-Al
contrario, me dijeron que los artistas no deberíamos tener hijos. Me dijo Rodolfo,
que en paz descanse (ser vecino de Rodolfo, y Puri, durante treinta años ha creado una intimidad entre nosotros, que lleva a compartir momentos muy personales de la vida del otro; el de la muerte de su hijo fue uno de ellos). Eso me lo dijo ahí, sentado en esa silla. Toma
(me pasa un caramelo).
-¿Más
o menos cuando te viniste a Valladolid, después de salir de la Compañía de Antonio el Bailarín?
-Siempre
he estado aquí (se refiere a la casa donde vive), desde el (19)35 que llegué, salvo cuando estaba de gira…
-Tu
hermano Publio se marchó de Valladolid una temporada, también.
-No,
estuvo aquí, y mi hermano mayor hasta que se ahogó en el Pisuerga. Qué desgracia más
grande. Y mi tía y su amiga que no sabían nadar… nada. Le sacaron del agua con
las gafas en la mano… Pero yo creo que eso fue porque le dio un infarto. De la
impresión, de la responsabilidad de llevar a mi tía y a su amiga, en la barca. Mira
la que he armado o… Me parece a mí que pasó, porque él sabía nadar de puta
madre. Y ellas no… El remo chocó con un
tronco, de esos que hay en las orillas, y dio la vuelta a la barca. Eso pasó…
Me haces recordar, la hostia… Cuando fui a abrir la puerta (de casa) y veo a
dos policías, en la puerta, que venían a dar la noticia. El grito que dio mi
madre… Yo me pegaba golpes con la cabeza, ahí, en la pared. Fue… eso sí que es
imborrable.
(Le pregunto ciertos detalles sobre ‘El sombrero de tres picos’, la obra cumbre de Antonio el Bailarín como coreógrafo. Dicen los expertos, que su versión aún no ha sido superada, ni por el propio Antonio cuando volvió a montar el ballet años después de dirigirla por primera vez en 1959. En ella, como se ha dicho, el bailarín vallisoletano interpretaba el papel de El Corregidor. Esta obra marcará el punto álgido de la trayectoria de Rodolfo Otero en la Compañía).
-A dios gracias, he disfrutado muchísimo con todo lo que hacía, porque ponía toda mi alma. Y ya te he dicho, a raíz del “Sombrero tres picos” me llegaron a comparar con el mejor bailarín de carácter de todo el mundo, Stanislaf Zokovski, del Bolshoi Ballet (escribo el nombre del bailarín como lo pronuncia). Yo no lo he conocido a él, pero le conocía por saberlo de la cultura ballética.
Lo que sé es que nos invitaban a la maestra de baile, Madame Ivanova, y a mí, a todos los lados. Se morían todos de envidia (risas), los de la Compañía. Madame Ivanova era la hostia de buena, era una mujer espléndida, de tamaño y de todo.
(Entra Blackie, la perra, para alegrarnos, distraernos; viene del veterinario; Puri da el parte del estado de Blackie; morirá un año después de estas sesiones de grabación).
-¿Qué estabas diciendo que me he ido a los Urales?
-Estábamos en que os invitaban a todos los lados…
-Lo presentamos en todos los mejores teatros del mundo.
-En Sudáfrica, también.
-Sí, en Cape Town, y en Johannesburg. Y allí fue cuando (señala la grabadora).
-¿No se puede contar?
-No debo (paro la grabadora; lo que no debe contar tiene que ver con la Duquesa de Alba y el bailarín, de la intimidad que hubo entre ambos, y que ha dado pie a rumores reales o ficticios y demandas por parte de la Casa de Alba para quienes los difundían).
-Supongo que se lo diría la señora.
-A ver, no se lo va inventar él. Se volvió loco y tuvimos que volver para España. Teníamos que haber ido a otras ciudades, Pretoria… es precioso aquello ¿eh? Yo tuve una novia en Johannesburg.
-¿Cuánto tiempo estuvisteis?
-¿Para qué? ¿Para tener novia? (me río) Qué maricón eres.
-(risas) Qué rápido eres.
-Eso no es por tiempo. Y viajó hasta España, desde allí, ella. Venía con nosotros al ballet. Era multimillonaria, además ¡eh! ¿Qué tal? El bailarín de mierda este… (risas). De mierda, nada. Pero bueno…
-Algo tendría el bailarín ese.
-Hombre, ya ves. Algo, algo. Algo. Me invitaron los padres a su casa de Johannesburg. Eran de procedencia judeo-alemana.
-¿Y lo de los negros, allí, en esa época?
-¿El apartheid? Lo he vivido, y lo he visto, y me he encabronado y he sufrido lo mío. He visto la paliza más acojonante que se le puede dar a un ser humano. La policía al negro, para meterle en el furgón; era como siete tigres el negro intentando defenderse, y los otros, con las porras, venga a dar. Joder. Eso es MIERDA DE HUMANIDAD DE LOS COJONES.
Lo pasaban muy mal. No les dejaban entrar en ningún lado, ni viajar con ellos, con los blancos, ni nada. Como el sistema era así, les tenían a muchos de criados. Y como no se fiaban, los blancos, de ellos, hasta la madre de mi novia -en su casa donde había cocineras, criadas-, llevaba una pistolita en la cintura ¿Qué te parece guapín? (pasan unos segundos, sin decirnos nada).
-A lo mejor era por ti, la pistola.
-Nooo, ya, la pistola la tenía yo puesta en mi sitio. Esta.
-(risas) Ya sé a qué te refieres, no hace falta que señales.
-La pistola. Gracias a la pistola (pone voz a lo Dalí) he convi-vi-do en alter-nancias supe-riores. Gilipollas, soy gilipollas. Con mucho gusto, me da mucho gusto por lo menos.
-Spanish latin lover.
-Nada de latin lover. El Marqués de Pichapelada…. (risas).
-Siendo marqués, por eso alternabas con la alta sociedad.
-Sí, es verdad. Siempre. Ya te conté lo de mi novia francesa… me parece mentira, pero es que es verdad.
-Es lo que tiene estar en el Olimpo, en las alturas.
-Y así y todo me hinchaba los huevos a bailar, como un bestia. Ahí está el tema. La sastra me tenía que meter en un horno los trajes de una función a otra, para que se secasen, nada más te digo eso, de lo empapados que estaban. Chorreando de sudor.
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