Como sucede con el
flamenco, el cante de Chavela Vargas no es para todos los momentos. Es
sobrecogedor, te coge y no te deja. Duele, que se dice, por la honda verdad con
que está interpretado.
Es lo más alejado a la
típica canción charra, mejicana tal y como nos ha llegado de normalizada, de
‘bonita’. Chavela no hace canciones, mucho menos temas, hace cantes, porque son
únicos, no son ni dan ilusiones, pertenecen al delirio del goce. Cantes populares, del
pueblo que no del público, en los que se percibe, mantiene la “pátina arcaica
que era su mayor encanto” (Antonio José).
Y al oírla, vemos a
Chavela Vargas, de pie, con su poncho, sola, sobre un escenario, con los brazos
extendidos, dando masa a su vacío, al nuestro, haciéndonos materia, ser
conscientes de ello, lo cual puede ser insoportable: “El cante jondo no se
canta para distraer, ni para embelesar, ni para producir admiración: se canta
para lastimar. Esa es su ley” (Luis Rosales). El espejo que es Chavela Vargas haciendo
sus cantes, nos dice, no estás solo, sola, hay alguien al otro lado. Otro.
Con, “un día lo dejo
todo y vengo a morir aquí”, empieza Chavela Vargas sus memorias, Y si quieres saber de mi pasado
(Aguilar. 2002). Se refiere a la selva de Nanciyaga, al sur de Veracruz
(México), “el recuerdo de un tiempo en el que la luz, los sonidos y las
fragancias del trópico ocupaban las tierras de América. Amo este lugar. No
tengo miedo en la selva. Siento que pertenezco a ella desde siempre, que formo
parte de ella, y sus venturas y dolores son también en parte los míos… Acaso la
felicidad no haya que buscarla muy fuera, sino muy dentro, y tal vez resida en
el despertar a este mundo desconocido. La ciencia misteriosa del espíritu nos
está vedada; vivimos rodeados de lo innecesario y lo ridículo, de la costumbre
y lo establecido. Vivimos en la ignorancia y saber que tras cada árbol, tras
cada cabaña, tras cada flor del paraíso está la verdadera sabiduría me produce
una inmensa tristeza. Dos mil, tres mil años de conocimientos se han arrojado
al pozo y preferimos volver con nuestras monedonas y nuestras chingadas, como
asnos, como acémilas, al camino de la tristeza y de la angustia… Pero, déjenme
de amarguras. Miren qué diferente es respirar aquí: ocúpense si quieren de sus
señorones, de sus banqueros, de sus industriales, licenciados y doctores, y
déjenme que yo me abandone a este lugar… Aún tengo tiempo para soñar”.
(La cantaora mejicana
ha estado unos días en este país, cantando con Miguel Poveda. Tiempo atrás, década de los 90, llegó a esta España, cuando se encontraba en pleno descenso a los infiernos a sus alcanzados setenta y tantos años de vida, traída por un librero, Manuel Arroyo.
En este país empezó su “segunda vida. “Es una maravilla escuchar a los viejos
y verles, literalmente, desgañitarse. Porque nadie se entrega tanto como el
cantaor que ya ha perdido facultades. Cantan para acabarse. Cantan como debe
cantarse, con desesperación y sin malicia, con una voz que ya no es de garganta
ni de pecho, sino de cuerpo entero; con una voz que da las notas
deshaciéndolas, pero las da. Es un prodigio, y este prodigio nos demuestra que
mientras le dure el corazón al cantaor, le dura el cante” -Luis Rosales, El
cante y el destino andaluz-. Ahora, dicen que ya puede regresar, Chavela, a su
país, a su selva. Allí la vemos).
Hoy, 6 de agosto, oigo por la radio que Chavela Vargas ha dejado este 'mundo raro', al tiempo que una nave llega a Marte. Aquí seguimos oyendo su cante y sintiendo su presencia. Buen viaje.
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