Durante aquella grabaciones, para el libro Rodolfo Otero: Amor por la danza (Ediciones Fuente de la Fama, 2017), hubo días en que llegaba a casa de Rodolfo -sobre las doce del mediodía solíamos quedar- y no se encontraba en buena forma, porque había dormido mal o no había dormido, porque le dolía esto o aquello, "que soy viejo, ya, hombre". Este segundo día fue uno de ellos. La conversación tardaba en arrancar, se producían fallos de memoria, hasta que empezó a 'funcionar', más o menos.
-Buscando
algo sobre Antonio (El Bailarín) he encontrado una tesis del dos mil doce, escrito por una mujer, para la universidad. En esa tesis se habla de un desafío que lanzó Vicente Escudero a Antonio.
-Sí
-¿Se
llegó a hacer?
-¿El
desafío? No… Siempre se estaba metiendo Vicente Escudero con Antonio. Antonio
se metió una vez, que le paré yo los pies, cuando fuimos al teatro Marquina,
que estaba en Madrid, y estaba bailando Vicente Escudero. Estábamos sentados en
el palco de butacas. Y le dije yo que, por favor, le respetase. Es que también,
cada uno tiene sus excentricidades, porque Vicente Escudero decía sobriedad,
sobriedad, y luego salía con unas botas de colores, no me toques los cojones.
-En
esa tesis se refiere al baile de Antonio, de danza estilizada.
-Bueno,
es que es de un estilo propio de él, pero… no sé qué decirte.
-Antonio
cogía elementos de otros bailes, como el contemporáneo.
-Sí,
había vivido en Nueva York, pues había visto danza contemporánea.
-¿Y
lo aplicó al flamenco?
-No,
no lo aplicó al flamenco. Bailaba el flamenco como la madre que me parió, todo
lo que era de maricón lo era de artista, el hijo puta. Bailaba como siete tíos,
con dos cojones.
-¿Ya
conocías a Vicente Escudero de antes de Antonio?
-Joder,
en Valladolid era mundial, tenía un prestigio, de que había bailado en Moscú,
de que había bailado con la primera bailarina del Bolshoi Ballet, que
era Galina Ulánova; qué más puedes pedir. Aun siendo Valladolid lo que era con
los bailarines, lo de las zapatillas rojas, presumían de él.
Con el Ballet de Antonio en 'El Albaicín', de Albeniz (a la dcha. Rodolfo). |
-Después
que acabaste con Antonio, tras ocho años, ¿qué pasa a partir de entonces?
-Pasa
que hago un grupo que se llamaba el Ballet de Altamira. Y bailábamos por todos
los sitios. En salas de fiestas, el Pasapoga y así, teatros, por todos lados.
-¿Qué
repertorio llevabais?
-Pues
desde las danzas vascas, por ejemplo, la ezpatadantza, el aurrescu, el arin arin…; y luego, clásico español, "Sevilla", de Albéniz; "Asturias",
de Albéniz; Falla. Mira, Falla era bajito y parecía… nada y fiuuuuuuu fíjate: "El
amor brujo". Es increíble. Ahí está el genio del amor y la trascendencia con que
hacia todo… era, pues eso… la madre que le parió. Hacíamos flamenco también, como te puedes imaginar.
La Taberna del Toro.
-Como la de Antonio.
-Como la de Antonio.
-Pues,
claro, si la bailábamos nosotros ¿no entiendes?.
-¿Qué
cantaores, tocaores llevabais?
-Para
que me acuerde yo, ahora… Juan Breva, por ejemplo, de los Montoya, otra familia,
también, andaluza (piensa), Moraíto Chico, claro.
-Manuel Morao (Manuel Moreno, conocido artísticamente como Manuel Morao fue el principal guitarrista de Antonio el Bailarín, también se le conocía por el apelativo Moraíto, de ahí la confusión de Rodolfo).
-Manuel
Morao. Moraíto Chico es el sobrino. Estuvo aquí en el Zorrilla, y Puri le ha
visto, y entrando en el teatro salió, medio loco: “Mira, Rodolfo, mira que
guitarra me ha regalado mi tío, que pesa un cuarto kilo solo”. Me la dejó en
las manos. Para un guitarrista, pues, la hostia.
-Con
el ballet de Altamira, es a principios de los 60…
-Fíjate
tú que tengo menos memoria de esa época.
De Dcha a izq: Rodolfo, Pepín Ruiz y "un judío, que ya me acordarés de su nombre". |
-Y
¿después de Altamira?
