domingo, 7 de febrero de 2016

Los primeros discos de Enrique Morente c@ntados por José Manuel Gamboa. Guía de escucha (2)


(Segunda y última parte del texto escrito por José Manuel Gamboa para el recopilatorio de los primeros discos de Enrique Morente, ... Y al volver la vista atrás, recientemente editado. Más datos, en la 1ª parte. Espero que lo disfruten tanto como nosotros).


Morente, ¡A grabar!; nosotros, ¡A escuchar! (2)
 
En la Cervecería Alemana, de la madrileña Plaza de Santa Ana, tres colegiales, ya mayorcitos, vamos, de colegio mayor, del San Juan Evangelista, Andrés Raya, José Luis Ortiz Nuevo y Francisco Gutiérrez Carbajo, le mostraron un librito prohibido a Morente, quien descubre el contenido: “Era de Miguel Hernández y enseguida me di cuenta de que esos textos podían cantarse por flamenco”. La fuerza poética de aquel bardo maldito inspiró su tercer álbum: “ENRIQUE MORENTE. HOMENAJE FLAMENCO A MIGUEL HERNÁNDEZ” (Clave 18-1251 S, 1971).
Aún cuando Morente no se movía un ápice de los cánones tradicionales, por su inclinación chaconiana en pleno mairenismo –que se impuso defenestrar a quien fuera nominado “Papa del flamenco”- había muchos que le tenían ojeriza, ¡qué no sería después! Imaginen la trifulca contra este hombre de buena voluntad, que se puso a cantar a Miguel Hernández, nada más y nada menos. Fue un flamenco el primero en devolverle la vida pública a aquellos versos de rojo pasional. Cuando apareció el disco, hubo quien se dio a buscar la identidad del tal cantaor Hernández…
Con su guitarrista de cabecera, Manuel Fernández Molina, Parrilla de Jerez (Jerez, 21/IX/1945-6/VI/2009), y el que a diario le acompañaba en el tablao Zambra, Pedro del Valle Castro, Perico el del Lunar (Madrid, 13/III/1940), se registró el álbum en los estudios Hispavox la temporada 1969/70. La censura franquista lo tuvo en dique seco hasta fines de 1971.
Tras sellarlo con un “Denegado”, en segunda instancia acordó aprobarlo pero sin el tema Aceituneros, con el toque de Perico, versión morentiana de Andaluces de Jaén sobre el cante por peteneras que practicaba Rafael Romero, que hemos recuperado en el cedé de rarezas. En México, donde Hispavox tenía su filial Gamma, se editó el LP antes y completo –salvo las soleares, por exceso de duración.
Se conjugan en esta entrega las influencias de sus maestros en Zambra, de forma general Juan Varea –Dios te va a mandar un castigo, bulerías por soleá-, sumándose a la inspiración Rafael Romero –El niño yuntero, malagueñas de La Trini con fandango del Albaicín-, sin olvidarnos de Bernardo el de los Lobitos, cuyo eco está presente en las dulces granaínas -Un veneno ‘pa’ que yo muera- y el momento sublime, con las Nanas de la cebolla. Muestran una inequívoca procedencia Morente, tanto por el repertorio lírico como por las cadencias musicales, los tientos, El carro de mi fortuna, y las soleares, Con la raíz del querer, con ecos alcalareños de Joaquín el de la Paula intercalados por el estilo trianero que se atribuye sin mayor certeza a Pinea el Zapatero.
Pero lo esencial fue la propuesta lírica/cantaora-creadora que hizo Morente. Sentado sobre los muertos fue la composición morentera inicial que planteó el disco, basada en primitivos romances sanluqueño-portuenses, algunos con dejos de petenera. Pero era tan de la casa que en su tiempo de nacimiento, 1969, no sabía Morente cómo tildarla, ni qué acompañamiento guitarrístico colocarle –finalmente se lo puso Parrilla. A esas alturas, no crean, Morente ya manejaba en secreto un curioso repertorio propio, caso insólito desde hacía décadas, que, sin embargo, ocultaba por temor a represalias… Cuando ejecutaba su singular seguiriya –Voces doy al viento- Rafael Romero siempre le preguntaba por la procedencia, y Enrique se lo atribuía a “un gitano viejo de Sanlúcar”…
Demostración sonora de lo antedicho queda de manifiesto en el disco de inéditos con la seguiriya Este pan moreno, cuyo segundo cante es precisamente la versión primera de Voces doy al viento. Se registró en 1971, junto a las alegrías Me tiene de tal manera, con el toque de Parrilla de Jerez, pero nunca hasta hoy se publicaron estas obras. Tras impresionarlas, el gran director de teatro y discípulo de Buñuel, Juan Ibáñez (1938-2000), quien acabó firmando la contra del disco español dedicado a Hernández, le propuso a Enrique una temporadita en México.
