"El cante en tanto que arte, es cualidad expresiva, y esta
viene dada por la producción y aportación del artista. Su más elevada
cualificación se da en momentos muy determinados. Según el DRAE el arte es el
acto o la facultad mediante los cuales valiéndose de la materia, de la imagen o
del sonido, el hombre siente la necesidad de expresar lo material o lo
inmaterial.
Toda forma de composición, la musical también lo es, no sólo
es la suma de elementos comunes, sino también la mezcla de esos elementos. Por
muy afines que sean éstos, añade nuevas cualidades.
No es lo mismo asumir
otras culturas y transformarlas desde el hacer flamenco en formas y expresiones
jondas, que descafeinar un arte como el nuestro a base de injertos que
no sufren modificaciones en sus contenidos. Con ello, además de advertir el
carácter relativo de la pureza en las artes, también sirve para señalar las
manipulaciones que sobre ellas se ejercen.
Antonio el Chaqueta. |
Cuando Antonio el Chaqueta cantó y grabó el bolero "María
Dolores", con unos aires festeros tan personales, y conservando el origen de su
línea melódica, estaba haciendo una pieza que respiraba flamenco por todos los
poros de su expresión cantaora. Por contra, cuando el Cordobés hacía el salto
de la rana, el arte de torear se convertía en una payasada de mal gusto. Esto
mismo ocurrió durante la Ópera Flamenca,
y eso mismo, aunque con una nueva imagen, está ocurriendo hoy. El flamenco
tiene su propia poética, generada y vertebrada desde las vivencias de los
artistas. Toda ella se conserva dentro de la peculiaridad de sus gentes, de sus
tierras, de sus culturas y de sus modos
de vida.
A nadie se le ocurre que para dulcificar la Traviata
de Verdi haya que insuflarle nuevos aires y ritmos procedentes del folclore
napolitano. Cada cultura tiene su propio escenario, ello es consustancial a su
modo de producción y desarrollo. Los japoneses para asumir el flamenco en todas
sus dimensiones, es decir, para sentirlo como cultura suya, necesitan, no de
veinte años, sino de siglos. Igual nos pasa a nosotros si quisiéramos sentir
como propio el canto espiritual de los negros. Lo demás es copia, mimetismo de
los estrafalarios procederes de algunos, cuyas pedanterías y despropósitos, a
veces, rayan en la indecencia, lo que no debe interpretarse, al menos, nunca es
esa mi intención, que todo aquel que intente interpretar, aunque sea de forma
mimética este arte, quede situado al borde de esa censurada conducta. Todo lo contrario,
hay que darle un valor inmenso dado que son gustosos de esta cultura, y su
penetración en la misma está sujeta a enormes dificultades.
Con lo cerca que está Jaén de Cádiz, y viceversa, si tomamos
el referente de Japón como gran distancia, observaremos que en el cante por
alegrías o por tarantas, en la generalidad de los casos, su expresión más
genuina hay que localizarla en los cantaores del terruño. La tierra, en tanto
que hábitat, y el medio condicionan la cultura y la expresión de sus gentes.
Esto es algo tan evidente que me parece innecesario reincidir en ello.
Para que el flamenco crezca y se desarrolle en su plenitud
es fundamental que la ambientación y puesta en escena goce de las condiciones
más apropiadas para su realización. Lo contrario, como a veces se hace, además
de un acto irresponsable, es ir contra las bondades de un arte cuyo sentido
lógico debe estrechar el cerco para que no se materialicen, en exceso, esas
actuaciones.
La acción de cantar en nuestro arte tiene un distintivo en
grado superlativo respecto de la de otras manifestaciones líricas. Lo que en
otras disciplinas líricas es el casi todo, o sea, la voz, los recursos, las
facultades, la afinación etc.., en el
cante con ser esto importante, no es lo esencial, si no cualquiera sobrado de
estos recursos podría cantar flamenco, mas por causas ya muy conocidas, por
mucho que se empeñe, no lo puede hacer. En el flamenco además de la expresión
hay algo más; lo que muchos admitimos como misterio, genialidad, duende, en
definitiva: un sentimiento muy especial. De ahí que este arte necesite el
escenario adecuado para provocar y divulgar su verdadera dimensión.
Santiago Donday. |
¿Qué papel juega el flamenco en un escenario que reúne
además de un decorado maravilloso, una coreografía extraordinaria, un alumbrado
sensacional, un vestuario lujoso, amplificadores de sonidos, más unos pocos y
variados instrumentos musicales, y en el centro, o donde permita el guión o el
director de escena, el cante y la guitarra? ¿No estaremos poniendo con ello el
continente de las cosas por encima del contenido? ¿Es éste el escenario donde
el cante se convierte en trozos de vidas, y en dónde se provoca el sentimiento
más profundo de los seres humanos? ¿No será más bien ésta una pieza musical,
tal vez brillante, pero desenraizada de sus esencias?
