Al hablar el otro día de la próxima Seminci y la presencia flamenca en el festival de cine de esta ciudad, recordamos a Edgar Neville y el descubrimiento que supuso ver su cine y en especial, Duende y misterio del flamenco (1952), película clave dentro de la relación cine y flamenco.
La bailaora María Luz bailando la serrana. |
El flamenco dejaba de ser anécdota, tema musical o elemento más que se añadía a una o cualquier trama, para ser el único protagonista. Con una historia, no relato, que contar, la del cante y el baile; con una estética natural, que no naturalista, a diferencia de los venideros Flamencos, de Saura, más cercana a Rito y Geografía del Cante, pero sin propósito documental. "Mi película es la exaltación del cante y el baile flamenco. No es un documental, sino la historia del cante y baile andaluces, del genunino folklore de esta tierra, en la que han actuado y actúan todos los ases del género", explicó el director de esta personal y singular, también road movie, película de viajes por los palos flamencos.
Dejando a un lado el término folklórico -eran aquellos años-, Neville, nada desconocedor del flamenco, consiguió reunir en su película a cantaores como Antonio Mairena, Aurelio Sellés, Fernanda y Bernarda de Utrera o, entre otr@s, el Niño de Almadén, cantaor este que había participado en una anterior película, El crimen de la calle Bordadores (1946), y a quien Neville 'convirtió' en Silverio Franconetti (Román el Granaíno, a la guitarra, y la bailaora Elvira Real acompañaban al de Almadén).
Algunos de los ases que intervienen en la película. |
Manuel Morao, Luis Maravilla o Rafael de Jerez, entre otros, figuran como guitarristas, pero es el baile quien mayor presencia, atractivo tiene en Duende y misterio del flamenco. Un elenco de bailaores y bailaoras encabezados por Antonio, quien crearía para la ocasión el baile del martinete, y Pilar López y su ballet español (el reparto completo de la película, aquí). Además contó con la participación especial del torero Juan Belmonte, gran amigo del director, que, además del cine, "desperdigaba su talento: escribía artículos, teatro, guiones, a veces hasta trabajaba -y muy bien- como actor", apuntaba la actriz, y compañera, Conchita Montes en la introducción al libro editado por la Seminci con motivo del ciclo que le dedicara a Edgard Neville en su 27 edición (cinco años después de ser recuperado por la Filmoteca Española). El festival de cine de Valladolid, en aquellos años (1982), y más pelado de dinero que ahora, tenía que tirar de imaginación, o intentarlo al menos, para ofrecer una programación interesante; luego vendrían los dirigentes efectistas y de aquellos polvos, estos lodos.
"Cuando en la enfermedad (de niño)... el gesto amoroso, maternal, nos ofrecía, con una mano, el asqueroso vaso del medicamento, y en la otra, la peseta que servía de premio. Y es que nos educaban para capitalistas", recordaba de su infancia Neville, que también expresaría por escrito su admiración y sentir por el flamenco: fue uno de los cronistas del concurso de Granada de 1922, escribió un poema a D. Antonio Chacón, artículos sobre Antonio Mairena o el ensayo Flamenco y cante jondo. En el blog, Papeles flamencos, se encuentran algunos de estos textos (1, 2, 3, 4), de uno de los grandes humoristas de este país.
Como penúltimo recuerdo de Edgard Neville, lo que escribió como colofón a sus crónicas del festival de cine de Cannes para la revista Cámara (nº 201; 1951). Esto contaba sobre la fiesta de despedida de la delegación española, "completamente aparte", del resto de las ofrecidas por otros países en el certamen francés: "Se llevó a un guitarrista, a Paquita Rico y a Ana Esmeralda y trescientas botellas de Jerez, y se organizó una comida fría y, naturalmente, se llenó el local e inmediatamente empezó a sonar la guitarra, y el jerez, y a bailar las dos artistas llenas de brío y de buena voluntad, y a tocar palmas todo el mundo, y armarse el jolgorio, zipizape y alegría, y a quererse todos mucho y a borrar fronteras y diferencias de idiomas con esa facilidad con que los borra el jerez, y a las cuatro de la mañana costaba muchísimo hacer que la gente se fuera a la cama y no degenerase en un juergazo lo que había sido un modelo de fiesta".
P.D.: Recomendar la web oficial de Neville, en cuya filmografía, aparte del flamenco, también se ven y oyen otras músicas e intérpretes. En El malvado Carabel (1935) aparece 'La Rumbera Eléctrica', popular bailarina de danzones; la coplera Carmela Montes, y el cuadro flamenco Los Amaya, en El Traje de luces (1947): o el cortometraje La Parrala (1941), un relato más basado en el mito, en la canción de León y Quiroga, que en el personaje real.
"Mientras España es 'la reserva espiritual de Occidente' Neville va a un universo más amplio, aunque en dimensiones externas sea más pequeño: el barrio, la torre de una calle, y hasta una sardina. Tipismo, esencia de lo popular, amaba al pueblo, saltándose quizá a la burguesía. Pero no hacía reflejo de la actualidad oficial, hacía lo que perdura siempre de la actualidad sin calificativos. Es decir: la cultura" (Conchita Montes).
Pues vuelve a hablarse de Edgar Neville, en la universidad; detalles en este enlace los detalles(http://www.extensionycultura.uva.es/curCursos.asp?IdCurso=191&MenuID=0). Una objeción a los "dirigentes efectistas" de la Seminci, excluiría a Juan Carlos Frugone de esa lista.
ResponderEliminar