Ocurrió en Navidad, Manuel Agujetas nos dejó. Su cante, su lugar en lo jondo seguirá hasta que el mundo deje de ser mundo o este mundo.
En 2013, Agujetas participó en un ciclo flamenco, L'Andalusie gitane, celebrado en la Cité de la Musique, de París. En el programa de mano se podía leer sobre el cantaor: "un canto sin ornato, anarquista, animal, imprevisible, primitivo", decían los franceses, los que en 1991 publicaron el disco, Agujetas en París.
Aún más calificativos podrían añadirse sobre un cantaor, cuyo cante no ha dejado indiferente a nadie. Y el mismo se ha encargado que así fuera.
Sólo es al referirse a su persona donde se pueden encontrar reproches. Los hemos oído cuando los aficionados hablan de Agujetas, el que provocaba diciendo que no canta flamenco, "canto gitano", por ejemplo. Parece que siempre surgía algún problema en el trato del cantaor con los aficionados, fuera y dentro del escenario. Pero ¿cómo tratar con alguien que se sabe único? ¿con un artista de verdad?
Como cantaor Agujetas ocupa un espacio propio dentro del mundo flamenco, gitano o jondo; y él era consciente, aunque diera la impresión de que todo en él era instintivo. Y ese espacio le reivindicaba, le vivía constantemente. Ni era su padre, ni ninguno de los gigantes que le precedieron, no estaba en el flamenco para seguir, copiar, trabajar-profesionalizarse, pertenecer a una escuela -no he oído escuchar a nadie decir que era 'mairenista'-, estaba para ser: Yo, Agujetas. Como se puede decir de La Niña de los Peines, Manuel Torre, Chacón, Silverio, Caracol, Chocolate... o Camarón, con el que dice, nunca se llevó bien.
Agujetas entró en el flamenco en una de época de cambios, los 60-70 del siglo pasado, y probó ese tiempo de cambio grabando un disco con el sitar de Gualberto. Ya su corte de pelo, su forma de vestir estaban en consonancia con esa época, de estética diferente a las anteriores. Agujetas probó y de ahí pasaría a confrontarse con qué artista jondo quería ser, que su nombre llevara implicado el cante que hacía y que al oír su nombre se mirara hacia arriba, a un lugar sólo ocupado por él, como pasa con los genios, con los verdaderos artistas.
Su cante es pura demolición del ser escuchante, del público. Un asalto del que pasas de los pelos de punta, del estrujamiento del corazón, del estómago, de la convulsión del cuerpo, al abandono. Abandono de una tierra tremenda. Como buen español su visión de la vida es hiperrealista, ahí están sus letras, en las que se apoya con todo el peso de su ser, sentimientos y te lleva a donde cómo quieras llamarlo, los cielos, el universo o hacia abajo a lo más hondo y atravesarlo para liberar esa tierra que engendra historias que te secan la boca, apuñalan, te hacen llorar por dentro, sacuden el alma y liberarte de sus ataduras con el único medio al alcance, procedente de un pensar obligado a ser práctico porque otra opción no te deja la pobreza, la miseria, tan larga, de siglos que ha vivido este país, que no deja lugar para la fantasía. Un problema que el flamenco al hacerse arte enfrentó, y así quedó entre nosotros y en el mundo de las músicas de este planeta ocupando un lugar en lo más alto junto a otras músicas universales.
Todo eso lo sabía Agujetas, y por ahí encontró su camino y lugar. Y su actitud como artista, único, singular, particular, peculiar continúa siendo un ejemplo válido, por real, para tod@ aquel y aquella que aspire a lo mismo, ahora y en los siglos venideros, hasta que el arte triunfe y marche a otro lugar donde haga falta su existencia.
La directora de cine, Dominique Abel, escogió muy acertadamente una frase de Miguel de Unamuno para abrir su película, Agujetas cantaor: "El que defiende el 'Yo' defiende todos los 'Yoes', es el Nosotros".
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