martes, 1 de mayo de 2012

Sexo, flamenco, prostitución: España pagana


“¿Cómo puede vivir uno cuando ha muerto la esperanza de la libertad?”, es la "inquietante" pregunta que se hace el escritor Richard Wrigth pensando en el país que está a punto de recorrer: España. Es el año 1954. Volverá un año después completando un retrato que aparecerá en el libro, España pagana (Argentina. Editorial La Pléyade. 1970 / Madrid. Ed. Orígenes. 1988).
Nos detenemos en un capítulo –un libro altamente recomendable, seas o no español- titulado: “Sexo, flamenco y prostitución”.
Empieza diciendo: “En España el sexo se ha convertido en medio de cambio para obtener casi toda clase de comodidades y servicios, en un grado que no es posible hallar en ningún otro país europeo”. Recuerda, es el año 1954, gobierna la tiranía de Franco bajo palio de la Iglesia católica. Hambre, atraso, miseria, los salarios son inferiores a los de 1936, los de la República.


Wright se dirige a Granada con la intención de “ver algunos bailarines y cantantes de flamenco”, también tenía “interés en conocer a algunos gitanos”. En el tren tiene su primer contacto con el flamenco al escuchar cantar a unas mujeres diversas coplas. Una de ellas, de unos 40 años, le regala un libro con letras de flamenco en inglés y español:
“Dile al alcalde, / dile al juez / que por Luis Candelas / me muero de amor. /Diles que es un bandido / diles que es un ladrón / y que con gusto le permití / destrozar mi corazón. / Quiero que esta canción de amor / pase de boca en boca / como si yo estuviese loca…”. A esta mujer volverá a encontrársela en Granada.  Una vez en la cuna de Morente, se dirige a “la ciudad de los gitanos”. “Situada sobre una ladera, pasé por varias filas de cavernas excavadas en la roca viva”. Os suena el lugar, ¿no?.


Entra en una cueva donde también hay otros extranjeros, quienes habían pagado para asistir a la exhibición de los gitanos, "reducidos a la mendicidad, al cante y al baile para tener que comer y disponer de una caverna donde vivir. Si otrora estos gitanos habían tenido ciertos elementos románticos, hacía mucho que todo eso había desaparecido, sumergido en el comercialismo".
Con el público preparado, “una vieja de aspecto maligno comenzó a batir palmas, y los diamantes de sus dedos arrugados centellearon (…) Detrás de la mujer, sobre las paredes encaladas, había varias fotografías de los antepasados gitanos, y unos pocos grabados de Jesús predicando a las multitudes (…) Entraron tres jóvenes de pantalones negros muy ajustados, sombreros negros, zapatos de tacón alto y guitarras bajo el brazo. En el espacio libre se distribuyeron unas veinticinco mujeres, cuyas edades oscilaban entre los ocho y los cincuenta años (…)
La vieja bruja batió palmas; sonaron las guitarras, y las muchachas comenzaron a describir salvajes círculos, alzando los brazos y tocando las castañuelas, mientras los vestidos de algodón se alzaban y flotaban al nivel de las caderas (…) Las bailarinas se detuvieron bruscamente y se alinearon a lo largo de las paredes, dejando a una sola muchacha en el centro de la habitación. Un joven se desprendió de la guitarra y se unió a la muchacha. La danza de ambos era una expresión de salvaje sexualidad elevada al plano de la intensidad orgiástica”.
Los extranjeros allí presentes, “contemplaban con la boca abierta esta exhibición de animalidad sexual que su mundo les había enseñado a reprimir”.


Otro día Wright queda con la mujer que conoció en el tren. Va a su casa, allí hay otras dos mujeres y un chico joven, tod@s se declaran contrarios a Franco, habían luchado al lado de la República. En un momento dado, la mujer se pone a cantar: “Sus ojos se mostraban inexpresivos, vacíos; su garganta tembló, brotó de ella un torrente notas puras, doloridas y melancólicas. Los otros se unieron a ella, me miraron con los ojos húmedos y cantaron”.
Después le acompañan al tren y de nuevo las mujeres se ponen a cantar: “En España la canción era un idioma especial con privilegios particulares. Permanecí de pie ante las mujeres que cantaban, conquistado por su dolor”.
En marzo de 1956 el Herald Tribune, de Nueva York, publica un artículo de Richard Wright en el que vierte una serie de observaciones sobre la mujer española. Tal vez lo pongamos entero aquí otro día. Sólo un par de apuntes: “Si la sociedad española posee un mínimo de estructura, lo debe a los esfuerzos y los sufrimientos cotidianos de las mujeres españolas, que entretejen en una red de cuidados y de amor lo que en caso contrario sería un paisaje de insensata anarquía (…) Los españoles han construido un Estado, pero nunca crearon una sociedad, y la única sociedad que existe en España, está en el corazón, la mente, los hábitos, el amor y la devoción de sus mujeres…”.






(Gracias a Carlos 'Byron' por hacernos llegar el libro de Richard Wrigth)


(Y por si alguien tiene interés en saber quiénes son las protagonistas de las fotos:
-Foto 1: Rocío Molina
-Foto 2: Gitanos del Sacromonte
-Foto 3: Ana Mar García Quero, la hija del Niño de las Cuevas.
-Foto 4: Mujeres en el Café del Burrero. 1884.
-Foto 5: Mapu Zomo)

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