Con todo este montaje el cantaor, el guitarrista o la
bailaora se sienten tan atados en su responsabilidad, que las más de las veces,
la inseguridad, el nerviosismo y otras muchas sensaciones forman parte de lo
mucho que se ofrece. Por contra, la autenticidad, el qué y el cómo, quedan, sin
duda, en un segundo plano. En ese pomposo escenario del que algunos dicen dio
resultado, ha gustado al público, cabe la pregunta, ¿a quiénes resultó, a un
público no entendido, que ni capta, ni siente, ni consiente, o para el que
monta el negocio? A esos espectáculos no les podemos llamar, con mayúscula,
arte flamenco, más bien son espectáculos que sirven a un claro objetivo, además
de satisfacer la economía de muy pocos bolsillos: cubren el ocio de muchos que
ni gustan, ni entienden de quejíos y duquelas amargas.
Este encaje escénico es producto obligado del hacer de una
casta de alocados descubridores de géneros en conserva, cuyos insaciables e
insatisfechos objetivos ante “los placeres” del cante, en un emprendido y
medido aventurerismo, ofertan nuevos inventos con determinados alicientes que
llenan sus bolsillos. A eso, éstos le llaman evolución e innovación, y a todo
el que no sintonice con ese discurso o propuesta, le llaman trasnochado,
purista e inmovilista. Por supuesto, mi crítica no aboga por la desaparición de
estos espectáculos, incluso bien venidos sean, sólo intento clarificar lo que
entiendo por flamenco respecto de lo que no es. Claro, que la mía es una
opinión más.
Es evidente que, con este proceder nuestros cantes no
avanzan. El contraste radica, en que, casi todo, cada vez más, se ha tornado
chuflas, cuplés y sonidos de plástico. Con este “gran acierto” se les está
ofreciendo a los públicos un producto similar al oropel que pagan a precio de
oro. El experimento consiste en repetir, de forma mimética, algunas piezas
flamencas a cuyas melodías, muy pegadizas, la revisten con ritmos festeros de
tangos o bulerías. De tal guisa, por un repertorio de cuatro cantes, que nos
acercan al playback, se cobran grandes
sumas. Tal vez por esto, muchos creen que nuestros cantes han avanzado en su
creatividad, cuando realmente lo que no avanzan son las ideas de aquéllos que
maltratan este arte y desatienden sus peculiaridades.
A algunos de estos “albaceas” les encantaría que esto del
cante fuera como los cuarenta principales, cada semana un cante nuevo. O sea,
descubrir un Perrate, un Mozart, un Beethoven, o una Carmen Amaya todos los
meses. Claro, a sus gustos y modos. Como no lo consiguen potencian y
promocionan un producto que pegue en el mercado. Ésta, que entiendo es mi
verdad, apenas si es compartida por afamados artistas a los que, aún
admitiéndoles sus méritos, que los tienen, algunos se encuentran a años luz de
comprender y valorar algo que tuvimos tan cerca como fue el grito terrible,
desesperado y angustiado de Tío Borrico o Donday en sus siguiriyas.
Manolo Vargas (dcha) con Caracol el del Bulto. |
Sin embargo, todos esos artistas antes citados como Manuel
Torre, don Antonio Chacón, don Antonio Mairena, Caracol, Pastora, Tomás, y
muchos más, fueron en gran medida, también, grandes innovadores que hicieron
evolucionar las músicas flamencas y gitanas. En el mismo plano, en esa misma
orilla, situamos los ríos de música y cantes de Paco de Lucía y de ese gitano
rubio de la Isla
que se nos fue.
¿Qué fueron Juan Breva, Cayetano, Mojama, Vallejo, Isabelita
de Jerez, Manolo Vargas, Toronjo por citar unos pocos? Sin duda, grandes
revolucionarios y grandes innovadores. Sin ellos, ¿el cante de Málaga, de
Córdoba, de Jerez, de Sevilla, de Cádiz, de Huelva sería el mismo? ¿Hubiera
evolucionado y madurado, o habría permanecido igual que en la época de Cagancho
o Curro Durse? Eso sería impensable por imposible. Por tanto, debemos advertir
que sólo la evolución con no pocos innovadores a la cabeza forjaron el milagro.
Este mundo no sería el mismo sin Darwin, Marx, Einstein,
Edison y otros muchos grandes pensadores. Ahora bien entendemos que la
innovación en el cante puede significar un salto cualitativo en la historia del
flamenco, pero la evolución del cante no niega el carácter de ese avance y mucho
menos adopta posicionamientos inmovilistas. Inmovilismo no es sinónimo de
evolución. Con ello intentamos evitar no pocas confusiones.
Es interesante exponer que en la médula de esos posibles
avances cohabita un germen que da vida y cualidad al desarrollo del flamenco.
Ramón Soler acertó a posicionar una pregunta que plantea una reflexión, ¿se es
flamenco hoy? A la que añadimos, ¿se vive en flamenco hoy? Su respuesta nos
lleva al quid de la cuestión. El cantaor forjado por sus vivencias flamencas, a
diferencia de ese otro que no las tiene, siempre estará más cerca de la pureza
y de lo auténtico, que no de ese otro que interpreta este arte de forma más
superficial. Este último se ampara en la copia muerta de aquel otro que atesora
dominio y conocimiento del cante.