Allá se fue el 6 de septiembre de 1971, con Parrilla de Jerez y su hermana la bailaora Ana Parrilla. En principio era por tres meses y medio, pero Morente se hizo un máster de okupa azteca: “Iba pa un mes y me quedé un año”. Los Parrilla volvieron y Morente desde allá reclamó acá a un jovencito guitarrista madrileño de casta flamenca y sobradas facultades que había conocido en Zambra, José Manuel Ortega Heredia, Manzanita (Madrid, 7/II/1956-Alhaurín de la Torre, Málaga, 6/XII/2004). Con la perspectiva atlántica, Morente vio el cielo abierto: “Cuando me preguntan dónde aprendí a cantar, tengo que decir: en México. Yo me encontré a mí mismo en México. México significó la libertad. Empecé a liberarme de una serie de miedos, de advertencias... Fue en México con Manzanita cuando, él y yo, juntos, empezamos a inventar ritmos, a tocar y a cantar de otra forma. Era una cosa natural. Nos salía así, no es que quisiéramos descubrir América, pero, ¡por desgracia!, descubrimos cosicas…”.


Aquel viaje iniciático revelará a Morente que su barco era a la vez un portaaviones con despegues discrecionales hacia territorios ajenos a dogmas y confusiones, donde habitan oídos libres. Juntos, al regreso, Morente y Manzanita se integrarán en El Café de Chinitas antes de plasmar parte de la querencia exploradora en un disco de significativo título, “ENRIQUE MORENTE. SE HACE CAMINO AL ANDAR” (Clave 18-1342-S), que vino con la primavera de 1975.
Se grabó en varias sesiones dispuestas tras las actuaciones en el tablao –se nota el “dejo tablao”-, sin el más mínimo descanso aconsejable para recuperar fuerzas, y ahí está medio cuadro del local, Manzanita y Los Chorbos, Tony Maya… y Luis Habichuela, quien pronto le presentará a Enrique a su hermano Pepe…
Morente en México había perdido el miedo a la libertad, al qué dirán patrio-flamenco, y no se arredró a la hora de refrescar a lo festero su repertorio o bautizar las creaciones que presentaba a su nombre. Aquí aparecen los primeros cantes con denominación de origen desde los tiempos de la II República. Muestra sus propios tangos –A la hora de la muerte-, que causan gran impacto, sus tientos -Yo seré como la mimbre-, al fin su seguiriya, Voces doy al viento, repleta de semitonos mineros como sus fandangos -Contando los eslabones. Estos últimos, por cierto, con Paco de Lucía los registró Camarón de la Isla antes que Morente «Ni que me manden a mí»-, aunque el padre del guitarrista y productor ocultó la procedencia. En cualquier caso, Camarón fue a disculparse ante un Morente que antes que molesto estaba feliz por escucharle a José su cante. Había química entre ambos.
Acerca del repertorio tradicional morentizado hemos de referir los fandangos del Albaicín, Granada, calle de Elvira, la versión ligera de aquellos inaugurales de Frasquito Hierbabuena, o las gaditanas alegrías Sale el sol.
Interpreta a modo de tarantos la levantica, en Minerico barrenero; lo hizo primero para una coreografía de Mario Maya y Carmen Mora, después secundando a Loli Flores y Manuela Vargas, e impuso moda entre la profesión que tomó la costumbre de hacer estas músicas en aire binario bailable: Camarón, Rancapino, Juanito Villar, José Mercé, etcétera. Completando el apartado minero aporta Trabajar y madrugar, cantes de tarantas-mineras que Chacón reformó partiendo del repertorio almeriense y unionense. Entregado afronta Enrique con cadencias propias las soleares Lloré más que Jeremías, que hunden sus raíces primero en aires de Alcalá y segundo de Triana –por Mairena atribuidos a La Andonda-, para rematar, a la antigua forma, con una bulería por soleá.
Al ver al hereje levantarse y hacer camino al andar, la santa flamencología puso el grito en el santo cielo.
Hubo excepciones. Un valiente que escudó el determinante paso de Morente, fue Fernando Quiñones. Desde las páginas de ABC (19/IV/1975) alabó su gesto, apoyando la urgente necesidad de caminar por sendas diferentes recuperando cada cual su propia voz. Con la obligada cautela Quiñones piropeó el trabajo y las creaciones personales del cantaor, eso sí, «peropeando», poniéndole peros, negándoles valor a los tangos que él vio como «rumbitas de Peret». Nadie es perfecto.
Unas “rumbitas” de genuino sabor tanguero sacromontano y rítmica de Caño Roto que concluían con un guiño a Federico, el recuerdo a “Doña Rosita la soltera”: Abierta estaba la rosa… Este mismo año 75 aparecieron de inmediato dos versiones alternativas, con letras adaptadas a la música de Morente. Una del cantaor trianero Curro Fernández, “No reniego de mi raza” (Moviplay/Gong, 1975), y otra en son de gipsy rock a cargo del grupo folkflamenco almeriense Cal y Canto, “Cada verso un camino” (Polydor 23 85 102, 1975). Con “Se hace camino al andar” se iniciaba también el concepto de “se hace camino al copiar”, que cuajará de giros morentianos el flamenco presente. Muchos de los hallazgos del momento han pasado de manera casi anónima al acervo flamenco. Las entonaciones atarantadas de Morente, su concepción de los tangos –más jaleos y bulerías por venir-, las nuevas variantes de viejos géneros, la dimensión catedralicia de la tonalidad..., son los primeros eslabones de una cadena que se prolongó en múltiples direcciones.
A propósito, escuchemos las palabras que en 1993 nos dejó Manzanita:“Con Enrique Morente hice Se hace camino al andar. La verdad es que Enrique siempre ha sido un hombre muy innovador, muy inquieto. Él me ha enseñado mucho. Yo creo que la mayor parte de lo que soy yo me lo ha enseñado él. Me enseñó lo que era la poesía. El disco que hicimos... Yo creo que de ahí, de ahí empezamos a partir mucha gente. Todavía hoy escuchas ese disco y está actualizado, parece que está hecho ayer. Yo estoy muy contento de ese trabajo y me imagino que él también. Nos queremos muchísimo. Fue una experiencia irrepetible. Muchas veces hemos pensado en hacer otro trabajo juntos, pero las circunstancias lo han impedido”.
Nada es eterno y ya no podrá ser. Pero, al menos, gracias a las gestiones de Javier Bilbao, se han rescatado de los archivos Hispavox descartes del álbum de marras, que hoy adquieren particular valor, con Morente y Manzanita mano a mano. De los famosos tangos A la hora de la muerte hemos logrado recomponer dos piezas alternativas, una, magnífica, donde únicamente escuchamos la voz en directo de Morente, y una segunda en la que se dobla haciendo un dueto como los que a inicios de los años 60 practicaban La Perla de Cádiz y María Vargas, cantando al unísono por alegrías; aquí lo hace Enrique por tangos y está que se sale. Y por otra parte ha surgido una joyita, muy significativa en la biografía de Morente. Nos referimos a los fandangos de don José Cepero, Pa ese coche funeral, que el granadino puso en actualidad. Les refrescamos el episodio. Coincidieron el tremendo Proceso 2001 y el atentado al presidente del Gobierno almirante Carrero Blanco. Aquel día señalado, 20 de diciembre de 1973, Enrique Morente anunciaba un recital en el Colegio Mayor San Juan Evangelista. Y cantó, pero poco. Tan sólo el añejo fandango: Pa ese coche funeral / yo no me quiero quitar el sombrero, / pa ese coche funeral, / que la persona que va dentro / me ha hecho a mí de pasar / los más terribles tormentos. 
De seguido…, el acabose. Del escenario se llevó la policía a Morente, suspendiendo el recital, y al local se le sancionó con una multa de 100.000 pesetas…, que a cuatro años vista la Ley de Amnistía mandó a la papelera.
Con todo, lo más rupturista de Morente este rupturista año de 1975, será su colaboración en el primer disco en solitario del rockero sevillano Gualberto, “A la vida y al dolor” (GONG/Movieplay S-32.645), que sacaría el inefable Gonzalo Garciapelayo. Por aquello de los contratos en exclusiva, Morente aparece simplemente como Enrique, pero es tan inconfundible como Bob Dylan, no pasa desapercibido! Lo escuchamos en el disco de extras: La pincelada en Canción del arco iris (Rainbow song), el quejío lacerante entre sitares y sonantas en aire de bulerías por soleá de Terraplén, y el cante “semitonado” de Prisioneros –compartido con “cante” anglosajón- sobre una base rockera eléctrica y ecléctica. Allí los pelos largos jóvenes, aquí los flamencólicos con los pelos de punta. “¡En qué tribunal se ha visto / ni en qué sala ni en qué audiencia / al reo darle por libre / y al libre darle sentencia!”, canta Enrique antes de ir, casi, preso de tanto alarde de libertad. En su favor conste que este último cante por carceleras se lo transmitió Aurelio Sellés, del original martinete del gaditano Juan Cantoral –para Silverio el mejor de la especialidad-. Ya lo decía el maestro: “Solo retrocediendo podemos coger carrerilla para saltar al mañana”.


Consumando esta primera etapa profesional, Enrique Morente plasma una obra antológica, “HOMENAJE A DON ANTONIO CHACÓN. ENRIQUE MORENTE / PEPE HABICHUELA” (Clave 18.1380 S, 1977), culminación de esos tres lustros volcados en el desagravio a quien fuera indiscutido number one del género, calumniado por los flamencólicos –término aportado a nuestro bagaje léxico por Morente. Para la recuperación de la figura y el arte de don Antonio Chacón encontró Morente el aliado crucial en su amigo –y productor- José Blas Vega, quien, por su parte, entregará a la bibliografía flamenca un ensayo absolutamente esencial: “Vida y cante de don Antonio Chacón” (Ayuntamiento de Córdoba. Concejalía de Cultura, 1986). De momento unen voluntades en la confección de un doble álbum que recupere todos los cantes posibles de aquel genio jerezano. Antonio Chacón era el no va más a defender, recuperar y divulgar.
Mientras Blas Vega profundiza en el apartado histórico, Morente refresca su legado artístico para devolverlo a la vida en plenitud, un legado que fue recomponiendo con ayuda de los viejos sabios que en el planeta flamenco fue encontrando: Pepe el de la Matrona, Manolo el de Huelva, Aurelio Sellés, Bernardo el de los Lobitos, Jacinto Almadén, Rafael Pareja, Tío Parrilla, Pericón de Cádiz, Manuel Pavón, Juan Varea, Manolo Caracol, Antonio Grau y tantos otros. Nada hay aquí de improvisación, sí de investigación y mucho trabajo para actualizar el legado de Chacón. En este sentido hay que abrir párrafo aparte para recibir a ese guitarrista con el que concibió, tono a tono, acorde tras acorde, la colosal obra. Señoras, señores, con ustedes, José Antonio Carmona Carmona, ¡Pepe Habichuela!
- Hola, qué tal.
- Pues mira, hablando de ti estaba. Que eso, qué cómo conociste a Morente y tal y tal.
- Pues fue en 1973 o 74. Yo trabajaba en Las Brujas con Manolo Sanlúcar, y Enrique, que entonces hacía pareja artística con él, vino al tablao y nos conocimos ¡Ah!, antes, lo escuché en Zambra y mi hermano Luis me lo presentó y me hablaba muy bien del paisano, de que cantaba fuera de serie… Pero esa noche nos fuimos desde Las Brujas a tomar una copa a la venta El Palomar, y hubo ahí un encuentro bonito de la guitarra y la voz. Así empezamos…, pronto vinieron las actuaciones en las universidades, y luego los discos, que grabamos en 1977 hasta tres, el doble de Chacón y “Despegando”. Me preguntó -“¿Te apetece que grabemos?” - “Ya estás tardando”, le dije. Me iba todas las tardes a ensayar en su casa, en Álvarez Abellán, en Carabanchel, Su madre, que en gloria esté, nos daba de merendar mientras nosotros andábamos preparando el disco, y echábamos la tarde fenómeno. Se nos pasaba el tiempo volao, porque estábamos haciendo algo que nos gustaba a los dos. Lo trabajamos mucho, y ese trabajo se nota nada más que empiezas a escuchar los discos; se nota que hubo ensayos y complicidad.
- Pero sé que a la hora de grabar alguna de las piezas llegaste al estudio algo perjudicado…
- ¡Cómo lo sabes! Tenía er deo con fiebre, me había pillado el pulgar con la puerta del coche y estaba sin uña. Pero Enrique, como era así, me animó a intentarlo –“A ti, como te suena la guitarra, no te hace falta ni uña ni na…”-. Bueno, ahí ha quedado, y, la verdad, no ha quedado mal.
Pepe Habichuela (Granada, 23/X/1944) se hace cargo de todas las guitarras que suenan, pues a veces hace recordings e interpreta dos a la vez, y, por si fuera poco, en el mirabrás utiliza el instrumento como elemento de percusión. Del resto de las percusiones, jaleos y palmas se encargaron Cancanilla -quien también baila-, Guadiana y Chocolate de Madrid. Con tal apoyo Enrique y Pepe, su mano derecha por muchos años –con fiebre y sin fiebre-, concibieron un trabajo que es un auténtico monumento en torno al legado pontificio de Chacón, poniendo al día el complejo mundo de las esencias y las herencias chaconianas, creadas en los albores del pasado siglo y caídas en desgracia con la posguerra, porque llegaron los doctores de la Iglesia Jonda dispuestos a pasarse de listos y quedarse cortos de oído. Morente se eleva por las escalas tonales en un paroxismo vertiginoso mientras Pepe armoniza en la guitarra todas y cada una de sus cadencias, sin acudir a los lugares comunes, buscando soluciones de futuro. Es por ello que insistirá Morente en que ambos aparezcan en portada y sean anunciados con letras de igual tamaño. El cantaor, tan poco dado a vanagloriarse, sí a restarse méritos, fuera de norma declaró sobre esta obra cuando hubo lugar: “El disco que hice con Pepe Habichuela, Homenaje a don Antonio Chacón, me parece que es un trabajo serio, que tiene una calidad…”.
El doble álbum de lujo, presentado por José Blas Vega, llevaba en portada un retrato de los protagonistas realizado por Mario Pacheco, quien sitúa a cantaor y guitarrista ante un velador del colmao madrileño Los Gabrieles (C/. Echegaray, 17) con dos catavinos de buen fino, rodeados de azulejos publicitarios de la época.
Chacón impartía cátedra allí mismo, a la vera de la plaza de Santa Ana. En la imagen, Pepe Habichuela está tocando en la guitarra sobre el inspirador acorde de taranta, que tanto aportó al cante de Chacón y a Morente para su revolución flamenca.
Por una vez lo bien hecho bien resulta, e Hispavox presenta el trabajo oportunamente, siendo condecorado el álbum en 1978 con el Premio Nacional de Música Popular del Ministerio de Cultura… Hubimos de aguardar a que en 1995 dicho ministerio concediese a Enrique Morente el Premio Nacional de Música -distinción hasta la fecha vetada para un flamenco-, para que Hispavox, y aún tardó un año, se replantease digitalizar su obra y reeditar completo por vez primera tan significativo álbum. Le tendremos que echar la boca.
El que aquí se presenta es un Chacón tan fidedigno como actualizado. Apartándonos del método empleado hasta este punto, no vamos a entrar a pormenorizar ningún cante. Como tal antología ya está suficientemente sistematizado el contenido, pero adviertan ustedes mismos y asómbrense de la dimensión tonal de cada pieza.
Con un legado así, sí que se puede y da gusto hacer camino al andar…

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