martes, 25 de julio de 2017

'Rodolfo Otero: Amor por la danza', en versión original (7 de julio del 2016 - II)

Antonio Ruiz Soler, Antonio el Bailarín, "resultó ser el verdadero revolucionario de la danza (española y/o flamenca). Las propuestas de Antonio han alimentado de una u otra forma la mayoría de montajes posteriores. Él inspirará a la generalidad de bailaores que buscan un concepto más teatral, dando entrada al lenguaje coreográfico contemporáneo y bebiendo de la técnica de la danza clásica." (José Manuel Gamboa en Una historia del flamenco. Espasa Calpe, 2014). 





(En el capítulo anterior: empieza a bailar flamenco con Doña Ramona/ve el espectáculo de Carmen Amaya, "me enamoré del baile").
 
Entonces yo, ya más picado, más picado, más más picado, me alquilé una barbería, que estaba encima del Teatro Zorrilla, y cuando acababan de cortar el pelo, entonces yo me ponía a bailar, yo solo. Ahí empezó la historia. Como una bestia. Yo no   imitaba a nadie, a bailar y se ha acabado. 
-Sólo flamenco.
-Hombre, claro, si he sido flamenco toda mi vida, mis cojones, pues claro.
-¿Qué enseñaba Doña Ramona?
-Doña Ramona enseñaba las sevillanas, la hija enseñaba más, iba a Madrid y hacia un trasplante aquí. Yo era como el ejemplo de sus alumnos, me presentaba a todo el mundo como el fenómeno que tenía allí. Porque entonces no iba a aprender baile toda la gente, iban las hijas del capitán general, de la gente de pasta. Íbamos a la Hípica.
Aquí había flamencos. En la calle Vega, El Asturiano, por ejemplo; había otro en la calle Mantería, enfrente de la calle Simón Aranda, un bar, que se bajaban unas escaleras. Ya no existen.

Con 16-17 años.

-¿Qué pasa después de Carmen Amaya? 
-¿Qué pasa? Pues que vino, estaba yo trabajando en Sederías y vino el ballet de Antonio al teatro Lope de Vega, por dos días. Yo me fui el primer día y ya… me volví loco, enamorado totalmente del baile. Y. El segundo día de actuación de ellos. Llegué y me subo al camerino de Antonio que estaba: impresionante, para mí era un mundo… la incultura que había en Valladolid era terrible, cuando echaron Las zapatilla rojas en película, ponían los carteles y salían los bailarines pintados y ¡hala!, todos maricones y no sé qué (ríe) ¿sabes lo que te quiero decir? Y yo era del oficio, que nada tenía que ver con maricones. ¿Qué estaba diciendo yo? Y me fui al camerino y me dice, ¿pero hombre cómo ha venido usted el segundo día?. Digo, porque, uff... 
Ese día que fui, había un salón de limpiabotas en la calle Duque de la Victoria y me fui al salón, me limpiaron las botas, e iba Yo solo andando, pum, pum, pum, más flamenco que la madre que me parió, y me marché al camerino. 
Estaba todavía la condesa de Lubienska, polaca, la secretaria de Antonio. Todo eso, me impresionaba de la hostia. Ver las caras pintadas, todo eso. Y le dije que me gustaría bailar en la Compañía de él. Iba Antonio con los sobrinos, Paco Ruiz, Pepín Soler que era su hermano; me medían por la estatura, el cuerpo. Y a la audición. Se la di en un camerino al lado del escenario. Me vio bailar y me cogió. Me dijo que bueno, que se iban a Santander, que a la vuelta que fuera a Madrid. Yo no me fiaba, además de que tenía trabajo y que era de Valladolid… pero me tendrá que dar una señal o algo, yo le digo, con dos cojones. Y me dieron 1000 pesetas para irme a Madrid.
Fui allí, había dejado el trabajo y todo. En la Compañía tenía bailarines profesionales, tenían una carrera de baile y yo no tenía nada. Ellos bailaban ballet y yo no sabía ni lo que era, sí sabía lo que era pero era como si no lo supiera. Y entonces me dijo que no valía para la compañía y yo llorando. Y el secretario, que era el que había montado la compañía, Don Honorio Fernández Riesgo, de una familia gallega que era supermultimillonaria, tenía cafeterías y todo en Madrid, en la Gran Vía.
Y yo le hice una promesa, le juré que iba a llegar a ser uno de los mejores bailarines que tuviera, si me dejaba.
El secretario, Don Honorio, le dijo, hombre, déjale, que ha dejado el trabajo y todo. Me dejó. Y aprendí y aprendí. Y aprendí ballet, a mi edad, a los 18-19 años. Me escojonaba, me rompía los tendones y todo. En la barra, para trabajar en el ballet. Y conseguí llegar a ser primer solista (ríe).