Cuando Gracián, sentencia exponiendo en el capítulo “la suegra de la vida” de su obra El
Criticón: “que el hombre
nace bestia y muere cuando más persona es”, no está maldiciendo los designios
de la vida sino resaltando sus contradicciones. La civilización es la suma o
añadido de los inventos y descubrimientos de aquellos que se fueron cuando más persona era. Es decir, cuantos más
conocimientos atesoraban.
Camarón, la leyenda. |
Camarón, al igual que Gracián -saltando las distancias y sus
discursos-, cuando graba La leyenda del tiempo, no pretende ir más allá
de lo que muchos con sus críticas afirmaron, sino a la búsqueda de una
elaboración que contenga nuevas formas del hecho flamenco, no contradictorias con su concepción de
origen pero sí evolutiva. Camarón forma parte de esa suma de añadidos cuya
cadena de conocimientos expresan un presente y nos acercan un futuro aún
pendiente de definir. No podía ser de otra forma. Un presente hecho de trozos y
experiencias del ayer. Al igual que Gracián, un futuro de un nuevo empezar, por
pérdida de lo acumulado… muere cuando más persona es.
A raíz de la edición
de ese disco le decía a Tío Evaristo, “admito que algunas de las
propuestas incluidas en dicho álbum estén a caballo entre el experimentalismo y
la innovación, otras pueden ser muy flamencas, eso el tiempo lo dirá”. A lo que
él mostraba sus reservas. Ese suceso generó un debate en muchas peñas
flamencas, y fue objeto de muchas críticas. Sin embargo, hoy, parece ser que
las aguas han vuelto a sus cauces ya que la mayoría de los temas de ese disco
tiene su origen en un flamenco puro y creativo. Ésa, estimo que fue la
intencionalidad del isleño.
También la intencionalidad de la obra poética de Luis de
Góngora diré fue crear una poesía dirigida a los lectores cultos, no para ser
entendida por el vulgo. Sin embargo su influjo traspasó los umbrales de la edad
contemporánea.
Cuando Manuel Torre irrumpe en el mundo del flamenco con una
voz, la llamada natural por muchos, él no está presagiando, ni tiene tan
siquiera conciencia de lo que luego, con el tiempo, iba a significar una
revolución para el cante. Así también, cuando Mairena, con toda
intencionalidad, por tanto, con clara conciencia de ello, señala en los años
sesenta, que tal cante por siguiriya es de Enrique el Mellizo, no faltan
quienes con soberbia lanzan sus críticas contra el maestro. Cuando ello es
refrendado por Pepe de la
Matrona, muchos callan y pocos se dejan oír.
Sin embargo, hoy, doctas pero alocadas mentes de nuestros
tiempos, categorizan hasta con el grado de intencionalidad del cante de
Silverio que murió en 1889, del que, por cierto, se conocen, apenas más de tres
cuartillas y algún que otro pasaje telegráfico de tres carteles. Sólo tres
cuartillas escritas, precisamente, por el mismo autor, al que en otros de sus
pasajes le restan credibilidad por sus pronunciamientos sobre el cante gitano.
Ese autor es nada menos que Antonio Machado y Álvarez “Demófilo”. ¿No es esto
último, cuándo menos, una utilización
desvergonzada y partidaria de un referente histórico?
Pepe de la Matrona. |
El vivir en flamenco predispone una forma de sentir distinta
y de interpretar diferente este arte. Esto que forma parte del mundo de la
sociología de la cultura andaluza es lo que le imprime carácter y da riqueza.
Una aplicación del estudio de esa disciplina nos muestra la capacidad, sin
límites, que la comunidad gitano andaluza tiene para la recreación de formas
líricas de expresión flamenca.
De todos es conocido que la acepción del término flamenco
relaciona e identifica a la persona que vive más intensamente el presente y descuida un poco el
futuro. Esta afirmación muestra la diferencia con otras posiciones más
conservadoras, que sacrifican una buena parte de su presente para con ello
asegurar el futuro. A la memoria se nos viene una vieja letra que por tangos
cantaba el Chaqueta. "Sentaíto en la escalera / esperando el porvenir / y
el porvenir nunca llega". Prueba inequívoca en este pasaje del pensamiento
flamenco, que manifiesta a las claras, que la esperanza en el futuro no le
aporta mucha ilusión.
Es notorio colegir que la vida de bohemio se identifica más
con el artista que siente una especial afición y enamoramiento por su arte, que
con aquellos otros que lo profesionalizan. Pues, bien, a veces, ambos términos
llegan a fundirse: artista igual a bohemio, aunque bien cierto es que esa
relación se ha ido perdiendo con los años. El mundo de hoy, tan distinto al del
ayer, ofrece actitudes y conductas también muy distintas.".
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