lunes, 25 de febrero de 2013

Recuerdo a Manolo Caracol (con Camarón)

Ciertos problemillas con los ordenadores, las redes, o a saber -esperemos que no tengan nada que ver con esto- han retrasado una entrada que queríamos dedicar a Manolo Caracol, al cumplirse ayer los 40 años de su fallecimiento, y por tenerlo cerca en la memoria a raíz de la tertulia dedicada al cantaor hace unas semanas en el Club Flamenco, de la Biblioteca Pública de Valladolid.
 
  
También se han hecho eco de esta fecha La Gazapera y Papeles Flamencos (y os dejamos una entrevista, de paso). 
Nuestro recuerdo a Manolo Caracol está relacionado con Camarón.
Se sabe, que cuando José Cruz Monge frecuentaba la Venta de Vargas, un día apareció quien era, para aquel por entonces un chaval, su ídolo. Y que Camarón cantó para él, y sólo recibió silencio, roto por un único comentario de Caracol: "No hay ningún rubio que pueda cantar bien por bulerías".
Años después, ya con Camarón en Madrid, éste solía terminar sus noches de juerga en Los Canasteros, el tablao de Caracol, donde nunca trabajó el genio de la Isla.
Una noche en el tablao, un camarero comunica a José que el dueño está en su reservado y quería que bajase a tomar algo. También estaba Curro Romero, amigo de ambos cantaores. "Camarón bajó, bebió, fumó y cantó", cuenta Carlos Lencero en su libro, Sobre Camarón. La leyenda del cantaor solitario.
"Camarón no era rencoroso, pero tampoco de piedra (Soy más duro que el acero; antes roto que doblarme)", señala Lencero, quien relata un episodio, del que dio cuenta Félix Grande en un artículo tras la muerte de Camarón, sobre un encuentro -que el poeta y escritor no presenció, pero le fue contado por un "espectador fiable"- entre quien fue faraón del cante flamenco hasta la llegada de un gitano rubio.
Lencero da al relato un ambiente de película del Oeste: "Noche cerrada. Sin luna. Una venta en el campo. Unas chumberas. En el amarradero, un bonito cartujano. Una voz y una guitarra surgen del interior de la taberna. Una reluciente Harley Davidon, niquelada y silenciosa como la muerte, se detiene frente a la venta. El hombre que la conduce piensa que sólo Manolo Caracol puede estar haciendo aquello con el cante".


Caracol, "copa de cazalla en la mano", canta por fandangos, la guitarra al cuatro por medio (el tono natural de Camarón). "Las puertas abatibles de la venta se abren y un hombre joven, vestido de cuero negro con chapeados de níquel  en la chupa, botos jerezanos negros, gafas negras y pelo rubio... se adelanta unos pasos y se coloca en segundo plano, entre Caracol y el guitarrista".
Al terminar sus fandangos, "el joven rubio indica al tocaor que ponga la cejilla en el cinco por medio".
-¿Qué pasa, Camarón?-, dice Caracol.
-Nada, maestro. Pasaba por aquí, le escuché y me tuve que parar. Además, la verdad, tenía ganas de cantar un rato.
Así que cantó, Caracol pidió al guitarrista que pusiera la sonanta al seis por medio, "arrancó muy fuerte y llegó justo al remate con las manos cerradas".
-¿Te quieres tomar algo, José?
-Gracias, maestro. Pero, no. Y tú, ponla al siete por arriba.

En mi mente, 
el orgullo y el querer
se pelean en mi mente;
una guerra sin cuartel
donde no existe la muerte.
sólo existe una mujer. 

"Caracol se puso en pie, apretó los puños y salió a la arena del siete por medio:

Que me costó un dineral,
yo tenía un caballo bayo
que me costó un dineral,
y ahorita lo ando vendiendo
por lo que me quieran dar.
¡Esa es la pena que tengo!

... Sin aire. Casi sin vida, levantó la copa de cazalla al aire con la grandeza y el misterio de los perdedores. Y, siguiendo su costumbre, atornilló el aguardiente de un trago.
Camarón, dijo:
-Ahora le voy a cantar un fandango, que se lo dedico yo a usted... Pon la cejilla en el ocho, tío. Por Huelva.

Malpago,
adiós, calle de Malpago,
cuántos paseos me debes,
cuántas veces me han tapao
la sombra de tus paredes,
las tejas de tus tejaos.

Camarón apoyó una mano en un hombro de Caracol y le apretó suavemente. Luego, despacio, muy despacio, el hombre vestido de negro desapareció tal y como había venido".

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