domingo, 15 de julio de 2012

El cante de Chavela Vargas


Como sucede con el flamenco, el cante de Chavela Vargas no es para todos los momentos. Es sobrecogedor, te coge y no te deja. Duele, que se dice, por la honda verdad con que está interpretado.
Es lo más alejado a la típica canción charra, mejicana tal y como nos ha llegado de normalizada, de ‘bonita’. Chavela no hace canciones, mucho menos temas, hace cantes, porque son únicos, no son ni dan ilusiones, pertenecen al delirio del goce. Cantes populares, del pueblo que no del público, en los que se percibe, mantiene la “pátina arcaica que era su mayor encanto” (Antonio José).


Y al oírla, vemos a Chavela Vargas, de pie, con su poncho, sola, sobre un escenario, con los brazos extendidos, dando masa a su vacío, al nuestro, haciéndonos materia, ser conscientes de ello, lo cual puede ser insoportable: “El cante jondo no se canta para distraer, ni para embelesar, ni para producir admiración: se canta para lastimar. Esa es su ley” (Luis Rosales). El espejo que es Chavela Vargas haciendo sus cantes, nos dice, no estás solo, sola, hay alguien al otro lado. Otro.


Con, “un día lo dejo todo y vengo a morir aquí”, empieza Chavela Vargas sus memorias, Y si quieres saber de mi pasado (Aguilar. 2002). Se refiere a la selva de Nanciyaga, al sur de Veracruz (México), “el recuerdo de un tiempo en el que la luz, los sonidos y las fragancias del trópico ocupaban las tierras de América. Amo este lugar. No tengo miedo en la selva. Siento que pertenezco a ella desde siempre, que formo parte de ella, y sus venturas y dolores son también en parte los míos… Acaso la felicidad no haya que buscarla muy fuera, sino muy dentro, y tal vez resida en el despertar a este mundo desconocido. La ciencia misteriosa del espíritu nos está vedada; vivimos rodeados de lo innecesario y lo ridículo, de la costumbre y lo establecido. Vivimos en la ignorancia y saber que tras cada árbol, tras cada cabaña, tras cada flor del paraíso está la verdadera sabiduría me produce una inmensa tristeza. Dos mil, tres mil años de conocimientos se han arrojado al pozo y preferimos volver con nuestras monedonas y nuestras chingadas, como asnos, como acémilas, al camino de la tristeza y de la angustia… Pero, déjenme de amarguras. Miren qué diferente es respirar aquí: ocúpense si quieren de sus señorones, de sus banqueros, de sus industriales, licenciados y doctores, y déjenme que yo me abandone a este lugar… Aún tengo tiempo para soñar”.

(La cantaora mejicana ha estado unos días en este país, cantando con Miguel Poveda. Tiempo atrás, década de los 90, llegó a esta España, cuando se encontraba en pleno descenso a los infiernos a sus alcanzados setenta y tantos años de vida, traída por un librero, Manuel Arroyo. En este país empezó su “segunda vida. “Es una maravilla escuchar a los viejos y verles, literalmente, desgañitarse. Porque nadie se entrega tanto como el cantaor que ya ha perdido facultades. Cantan para acabarse. Cantan como debe cantarse, con desesperación y sin malicia, con una voz que ya no es de garganta ni de pecho, sino de cuerpo entero; con una voz que da las notas deshaciéndolas, pero las da. Es un prodigio, y este prodigio nos demuestra que mientras le dure el corazón al cantaor, le dura el cante” -Luis Rosales, El cante y el destino andaluz-. Ahora, dicen que ya puede regresar, Chavela, a su país, a su selva. Allí la vemos). 


1 comentario:

  1. Hoy, 6 de agosto, oigo por la radio que Chavela Vargas ha dejado este 'mundo raro', al tiempo que una nave llega a Marte. Aquí seguimos oyendo su cante y sintiendo su presencia. Buen viaje.

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