lunes, 2 de diciembre de 2013

Ajedrez y Flamenco




Ajedrez y Flamenco, en apariencia espacios o categorías diferentes, mejor dicho diferentes, mejor dicho DIFERENTES. Y sin embargo, tienen algo en común. Eso seguro lo sé porque la experiencia vital que te aportan cuando escuchas el cante de, pongamos Bernarda y Fernanda de Utrera, o estudias una partida de, pongamos José Raúl Capablanca, es parecida.

Es así, trons. Universos cerrados pero infinitos, con reglas fijas pero no dadas de una vez y para siempre, en movimiento repetido miles de veces pero siempre también nuevo. Eso hace que cuando entras en estas dos galaxias, inmediatamente empiezas a disfrutar de algo que tiene que ver con la eternidad. Lo hueles enseguida y lo sientes en la piel. Y dices guau. Y es eterno porque una vez dentro ya te quedas para siempre.

¿Y qué puede ser “eso” que los hace especiales? Si tengo que responder racionalmente no tengo dudas. Se trata de campos dominados por el compás, por los golpes, por la exactitud, por unos cánones geométricos y musicales. Un tirititráun que es un jaque mate.

Y mueve el peón blanco, tchak (reloj, guitarra), y responde el peón negro, tchak (reloj, guitarra), y salta el caballo blanco, ojú, tchak (reloj, guitarra), y salta el caballo negro, ayayayay, tchak (reloj, guitarra), y arrebata el alfil blanco, tchak (reloj, guitarra) y así en adelante, palmas, enroques...

Es un combate y es un baile, y es blanco y negro, y es todo y es nada.

Pero luego es cierto, trons, que Ajedrez y Flamenco son especies irreductibles entre sí con denominadores incompatibles. O casi. Vaya, como ver a Peret echando una partidita o a Carlsen arrancarse por tangos. Nunca se sabe, ¿no?


Ici Pacus.

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