Al recordar la figura de
Enrique el Mellizo, parecía que la melancolía, la soledad, la angustia, la pena
(la depresión, el trastorno bipolar queda para los psiquiatras) orientaban el pensar en quien está
considerado ‘puente’ de dos modernidades del flamenco, la de Silverio y Manuel Torre; y en este marco emocional de la existencia parecen 'entenderse' algunas de las imágenes que nos han llegado del cantaor: solitario en las
iglesias escuchando cánticos propios de tales lugares para
luego, dicen, hacerlos suyos (saetas), o nuevamente sólo, alejado, lanzando cantes al
mar que bañaba su Cádiz (“Ay mi pesar,
como las oleaítas del mar que van y vienen…”), o al lado de los manicomios,
transido en un cante que producía espanto, tremenda conmoción, como recordaba, sobrecogido, Manolo Caracol.
Entendimiento sobre el comportamiento, personal y artístico, del cantaor que (a)parece reforzado, explicado
al recorrer las páginas de "Pasajes de la Melancolía" (Editorial Trea. 2010): “... desasosiego por los conocimientos
incompletos, fatal imposibilidad de alcanzar lo absoluto, descorazonamiento
ante los propios límites… talante atrabiliario, voluptuosidad perezosa de la
creación, autocondena al aislamiento, manía de la cavilación, ambición del
conocimiento... fatalidad del que sabe que no sabe”), algunas acepciones ofrecidas por la autora, María Bolaños, al analizar la presencia del “malestar
misterioso” en el arte de comienzos del siglo XX
(atávica enfermedad que, “pervive como la mejor respuesta interior al espíritu de crisis e inseguridad,
pero también de ambición, con que se avistan los nuevos tiempos”).
Si Enrique el Mellizo por soleares decía:
Tengo un cantar en el
alma,
Que es el cantar de la
pena;
Si quieres que te lo diga,
Pídele a Dios que me muera.
también, “de vez
en cuando concurría a alguna reunión de amigos antiguos, entre los que
prodigaba sus agudezas y ocurrencias saladísimas y genuinamente gaditanas, y
entonces, ante reiteradas instancias, cantaba alguna malagueña que hacía sentir”
(Diario de Cádiz, 1906).
Sentaito
en mi balcón,
toita las noches me llevo,
sentaito en mi balcón;
y al escuchar tus pasitos lentos,
se me para el corazón,
de lo mucho que te estoy queriendo.
toita las noches me llevo,
sentaito en mi balcón;
y al escuchar tus pasitos lentos,
se me para el corazón,
de lo mucho que te estoy queriendo.
Pero, ¿es lo mismo la pena
flamenca y la melancolía? En "Andalucía en
llanto" (Cruz y Raya. 1934), Luis Rosales
parece decir que sí, o eso hace pensar el ‘aire’ de su poética escritura. Pero esquivando por entre su barroquismo lírico, algunas frases, ideas evocadoras (“Porque esta pena no es un sentimiento, ni
siquiera un ambiente; es una raíz… Alegría y pena no son contradictorias; antes
por el contrario, la alegría, en su última razón de ser, se encuentra al borde
de la pena…”), que motivan, exigen un complemento, una salida ante la
seducción melancólica.
Melancolía i (1514). A. Durero. |
“Hay en la pena andaluza
un sentimiento de solidaridad universal con todos los que sufren, los
hambrientos, los desesperados, los perseguidos por la justicia, los envilecidos
de todas las latitudes. Y aunque el que canta alude con frecuencia a sus penas
personales, canta seguro de la comunión laica en ellas de todos los que
escuchan. Y en la pena andaluza entra un
nuevo ingrediente de máxima significación: la rebeldía, que si rumiada se
vierte hacia dentro y se sublima después en cante jondo, cuando se proyecta
afuera, en mecanismo de desahogo, produce (...)… Oscuramente acaso, el
campesino, el minero, el ferroviario, el obrero de puertos, todo el
proletariado de la ciudad ha visto en el cante jondo, no un folklore regional
más o menos curioso o pintoresco, sino toda la sensibilidad social del
proletario, toda el ansia de redención de los hambrientos, toda la angustiosa
existencia de los humildes…”. Los hermanos Carlos
y Pedro Caba Landa acuden al rescate desde su Andalucía, su comunismo libertario y su cante jondo. 1933,
Biblioteca del Atlántico- 1988, Universidad de Cádiz).
Y que se alivien las duquelas que, últimamente, ‘terelan’ nuestros corazones.
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