La situación política y social de este país paraliza nuevas entradas en este blog, como que urge a hablar de este asunto en lugar de hacerlo sobre Lole y Manuel, (con el que cerramos los artículos dedicados al flamenco del semanario musical pop-rock, Disco Expres), Tony Gatlif, temas medio listos para ser metidos aquí. No es este el lugar, nos decimos, para hablar sobre la "situación", aunque se mete de vez en cuando, disculpas. El flamenco ya dice suficiente.
Aún así, ante esta 'situación', se oye el grito, el nuestro y el de otros, el vuestro nos atrevemos a decir, ahí dentro. "Su grito fue terrible", escribió Lorca al preguntarse, "¿cómo cantaría aquel Silverio?". El grito flamenco.
"Altura, fortaleza y emoción son características indudables del grito, pero no bastan para definirle. Yo os diría, amigos, que el grito no es más que una palabra de la cual sólo se ven las raíces. Una palabra que carece, propiamente, de significación y de la cual podría decirse en cambio que sólo tiene sentido. El grito es pura expresividad o, mejor dicho, expresividad pura" (Luis Rosales, de otro asunto pendiente en traer aquí, El cante y el destino andaluz, un día de estos).
El grito resuena, se alza, se abre paso. Otras veces, intentando alejarse de la palabra, es un toque de guitarra y su silencio, también, los que suenan. Otras, necesitados de una imagen, un acto, baile, taconeo, giros, desplante. Todo lleva a lo mismo, liberación.
Aún así, ante esta 'situación', se oye el grito, el nuestro y el de otros, el vuestro nos atrevemos a decir, ahí dentro. "Su grito fue terrible", escribió Lorca al preguntarse, "¿cómo cantaría aquel Silverio?". El grito flamenco.
"Altura, fortaleza y emoción son características indudables del grito, pero no bastan para definirle. Yo os diría, amigos, que el grito no es más que una palabra de la cual sólo se ven las raíces. Una palabra que carece, propiamente, de significación y de la cual podría decirse en cambio que sólo tiene sentido. El grito es pura expresividad o, mejor dicho, expresividad pura" (Luis Rosales, de otro asunto pendiente en traer aquí, El cante y el destino andaluz, un día de estos).
El grito resuena, se alza, se abre paso. Otras veces, intentando alejarse de la palabra, es un toque de guitarra y su silencio, también, los que suenan. Otras, necesitados de una imagen, un acto, baile, taconeo, giros, desplante. Todo lleva a lo mismo, liberación.
(Veo en la pared, clavado con una chincheta: "Mi consejo es observar este espectáculo tan cerca y con la mayor piedad con que sea posible, y estar preparados para un gran cambio en nuestras vidas que relegará a todos los anteriores al grado de insignificantes. Y buena para suerte para todos vosotros", del extraordinario caballero, Alan Moore).
Una película, Elefante blanco, de Pablo Trapero, que sigue demostrando coraje en todas y cada una de sus películas. Un director con bravura. Les contaré que estrenó su primera película, Mundo grúa, en el festival de Valladolid (Seminci)y que salió por la noche con algunos miembros de su equipo. En un bar tuvo una movida. Al día siguiente el periódico bienpensante de esta ciudad publicó que había sido detenido por la policía por un altercado en un bar. Poco más explicaba. Luego nos enteramos que unos fachas de esta ciudad se habían metido con un hombre de color que iba con Trapero, este salió en su defensa y hubo intercambio de golpes ante la provocación.
ResponderEliminarDespués salió el diplomático director del festival, un tal Lara, reprobando los hechos, pero sin dar la cara por Trapero, este dio unas palabras corteses de disculpas al festival y nunca más volvió por aquí (también dicen que tenía buena pegada el argentino).
Elefante blanco es pura y constante actualidad. De las que encogen el alma y cierran los puños. Hasta Tarantino podría aprender algo de valor del cine de Trapero, ese que se guardó en Malditos bastardos. Hasta entonces no iba mal el yanki. Bravo, Trapero.