-Joder. No salía de España, con
el cabrón de Franco, nadie más que el ballet de Antonio, y otro, nadie más.
Solo nosotros. Íbamos a todos lados. A la Scala de Milán, a la Ópera de Viena,
al Royal de la Monnaie, de Bruselas (Bélgica), a Inglaterra al Stoll Theatre (pronuncia
en inglés). Cosas así.
-Y empiezas a subir en el
escalafón.
-Sí, señor, sí señor. Subo,
precisamente, por el trabajo, por las cualidades que tenía, que eran, además de
bailar, dar carácter a lo que bailaba. Yo era un bailarín de carácter, que me
compararon con el mejor bailarín del mundo, Stanislas Zokoski, ruso, primer
bailarín del Bolshoi Ballet, haciendo El sombrero de tres picos. Fue en los
festivales internacionales de danza de Bruselas. Mil novecientos cincuenta y
ocho.
-Explícame esto del bailarín de
carácter.
-El bailarín de carácter es uno
que imprime, pues eso, un carácter de lo que está haciendo. Si sales de
zapatero tienes que hacer de zapatero, de coser, de todo: bailando. Ahí tienes
en Las zapatillas rojas al que baila
y hace de zapatero. Era dar carácter al personaje que estás interpretando. Joder, a que te doy una hostia, Benito,
que me haces revolverme las tripas (ríe) ¡joder! Tantos recuerdos, tantas cosas, tanto esfuerzo, tanta maravilla.
Me tenían que poner a mí la ropa en un horno para secarla para ir de una
función a otra, porque estaba tan empapada… bailar con la profesión metida
hasta los talones, hasta los huesos.
-Y en baile gitano en esos años,
¿quién te gustaba?
-Pues estaba este, que era el que
mejor bailaba de toda España, ¿sabes quién, no?
-¿Farruco?
-Antes que Farruco. Farruco bailaba
de puta madre, el padre, claro, pero es que bailaba porque los demás empezaron
a emplear la mecánica, el exhibicionismo, el equilibrismo… el circo… y Farruco
era así (golpea la mesa con la palma abierta) y se ponía ahí y era… era lo que era.
-¿Y ese bailaor que dices?
-Ah, no sé, ahora. Pierdo el
compás. Me he quedado en un bache cojonudo.
(Pone la tele. La apaga).
-¿Duro el baile?
-No tienes ni idea. Y como
tuvieras tendrías que bailar. Pues fíjate el circo, el circo es todavía más. El circo es horrible. La disciplina que
tiene esa gente para trabajar. En lo nuestro también, pero ellos todavía más,
para mí. Los admiro.
Luego, viendo bailar por el mundo
a genios de la danza como Jean Babilée, que era un monstruo el hijo puta, cómo
bailaba, cómo interpretaba. Y ese ya había roto la mecánica de la escuela
clásica, había empezado a bailar el baile contemporáneo. Y todos esos los tengo
en el estudio, con dedicatorias para mí. Y Antonio (el Bailarín), al único en su vida que ha
puesto una dedicatoria en una fotografía: A Rodolfo Otero, con admiración. ¿Antonio admirándome a mí? Por el baile. Allí la tengo
en el estudio, guapín. Eso no lo tiene nadie, te lo juro. Nadie, más que yo. Y esto que me da por culo hablar
de todo esto… parece que, yo qué sé… una egolatría de los cojones, pues no, una
realidad.
Y luego, claro, de admirar a
bailarines y a bailarinas, pues imagínate. Yo admiraba a los artistas, a los
que bailaban clásico, contemporáneo, flamenco, sin distinguir. Lo mismo
que si aceptas a los negros, a los chinos, a los otros,
pues es igual, forman parte de la humanidad.
-¿Antonio dejaba libertad al
bailarín?
-Había una coreografía y luego
estaba la libre interpretación dentro de la coreografía de cada individuo. El
corregidor yo era en El Sombrero de tres
picos, un ballet de Manuel de Falla como El amor brujo, y a ese es el que tengo dedicada: “Al gran
corregidor Rodolfo Otero con admiración de su jefe”. Y el corregidor era un
hijo puta, un lascivo, veía una chavala guapa y joven y se le caía la baba,
ahora también, pero bueno (risas). Sí señor.
El ambiente era muy rico. Y compañeros muy buenos. Viajábamos, por ejemplo y en el tren me enseñaba a colocar las manos la que mejor tocaba las castañuelas, los palillos, Victoria Eugenia, Beti; ese era el ambiente.
Con Rosita Segovia en El sombrero de tres picos. |
El ambiente era muy rico. Y compañeros muy buenos. Viajábamos, por ejemplo y en el tren me enseñaba a colocar las manos la que mejor tocaba las castañuelas, los palillos, Victoria Eugenia, Beti; ese era el ambiente.
-¿En qué piensa uno cuando baila?
-No piensas, es abstracto. Te
conviertes en una cosa… ni etérea, ni nada… no eres nadie, eres abstracto. Eres
el personaje. Es impresionante. Es una duplicidad, triplicidad de la
personalidad, la tuya no existe, te la ha cogido el personaje. Eso es lo bonito.
-Y ¿a Vicente Escudero cómo le
conoces?
