viernes, 28 de julio de 2017

'Rodolfo Otero: Amor por la danza', en versión original (7 de julio del 2016 - y III)

Ballet de Antonio (Rodolfo, segundo por la derecha).

-Y muchos viajes.
-Joder. No salía de España, con el cabrón de Franco, nadie más que el ballet de Antonio, y otro, nadie más. Solo nosotros. Íbamos a todos lados. A la Scala de Milán, a la Ópera de Viena, al Royal de la Monnaie, de Bruselas (Bélgica), a Inglaterra al Stoll  Theatre (pronuncia en inglés). Cosas así.
-Y empiezas a subir en el escalafón.
-Sí, señor, sí señor. Subo, precisamente, por el trabajo, por las cualidades que tenía, que eran, además de bailar, dar carácter a lo que bailaba. Yo era un bailarín de carácter, que me compararon con el mejor bailarín del mundo, Stanislas Zokoski, ruso, primer bailarín del Bolshoi Ballet, haciendo El sombrero de tres picos. Fue en los festivales internacionales de danza de Bruselas. Mil novecientos cincuenta y ocho.
-Explícame esto del bailarín de carácter.
-El bailarín de carácter es uno que imprime, pues eso, un carácter de lo que está haciendo. Si sales de zapatero tienes que hacer de zapatero, de coser, de todo: bailando. Ahí tienes en Las zapatillas rojas al que baila y hace de zapatero. Era dar carácter al personaje que estás interpretando. Joder, a que te doy una hostia, Benito, que me haces revolverme las tripas (ríe) ¡joder! Tantos recuerdos, tantas cosas, tanto esfuerzo, tanta maravilla. Me tenían que poner a mí la ropa en un horno para secarla para ir de una función a otra, porque estaba tan empapada… bailar con la profesión metida hasta los talones, hasta los huesos.
-Y en baile gitano en esos años, ¿quién te gustaba?
-Pues estaba este, que era el que mejor bailaba de toda España, ¿sabes quién, no?
-¿Farruco?
-Antes que Farruco. Farruco bailaba de puta madre, el padre, claro, pero es que bailaba porque los demás empezaron a emplear la mecánica, el exhibicionismo, el equilibrismo… el circo… y Farruco era así (golpea la mesa con la palma abierta) y se ponía ahí y era… era lo que era.
-¿Y ese bailaor que dices?
-Ah, no sé, ahora. Pierdo el compás. Me he quedado en un bache cojonudo.
(Pone la tele. La apaga).
-¿Duro el baile?
-No tienes ni idea. Y como tuvieras tendrías que bailar. Pues fíjate el circo, el circo es todavía más. El circo es horrible. La disciplina que tiene esa gente para trabajar. En lo nuestro también, pero ellos todavía más, para mí. Los admiro.


Luego, viendo bailar por el mundo a genios de la danza como Jean Babilée, que era un monstruo el hijo puta, cómo bailaba, cómo interpretaba. Y ese ya había roto la mecánica de la escuela clásica, había empezado a bailar el baile contemporáneo. Y todos esos los tengo en el estudio, con dedicatorias para mí. Y Antonio (el Bailarín), al único en su vida que ha puesto una dedicatoria en una fotografía: A Rodolfo Otero, con admiración. ¿Antonio admirándome a mí? Por el baile. Allí la tengo en el estudio, guapín. Eso no lo tiene nadie, te lo juro. Nadie, más que yo. Y esto que me da por culo hablar de todo esto… parece que, yo qué sé… una egolatría de los cojones, pues no, una realidad.
Y luego, claro, de admirar a bailarines y a bailarinas, pues imagínate. Yo admiraba a los artistas, a los que bailaban clásico, contemporáneo, flamenco, sin distinguir. Lo mismo que  si aceptas a los negros, a los chinos, a los otros, pues es igual, forman parte de la humanidad.
-¿Antonio dejaba libertad al bailarín?
-Había una coreografía y luego estaba la libre interpretación dentro de la coreografía de cada individuo. El corregidor yo era en El Sombrero de tres picos, un ballet de Manuel de Falla como El amor brujo, y a ese es el que tengo dedicada: “Al gran corregidor Rodolfo Otero con admiración de su jefe”. Y el corregidor era un hijo puta, un lascivo, veía una chavala guapa y joven y se le caía la baba, ahora también, pero bueno (risas). Sí señor.

Con Rosita Segovia en El sombrero de tres picos.

El ambiente era muy rico. Y compañeros muy buenos. Viajábamos, por ejemplo y en el tren me enseñaba a colocar las manos la que mejor tocaba las castañuelas, los palillos, Victoria Eugenia, Beti; ese era el ambiente.
-¿En qué piensa uno cuando baila?
-No piensas, es abstracto. Te conviertes en una cosa… ni etérea, ni nada… no eres nadie, eres abstracto. Eres el personaje. Es impresionante. Es una duplicidad, triplicidad de la personalidad, la tuya no existe, te la ha cogido el personaje. Eso es lo bonito.
-Y ¿a Vicente Escudero cómo le conoces?
-¿Cómo le conozco? Joder. Vicente Escudero es que era un cachondo. Le veía por la Gran Vía, por ejemplo. Don Vicente, ¿qué tal?: “¿Qué tal paisano?”, siempre lo de paisano. Tenía mala leche, porque en Nueva York, que nos encontramos, “pero paisano, ¿todavía sigues con ese maricón que da saltos como una cabra?”, por Antonio (risas). O, “toca Rodolfo, mira” (golpea sus muslos), pero maestro,dos horas todos los días”. Con 81 tacos. Sí señor, ese era Don Vicente. Eso fue en la Gran Vía, ¡en plena calle, el cabrón! Y además, viéndole trabajar en el Teatro Marquina (aquí se confunde Rodolfo, no es a Escudero a quien se refiere a continuación sino que a quien fueron a ver fue a Carmen Amaya, como volverá a contar más adelante).
Y fui con Antonio, y con la secretaria y  la primera bailarina, Rosita Segovia y yo le dije a Antonio, fíjate las pelotas que tenía. Hay que tener cojones, eh? Yo con usted no salgo solo… ¿qué?... para que no dijeran que yo era el maricón de él.
-¿Antonio era homosexual?
-(Se enfada) !/GRFX/¡ Pues claro que sí.
-¿Y a ti por qué te importaba eso?
-¿Tú eres bobo? Tú estás viviendo en este siglo, ¿tú sabes lo que era entonces? Buah. Anteponían eso a lo que fueras y a lo que valieses. Ah, pero eres maricón. Ya está, se jodió. Borrado todo lo que valieses o no valieses. Tenía que tener un cuidado terrible. Por eso, yo con usted solo, yo no voy. Para eso hay que tener pelotas. Ahora, ya ves tú, si eres maricón como si eres bombero. Más o menos.
-¿Cuántos años estuviste con Antonio?
-Ocho años estuve. A dios gracias estuve ocho años, porque pude pisar los mejores teatros del mundo; el ambiente más acojonante que te puedas imaginar, dentro de la danza. Había una tournée y a lo mejor un ciclo de ballet, clásico, contemporáneo, y ese mundo era fabuloso.
-¿Qué diferencias podía haber entre el público español y el extranjero?
-El mejor público que había que le gustase el flamenco, el inglés. Los ingleses, amigo mío. Se entusiasmaban, y adoraban el baile. Y entendían de baile. Y no sólo, del cante, también. Tiene vergüenza la cosa, que se hacían por allí las grabaciones que en España ni se hacía caso, y donde grababan y ganaban dinero los flamencos era en Inglaterra y en Francia. Antonio Mairena, grabó allí… él estuvo ocho años también. Era compañero mío. Coincidí con muchos cantaores. El cantaor que tenía Antonio para los bailes era Antonio Mairena.
-Bueno, podemos dejarlo aquí por hoy.
-¿Te ha gustado algo?
-Todo.
-Es que es la hostia eso.
-¿Y volvías a Valladolid entre las giras?
-Yo podía venir a Valladolid en Semana Santa. Si estaba en España, porque entonces los teatros cerraban.
-¿Sabías como estaba el ambiente por aquí?
-¿El ambiente de aquí? (Levanta la voz) Te voy a contar el ambiente de Valladolid. Después de estar en EEUU, en Washington, me compré allí un jersey naranja. Vengo aquí y voy con mi hermano por la calle Santiago, al lado de la Plaza Zorrilla, y unos graciosos me llaman maricón y me tiré a por ellos… “¡hombre, déjales!”: Mi hermano. En la calle José Mª Lacort, lo mismo, con otros, “pero joder, no te metas con ellos, déjales que digan”. ¿Te ha gustado el ambiente?
-Una vez me contaste algo sobre el boxeo, que lo fuiste o querías ser.
-Que si he querido ser boxeador (tono chulo), si he sido campeón de boxeo de Castilla, guapo, del peso Mosca y del peso Gallo, mira, los cojones.
-Eso ¿cuándo? ¿antes de ir con Antonio?
-Sí, sí, sí. Y trabajaba, me iba al gimnasio a entrenar, bailaba, me corría ocho kilómetros, iba hasta Santovenia y volvía. Cosas de esas. Sí, sí.
-¿Todo a la vez?
-A la vez que bailaba y vendía telas. Eso de que no tengo tiempo para nada, cuando me dicen eso yo me descojono de risa. Tienes tiempo para todo, cabrón, solo que no quieres. Es que… vete a tomar por culo (me río). Los cuentos de que no puedo y no puedo. ¿Qué estás haciendo con el tabaco?
-(Lío) Un cigarrito.
-Qué jodío cómo lo hace. Con papel especial, drogado, con coca (risas) ¿se lleva eso no?
-No sé, puede que alguien se meta unas rayas y para aprovechar lo que queda pase el cigarrillo.
-Ah. Yo lo que sé es que a veces me mandaba mi padre, que en paz descanse, a comprar tabaco rubio donde Lucio, un camarero que había en el Royalty, que estaba en la calle Claudio Moyano esquina calle Santiago, era el café más elegante que había en Valladolid. Tenía un pequeño escenario donde tocaban músicos y la calle se paraba para escuchar, era la cultura musical que había aquí. Y en el café del Teatro Zorrilla, ponían una plataforma y tocaban músicos, y atracciones también. Y en la calle Duque de la Victoria había otro café, grande, de categoría, como se decía  antes, de categoría.



(Fin primer día. Capítulos anteriores: 1-2)

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