-Pues
he bailado donde tenía que bailar, la Compañía Nacional de Danza, y ¿dónde está
la Compañía Nacional? Pues en el Teatro de la Zarzuela, y en el, como se llama... ¡joder! cómo se llama... María Guerrero.
-¿Qué supuso dejar el ballet de Antonio?
-¿Qué supuso dejar el ballet de Antonio?
-Supuso que… según el criterio de Antonio y
según el señor D. Honorio Fernández Riesgo, que era el amigo de Antonio y el
que dejó el dinero para la compañía, ya sabía yo que era peligroso para
Antonio. En el aspecto profesional (ríe suave). Ya te dije, me decía Antonio,
‘no es necesario dar tantas piruetas’, porque no las daba él, por ejemplo. Era un
astuto cabrón. A todos los de la compañía, ‘a ver cuántas piruetas dais’, y el
que más piruetas daba era yo. Y él no se las daba ni soñando.
-¿Cuál
fue tu reacción? ¿te enfadaste?
-No.
No me acuerdo. No fue muy grato, como es normal. La manera en que lo hizo el
cabrón… Estando en los Festivales Internacionales de Granada, el 8 de julio, me
pone un cartel avisando a la compañía: “El señor Don Rodolfo Otero, a partir de
tal día, cesa de su actividad como bailarín en la compañía, dándole las
gracias”, y todas esas tonterías, y de ahí vino el anuncio de que me echaba. No
decía por qué. Y le puse un juicio. Por despido improcedente. Le gané. Me tuvo
que indemnizar. A mi novia le compré un vestido, cosas de esas, con el dinero
¡Qué cosas!, Qué mamón yo. Me estás revolviendo ahí… arañando las entrañas… (resopla).
-(No se entiende bien mi pregunta en la grabación).
-(No se entiende bien mi pregunta en la grabación).
-Yo
ya lo sabía. Sin que me lo dijera nadie ya tenía preparada toda la ropa de
ensayo dentro de una bolsa para irme. Antes de que me largara ya lo sabía yo.
En ese sentido no me pilló de sorpresa. Ciao bambino. Yo sabía que no le
interesaba ya; su administrador, Don Honorio, le decía a Antonio que estaba
bailando yo mejor que él. Y podía estar haciéndolo, cada uno con su
personalidad.
Antonio se lo decía a toda la gente para que no me cogieran, que yo era una persona que les podía meter en juicios y hostias. Y esa gente me lo decía a mí. La noticia del despido no fue como para dar brincos de alegría, como te puedes imaginar. Pero había que asumir la realidad por dolorosa que fuera. Y a tirar para adelante. Más echado para adelante que he sido yo toda mi vida. Solo.
Antonio se lo decía a toda la gente para que no me cogieran, que yo era una persona que les podía meter en juicios y hostias. Y esa gente me lo decía a mí. La noticia del despido no fue como para dar brincos de alegría, como te puedes imaginar. Pero había que asumir la realidad por dolorosa que fuera. Y a tirar para adelante. Más echado para adelante que he sido yo toda mi vida. Solo.
-Escuchando la grabación de ayer, creo que el titular podría ir por temperamento, carácter de un bailarín.
-Sí,
pero lo primero que tiene que tener un bailaor es lo que dicen los gitanos (sube la
voz): El amor a la libertad… y eso con Franco (risas). La libertad, la salud y ya
está. Y el dinero. Esa trilogía.
-Suele
dar problemas la libertad cuando se ejerce.
-¡¿Cómo?!
Saliendo del palacio de Carlos V, de Granada. En un descanso. Con
la ropa de ensayo para ir a comer. Nos para la guardia, de asalto entonces eran
los mierdas grises. “¿Dónde van ustedes?”. Pues a ensayar. "¡Cómo a ensayar!
¡ACOMPAÑENOS!”. Ante
ese trato, había una compañera inglesa, y me puse a hablar con ella en inglés y ellos se
ponían locos (ríe). Pero, nos llevaron a
comisaría, nos soltaron, pero nos llevaron.
-En
Santander te pasó otra movida.
-Madre
mía, en Santander. Veníamos, tú fíjate, del Festival Internacional de Danza de
Bruselas. Hinchado del éxito que habíamos tenido. Y está tocando en la Plaza
Porticada un pianista, que se llamaba Nikita Magalof. Un monstruo con el piano.