-¿Cómo le conozco? Joder. Vicente
Escudero es que era un cachondo. Le veía por la Gran Vía, por ejemplo. Don
Vicente, ¿qué tal?: “¿Qué tal paisano?”, siempre lo de paisano. Tenía mala leche, porque
en Nueva York, que nos encontramos, “pero paisano, ¿todavía sigues con ese
maricón que da saltos como una cabra?”, por Antonio (risas). O, “toca Rodolfo,
mira” (golpea sus muslos), pero maestro, “dos horas todos los días”. Con 81
tacos. Sí señor, ese era Don Vicente. Eso fue en la Gran Vía, ¡en plena calle,
el cabrón! Y además, viéndole trabajar en el Teatro Marquina (aquí se confunde
Rodolfo, no es a Escudero a quien se refiere a continuación sino que a quien
fueron a ver fue a Carmen Amaya, como volverá a contar más adelante).
Y fui con Antonio, y con la
secretaria y la primera bailarina,
Rosita Segovia y yo le dije a Antonio, fíjate las pelotas que tenía. Hay que
tener cojones, eh? Yo con usted no salgo solo… ¿qué?... para que no dijeran que
yo era el maricón de él.
-¿Antonio era homosexual?
-(Se enfada) !/GRFX/¡ Pues claro que sí.
-¿Y a ti por qué te importaba
eso?
-¿Tú eres bobo? Tú estás viviendo
en este siglo, ¿tú sabes lo que era entonces? Buah. Anteponían eso a lo que
fueras y a lo que valieses. Ah, pero eres maricón. Ya está, se jodió. Borrado
todo lo que valieses o no valieses. Tenía que tener un cuidado terrible. Por
eso, yo con usted solo, yo no voy. Para eso hay que tener pelotas. Ahora, ya
ves tú, si eres maricón como si eres bombero. Más o menos.
-¿Cuántos años estuviste con
Antonio?
-Ocho años estuve. A dios gracias
estuve ocho años, porque pude pisar los mejores teatros del mundo; el ambiente
más acojonante que te puedas imaginar, dentro de la danza. Había una tournée y
a lo mejor un ciclo de ballet, clásico, contemporáneo, y ese mundo era
fabuloso.
-¿Qué diferencias podía haber
entre el público español y el extranjero?
-El mejor público que había que
le gustase el flamenco, el inglés. Los ingleses, amigo mío. Se entusiasmaban, y
adoraban el baile. Y entendían de baile. Y no sólo, del cante, también. Tiene
vergüenza la cosa, que se hacían por allí las grabaciones que en España ni se
hacía caso, y donde grababan y ganaban dinero los flamencos era en Inglaterra y
en Francia. Antonio Mairena, grabó allí… él estuvo ocho años también. Era
compañero mío. Coincidí con muchos cantaores. El cantaor que tenía Antonio para
los bailes era Antonio Mairena.
-Bueno, podemos dejarlo aquí por hoy.
-¿Te ha gustado algo?
-Todo.
-Bueno, podemos dejarlo aquí por hoy.
-¿Te ha gustado algo?
-Todo.
-Es que es la hostia eso.
-¿Y volvías a Valladolid entre
las giras?
-Yo podía venir a Valladolid en
Semana Santa. Si estaba en España, porque entonces los teatros cerraban.
-¿Sabías como estaba el ambiente
por aquí?
-¿El ambiente de aquí? (Levanta la voz) Te voy a
contar el ambiente de Valladolid. Después de estar en EEUU, en Washington, me compré
allí un jersey naranja. Vengo aquí y voy con mi hermano por la calle Santiago,
al lado de la Plaza Zorrilla, y unos graciosos me llaman maricón y me tiré a por
ellos… “¡hombre, déjales!”: Mi hermano. En la calle José Mª Lacort, lo
mismo, con otros, “pero joder, no te metas con ellos, déjales que digan”. ¿Te ha
gustado el ambiente?
-Una vez me contaste algo sobre
el boxeo, que lo fuiste o querías ser.
-Que si he querido ser boxeador
(tono chulo), si he sido campeón de boxeo de Castilla, guapo, del peso Mosca y
del peso Gallo, mira, los cojones.
-Eso ¿cuándo? ¿antes de ir con
Antonio?
-Sí, sí, sí. Y trabajaba, me iba
al gimnasio a entrenar, bailaba, me corría ocho kilómetros, iba hasta Santovenia y volvía. Cosas de esas. Sí, sí.
-¿Todo a la vez?
-A la vez que bailaba y vendía
telas. Eso de que no tengo tiempo para nada, cuando me dicen eso yo me
descojono de risa. Tienes tiempo para todo, cabrón, solo que no quieres. Es
que… vete a tomar por culo (me río). Los cuentos de que no puedo y no puedo.
¿Qué estás haciendo con el tabaco?
-(Lío) Un cigarrito.
-Qué jodío cómo lo hace. Con
papel especial, drogado, con coca (risas) ¿se lleva eso no?
-No sé, puede que alguien se meta
unas rayas y para aprovechar lo que queda pase el cigarrillo.
-Ah. Yo lo que sé es que a veces
me mandaba mi padre, que en paz descanse, a comprar tabaco rubio donde Lucio,
un camarero que había en el Royalty, que estaba en la calle Claudio Moyano
esquina calle Santiago, era el café más elegante que había en Valladolid. Tenía
un pequeño escenario donde tocaban músicos y la calle se paraba para escuchar,
era la cultura musical que había aquí. Y en el café del Teatro Zorrilla, ponían
una plataforma y tocaban músicos, y atracciones también. Y en la calle Duque de
la Victoria había otro café, grande, de categoría, como se decía antes, de categoría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario