocasiones, parece una procesión que siguiera una estrella. Dejan señales,
acampan. Llega la guitarra.
Según avanza la
película documental mi intuición me dice que, sobre todo en Rumanía y Hungría, es
dónde estos nómadas bohemios se hacen verdaderamente a sí mismos: violines,
acordeones, flautas, percusiones, en una cabalgada frenética que hemos
escuchado en las películas de Kusturica y en la música judía klezmer. “Hoja
verde, un millar de hojas, aquí el tiempo de vivir volvió de nuevo, vivir en
libertad, hojas verdes, flores silvestres, allí en Timisoara”, le canta el
viejo con el violín al niño en uno de los cantes más hermosos de todo el
documental..
Por Europa se desplazan
en ferrocarril y furgonetas. “La fortuna se va y la fortuna vuelve de nuevo
también”, canta la niña. Se ven las aves por el cielo en sus migraciones y los
raíles del tren, un traqueteo que les acompaña. Es una experiencia visual la
película con una narración difuminada entre los tracatrunes, los parampampam,
el trote y el galope gitano.
El sabor final, muy
potente, lo pone La Caíta en Badajoz desde el altiplano que domina la ciudad
con las mujeres: “algunas noches, algunas noches, aaaayy, me muerooo de
envidia, ay viendo como acaricias a tu perro”. Antes, el hipnotismo de las
palmas y de los zapatos, después, y siempre, el tirintintrán, el fuego de la hoguera
y el viento.
(La Tertulia Flamenca despidió el 2016 con cine, con la proyección de esta película impresionada en las palabras del amigo Paco para este blog que es el suyo. Y llega justo a tiempo para recibir el 2017. Buen viaje para tod@s).
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