sábado, 23 de marzo de 2013

Semana Santa de Sevilla (Roberto Arlt. 1935)


El escritor argentino Roberto Arlt visitó España en 1935, un año antes del estallido de la Guerra Civil a causa del golpe de estado del General Franco. Su misión consistía en escribir una serie de artículos para el periódico de su país, El Mundo, sobre España y Marruecos. Bajo el título de Aguafuertes españolas aparecieron recopilados en 1936. Nuestro buen amigo Carlos ‘Byron’ nos ha hecho llegar la edición de 1971 por la editorial argentina, Fabril.
En el prólogo, Mirta Arlt cuenta que su padre le escribe cartas donde habla que, “nunca había visto tanta miseria. España era un polvorín en los aledaños de Europa. Soltado el resorte de la represión entraría en un renacimiento y en un reajuste de cuentas con el tiempo”. 
Roberto Arlt entró por Cádiz, llegó hasta Sevilla, pasó a Marruecos y de vuelta se detuvo en Granada (también visitó Madrid, Asturias, el País Vasco, pero en este ejemplar no se trata de ellas).
En Sevilla el escritor coincide con la Semana Santa y como son estos días traemos aquí algunas de las impresiones que en Arlt dejó tal celebración sevillana. 

“-¿Así que no ha visto Semana Santa en Sevilla? ¡Pues la verá usted!  Única en el mundo (Y después de haberla visto juro que es así).
Las radios por las mañanas y la tarde, transmiten saetas, truenos que retumban su angustia en el fondo oscuro de los patios. Tristeza alegre que todos los sentidos gozan y apetecen.
Desfilarán cuarenta cofradías con ochenta ‘pasos’. Los cofrades, civiles que visten un hábito blanco o negro con un bonete astrológico, rojo o violeta, no comen ni duermen organizando los desfiles, en los que algunas hermandades, como la de Jesús del Gran Poder, hacen desfilar mil doscientos asociados.
Se denomina ‘paso’ al conjunto que forma el edifico de madera, donde figuras talladas en cedro representan los episodios de la Pasión de Cristo. Se pasean únicamente en Semana Santa, desde el templo en el cual le guarda su cofradía hasta la Catedral, por la cual es peregrinado, hasta regresar nuevamente a su sede.
Los ‘pasos’ grandes miden seis metros de largo por tres de ancho. El conjunto, para resistir su propio peso, más las cargas de imágenes, candelabros y tapices que le adornan, debe ser sumamente sólido… esta fábrica pesa ¡hasta cuatro mil kilos! Bajo su tapa se colocan los cuarenta hombres que le conducen... trabajo  horrible y penoso, cada hombre lleva cargado sobre la nuca  cien kilos y a veces más… cada uno cobra cuarenta pesetas, por esta crucificación laica.
El valor de algunos ‘pasos’ es fabuloso. Las dalmáticas de ciertas vírgenes, los palios de oro, los fanales de plata, cuestan millares y millares de pesetas.
Atardecer soleado sobre un mar de cabezas. Redobles de tambores y estrídulos de trompetas… aparecen los nazarenos, traen en la mano cárdenos cirios encendidos y varas de plata. Tras ellos, oscilante, como cargado por un paquidermo avanza… el ‘paso’… Monaguillos escarlatas avanzan hamacando incensiarios de plata… El ‘paso’ se detiene… entre la multitud estallan las voces. Las saetas vuelan… ruedan las flores de los balcones y las fanfarrias de las bandas callan y sólo redoblan siniestros y frenéticos los tambores, y de pronto suenan los aullidos agoreros de las trompetas y los aplausos revientan en las manos, y lágrimas gordas como guisantes ruedan por muchas mejillas. Algunos caen de rodillas y rezan; otros se apoyan sobre los hombros de un vecino y sollozan. ¡Es magnífico y terrible!.



Por la noche, al regresar del ‘paso’, después de diez o doce horas de trajín, los hermanos se quitan el bonete, y se meten a la primera taberna que encuentran al paso, en compañía de los cargadores, a quienes es necesario reanimar con cuartillos de aguardiente. Aquí la fiesta comienza de nuevo, porque las manzanillas recalientan la sangre de nazarenos y faquines; la gente les rodea, se pagan ruedas (rondas), y el más entusiasta comienza a cantar saetas… Este espectáculo emociona a las sensibilidades más recias.
‘Lo llevamos en la sangre’, dicen los apasionados… Y es cierto. Lo sabroso del sentimiento le quita valor a las formalidades que en otro país escandalizarían al creyente. Y si alguien duda de lo que afirmo, piense que en este culto litúrgico, habitualmente popular, radica el éxito de la Semana Santa de Sevilla, en la cual participan indistintamente todas las clases sociales.




Ayuarte yo quisiea
A llevá tu crú pesá
Cirineo podé sé
Siendo Tú el del Gran Podé. 

Comienza a cantar un gitano. La cara cárdena del esfuerzo, las venas del cogote hinchadas a lo toro; se retuerce como un tornillo, no se entiende lo que dice, pero canta con una emoción tan espantosa y fúnebre, que un nazareno, del sufrimiento y la exaltación, de un golpe contra las piedras tuerce la vara plateada de su insignia, y luego se coge la cabeza con las manos crispadas de furor. La gente revienta en aplausos… se reparten vasos entre los servidores de la Virgen Gitana, que inclinada ligeramente sobre su gradinata de cirios, bajo el peso de su enorme capa de terciopelo verde recamada de oro, hace exclamar con estremecimiento a la gente que la acompaña:
-Pero, ¡mira qué hermosa es! ¡Anda, bendita, habla!”.

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