-¿Ese aprendizaje corría a cargo de Antonio?
-No, teníamos maestra de ballet, Madame Ivanova, que era inglesa y había estado bailando con la Paulova y era una monstrua -ya te enseñaré una foto de ella-, con una disciplina, con una cultura ballética de la hostia. ¿Y qué quieres que te diga? Pues que aprendí a bailar de la hostia, hasta llegarme Antonio a decir, "¡joder! ¡no te son necesarias más piruetas!". Me daba tres piruetas en el aire… porque le daba envidia de las facultades que yo tenía… ¡sí, como lo estás oyendo, te lo juro por mi padre que está bajo tierra!; "¡no es necesario! ¡no es necesario!". Esto es lo de ‘la zorra y las uvas’, no las comas porque están verdes (ríe)… mentira, que no llegaba.
-¿Era normal que Antonio cogiera bailarines y los formara?
-No. Él cogía bailarines ya formados. Lo mío fue una excepción, hombre. El tener cojones y presentarme yo solo allí… y decir, quiero bailar. Hay que echarle huevos, pues sí, yo los eché, es verdad.
-El flamenco, ¿sigues con él al tiempo que estudias clásica?
-Me tenía que ir adaptando a las cosas que tenia él montadas. Tenía un espacio que era solo flamenco... joder, me haces recordar (repiquetea con las manos sobre la mesa).
- ¿Qué sensaciones te vienen ahora al recordar aquello?
-Como un ensueño, como si fuera un borbotón de de de un temporal, bufff, que me arrasa ahora mismo. Eso es.
-¿Qué decía tu familia?
-Pues, hombre, mi madre me dejaba, mi hermano Publio que era un artista (señala un autorretrato de niño, colgado en la pared, hecho a bolígrafo, por el único hermano que le quedaba, entonces). Mi hermano encantado, se dedicaba a pintar (silencio). Mi padre era un artista, también pintaba además de tocar el laúd... hizo una rondalla en el colegio, y coros, y todo. Mi padre era la hostia. Y luego los hijos, pues aprendieron como él. Tú fíjate cómo se llamaba mi hermana, Raquel, que en paz descanse; Rubén Darío, que era la hostia, Publio Wilfrido y Rodolfo.
-Rodolfo ¿por qué?
-Porque le salió de los cojones. Qué quieres que te diga. Eran nombres de gente famosa los de mis hermanos, yo que sé, Rodolfo Valentino, por ejemplo.
-¿Cuánto tiempo dura ese aprendizaje? 
-¿Cuánto? Siempre.
-¿Cuándo sales al escenario?
-Salí al escenario desde el primer día en Bilbao, en el Arriaga, que salí a bailar por bulerías, yo solo. Yo iba bailando lo que había de español y de flamenco, mientras aprendía clásico y me iba acoplando a la compañía.
-¿Cómo era el ambiente?
-Pues muy bueno; además había gente de Valladolid, primeras figuras. Como Rosario Calleja, que su padre era de Medina de Rioseco, tendero; y ella era solista, pero de carrera; y Victoria Eugenia, que era de Madrid… en fin, que el ambiente era muy bueno.


Antonio el Bailarín regresa a España en 1949 con Rosario, su pareja de baile desde la infancia. Los dos se habían ido a, primero, América del Sur, después la del Norte, al iniciarse la Guerra Civil. En 1952 se separan y Antonio funda su propia compañía que debuta el 20 de junio de 1953 en el II Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Inicia una gira por varias ciudades, entre ellas Valladolid, donde Rodolfo llamará a la puerta del camerino del 'dios de la danza'. Comienza su ascenso al Olimpo.

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