Y me acerco yo allí, para escucharle. Y. “¡A dónde va usted!”. No vocee, por
favor, que está tocando ese señor, se me ocurrió decir. “¡ACOMPÁÑEME!”.
Joder, que está tocando...
A dar la vuelta y a comisaría. Y de ahí, al cuartelillo. Una paliza le estaban dando a uno abajo… buaaah... porque estaba recitando versos de ¡Pereda! Y claro, era republicano, qué quieres. Las hostias que le daban; se turnaban el uno al otro… era increíble, una de esas noches fantasmagóricas… allí dentro. Me metieron allí porque les salió de los cojones. Cuando por la mañana me llaman, plas, con la vara (voz de bruto): “Suba arriba”. El comisario: “¿Pero cómo se te ha ocurrido contestar a uno de estos, que si hubiera querido te hubiera podido matar?”. Los grises, los puso él mismo, esos salvajes. ¿Quién me sacó? Pues me sacó Antonio, claro. Sí señor, después de venir de los Festivales Internacionales, del éxito de dar a España una categoría, porque era el único ballet que salía y la única representación de España que tuviera una categoría de esa altura.
A dar la vuelta y a comisaría. Y de ahí, al cuartelillo. Una paliza le estaban dando a uno abajo… buaaah... porque estaba recitando versos de ¡Pereda! Y claro, era republicano, qué quieres. Las hostias que le daban; se turnaban el uno al otro… era increíble, una de esas noches fantasmagóricas… allí dentro. Me metieron allí porque les salió de los cojones. Cuando por la mañana me llaman, plas, con la vara (voz de bruto): “Suba arriba”. El comisario: “¿Pero cómo se te ha ocurrido contestar a uno de estos, que si hubiera querido te hubiera podido matar?”. Los grises, los puso él mismo, esos salvajes. ¿Quién me sacó? Pues me sacó Antonio, claro. Sí señor, después de venir de los Festivales Internacionales, del éxito de dar a España una categoría, porque era el único ballet que salía y la única representación de España que tuviera una categoría de esa altura.
Fotograma de la película 'Luna de miel' (Rodolfo, 2º decha). |
-¿No
te dieron ganas de quedarte a vivir en el extranjero?
-Entonces,
no ves nada, solo lo que estás haciendo para seguir bailando. Hombre, tenía
hasta una novia francesa, millonaria, y me seguía. Y el hermano venía, sí, han
estado aquí, en esta casa. De París, con fábricas de seda natural, aquí el
hermano y mi novia. Se llamaba Jacqueline Milland. Todo el ballet en tren, y yo
iba en coche ¿qué te parece, guapín? (risas). Ellos con doncellas, en el barrio
más elegante de París: Sixième Arrondissement. Una casa palaciega, cosas así.
Pero, hubo una fiesta, un día, en París, y de repente yo me acordé de mi mamá
que me decía: cada oveja con su pareja. Estaba yo en la Avenue Mozart, quarante
sept. Y estaban la fiesta, con las amistades millonarias, la hostia de las
pijadas… y cogí… ¡Plas! Me salí,
corriendo por la avenida Mozart, y a tomar por culo. No era para mí aquello. Y
se portaban de la hostia conmigo, pero esas chuminadas, esas tonterías, no eran
para mí. No señor, preferí ser como soy.
-¿Cómo?
-Pues
normal o anormal, un ciudadano corriente que en lo que destacaba era en el
baile, pero en la calle era, pues un ser humano y ya está. Pero no esas
pijadas, esas… me da dentera, ahora, el acordarme.
-A
lo mejor si te metes ahí dentro podías haber hecho una revolución.
-Con
esa gente no se puede luchar. Son más poderosos que… Un día estaba en San
Sebastián yo. Y aparece mi novia de Francia, entra y me pilla en la cama con
una (risas) lady que te lady. Me perdonó, tú. Pero, joder. Eso es una anécdota
auténtica. Pues, bueno, cosas de la minina (risas).
-¿Te
puedo preguntar por lo que han supuesto las mujeres en tu vida?
-Pues
el aire para respirar. Me han gustado toda la vida, a rabiar, ¿qué quieres que
te diga?
-¿Han
entendido tu manera de ser?
-Y
de qué manera, claro (cree Rodolfo que le pregunto por la novia francesa y vuelve a repetirme su relación).
-¿Cuándo
te casas?
-Me
casé con una española. Por la iglesia, y todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario