Sitúo la primera vez que fui ‘tocado’ por el
flamenco en las fiestas de la ciudad que suelen celebrarse hacia finales del
verano. Era de noche y pasaba por delante de la iglesia de San Agustín. Ex–iglesia más bien, pues había sido abandonada por los curas (desacralizada o
como la llamen). Semiderruida, el Ayuntamiento de Valladolid de por aquel
entonces (psoe: años 80) trataba de dar al espacio algún uso, para conciertos,
espectáculos (La Fura del Baus ejecutó allí su primera obra).
Así que pasaba por esta ex–iglesia cuando miro
hacia su interior y veo a un cantaor al fondo (le recuerdo joven, no sé quién
podría ser). Me paré a escucharle, y de repente todo aquello que se me había
dicho, que había leído –y yo buscado-, sobre los 'efectos' del rock sinfónico,
progresivo o psicodélico, ese ‘viaje, se produjo con el cante de aquel cantaor.
Fue como ausentarme, ser llevado fuera de allí. Me
sorprendió y gustó la experiencia-sensación, que quedó grabada.
El disco que más cerca sentía de llevarme a ese
‘viaje’ era el You, de Gong. O ese poder le otorgábamos mis colegas y yo, por encima de la escucha de los de Pink Floyd, Moby Grape, King Crimson… Hace poco he
vuelto a oírle y aunque se deja oír, sigue sin llevarme de trip.
Antes de ese momento en la iglesia, mis antecedentes
flamencos eran nulos. En la radio, en mi casa no escuchaba nada de flamenco, y
si sonaba no quedó registrado en memoria sonora (mucho tiempo después descubrí el lado flamenco de mi padre y madre). La que empieza a registrarse
es en torno a los 15 años cuando empiezo a escuchar más música y esta es el
pop, rock, música negra y otros sonidos patrios o extranjeros.
Fue la música negra la primera en hacerme sentir
‘algo’, la primera en ‘tocarme’ y en situarla por delante de las demás. El
primer disco que me compré fue el single Papa
was a rollin’ stone, de The Temptations. Aquel post-soul/prefunky de
Kendricks y compañía me llevó a interesarme por los antecedentes de la música
negra americana o afroamericana: blues, r&b, soul, doo wop, góspel, jazz, claro,
y hacia adelante lo que estuviera por venir o inventara la gente de color.
El único disco de flamenco que entró en mi discoteca fue Triana, raíz del cante, de Antonio Mairena, comprado de segunda en mano en
Cantarranas, antiguo rastro de este Valladolid (por aquel entonces, mediados-finales de
los 70, leía el semanario musical Disco Expres, donde muy de vez en cuando
hablaban de flamenco, tal vez de ahí me sonara el nombre de Mairena). Al llegar
a casa puse el álbum –de vinilo, aún le tengo-, por la cara B (se decía que si
la primera canción de la cara B de un Lp era buena, el disco también lo era).
Sonó “Gitana pura”, unas bulerías que enseguida me
atraparon (“Era de Triana y se llamaba Carmen…”), no así el resto de cantes del
disco: no sabía por donde cogerlos. Pero me dio una pista y una cierta inquietud, había algo en la música que desconocía.
Más o menos por ese tiempo, un amigo, Leo, mayor que
yo (había sido batería en grupos de Donosti –San Sebastián, por entonces-, y
contaba con una gran colección de discos), me puso en su casa La Leyenda del
tiempo, de Camarón: un gozoso descubrimiento, tanto como un primer beso.
En mis intereses musicales seguía mandando lo negro, el rock, algo de pop (Añadiría otro antecedente, la canción “La lotera”, de Lola Flores –grabada en 1958 como un “monólogo sobre ritmo de tanguillos”, según he leído a Gamboa que definieron sus autores León y Quiroga-, y que escuché en casa del amigo y pintor-escultor imaginero, Leopoldo del Brío Trimiño 'Poldo', entre piezas de Bach o Ligetti que solía poner en sus sicodélicas soirées castellanas. Cuando llegó el rap me acordé de ella) (En cuanto a la música clásica, nos respetamos. Soy más del jazz, o era, hace tiempo que no veo gran cosa por ahí, clásicos aparte).
En mis intereses musicales seguía mandando lo negro, el rock, algo de pop (Añadiría otro antecedente, la canción “La lotera”, de Lola Flores –grabada en 1958 como un “monólogo sobre ritmo de tanguillos”, según he leído a Gamboa que definieron sus autores León y Quiroga-, y que escuché en casa del amigo y pintor-escultor imaginero, Leopoldo del Brío Trimiño 'Poldo', entre piezas de Bach o Ligetti que solía poner en sus sicodélicas soirées castellanas. Cuando llegó el rap me acordé de ella) (En cuanto a la música clásica, nos respetamos. Soy más del jazz, o era, hace tiempo que no veo gran cosa por ahí, clásicos aparte).
Y fueron llegando los Pata Negra y los nuevos
gitanos rockeros-poperos-flamencos. Y de vez en cuando iba escuchando algo más
de flamenco.
Con el transcurrir del tiempo llegaría un progresivo
alejamiento de las músicas ‘guiris’ (pop, rock y compañía); pasaron a un
segundo o quinto plano –sólo consiguen llamarme la atención sonidos nuevos-, el
flechazo aquel fue convirtiéndose en algo más serio, en la relación que
actualmente mantengo con el flamenco.
(Continuará: ¿Por qué? ¿cómo? ¿cuándo? El Amor)
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