-Teníamos
una dieta económica cuando no trabajábamos. Entonces como yo había sido
boxeador, ya te he dicho, sabía dar masajes de la hostia. Y para tener más dinero, le daba masajes a Antonio. Y
antes de ir a clase de ballet y todo, iba a su casa de la calle Padilla, 45, le daba un masaje y
allí desayunaba y allí tenía el bar, me pegaba un lingotacito (risas), y luego
volvía a comer. Tenía dos doncellas, le llamaban señorito, y el chófer. Era cuando... el cabrón, se
cachondeaba cuando estaba liado con la Duquesa de Alba. “No te preocupes,
puedes hablar, que Rodolfo no sabe inglés”. Antonio lo hacía a posta porque sí
sabía que yo chanelaba el inglés, o sea, que me enteraba de todo (risas).
-¿Seguíais algún tipo de dieta
alimentaria?
-Que te casaste me decías ¿con quién?
-Ella era una bailarina de la hostia, era solista de Carmen Amaya, de Antonio.
Españita, se llamaba España (de nombre artístico: Rosa España), la puso el nombre su padre. Era director de un
banco, del Bilbao Vizcaya y estaba exiliado en Venezuela (posteriores aportaciones señalan como banco el Hispano Americano y el país, Costa Rica), de repartidor de pan. Y. Era jefe de los rojos, para que te enteres.
Y, entonces, yo recibía todas las hostias aquí. Por la policía. Me llevaban y de todo. Hala, a la
comisaría, a Puerta del Sol. Por estar casado con su hija (no recuerda el
nombre del padre de España). Tenía
tres hijas, las puso a cada una, que nacieron fuera de aquí, Libertad,
Estrella, España. Fíjate si era
amante de sus ideas el hombre. Y yo le pedí permiso para casarme con su hija y
él me lo dio. Sí señor.
-¿Tendrías unos 30 años?
-Síporahi.
-¿El baile flamenco es tan duro su entrenamiento como el clásico?
-¿El baile flamenco es tan duro su entrenamiento como el clásico?
-No
es comparable para nada. El clásico es muy duro porque es artificial, está
creado por la técnica, por el conocimiento de la técnica. Y el flamenco por el conocimiento del alma. Tienes que
bailar con alma si no, eres un cagao. No hay flamenco, ni nada de nada. Tiene que
salir de las tripas. ¿Te
estás haciendo un porro? (ríe).
-Para el camino (Nota: estoy liando un cigarrillo de tabaco).
-Para el camino (Nota: estoy liando un cigarrillo de tabaco).
-Un
porrín (cantando) porrín, porrín, porrín.
-¿Tú no has tomado nunca drogas?
-¿Tú no has tomado nunca drogas?
-Las
odio.
-Vamos,
drogas, yo qué sé…
-Que
te he entendido, que te he entendido, pero yo las odio. Mi padre tenía una enfermedad.
Y tenía una pierna que se operaba él mismo. Se sacaba las esquirlas del fémur
con un punzón. Pero con cojones y entonces, la morfina y las mierdas para
aguantar. Eso me hizo a mí odiarlas. Ni se me ha pasado por la cabeza, ni por
probar. Se le deshacían los huesos.
-¿Era
duro, tu padre?
-Te
daba una hostia y (ríe) joder que si era duro; era terrible, de estricto,
pufff… pero era un señor de la hostia. Ahí tengo una foto de él (sale de la habitación y regresa con una caja llena de fotos)… mira… (foto del padre: retrato de medio cuerpo, con gafas y traje, aspecto de intelectual o director de escuela, de mediana edad).
- ¿Qué edad tenías cuando murió tu padre?
-De doce para trece años. Luego, a los dos años, se ahogó mi hermano… ya ves, qué
cojonudo (continúa viendo fotos). Toma,
El Cairo ¿no? (foto de la ciudad).
-¿Qué
tal con los árabes?
-Yo
no los trago, lamentablemente.
-¿Qué
les parecían a los árabes vuestros espectáculos?
-Bua,
se volvían locos. Pero, no. Que dios me perdone, pero los árabes no me gustan
nada. No están aquí las que te quería enseñar. Esta es mi madre.
-En
el ambiente musical y cultural de tu casa ¿estaba el flamenco?
-No.
No, no, no estaba el flamenco.
-El
flamenco lo descubres en la calle.
-Claro.
No, lo descubro, me lo enseña, porque bailando las sevillanas con Doña Ramona iba
un guitarrista, que era invidente, se había quedado ciego. Vivía en la calle la
Asunción, había estado trabajando en la Renfe. Yo le llevaba hasta la guitarra.
Presumía, yo. Y ese era el más flamenco que parió madre. Fabuloso. Nada más despertar, lo
primero que hacía era tocar la guitarra. Ese bailaba. Cantaba. Me enseñó
flamenco, de la hostia, el que más me enseñó. Le tengo en el estudio. Como dios
manda. Con una foto así de grande: Amador González. Lo sabía todo. Luego los
delicados decían que tenía los dedos de madera. Los cabrones. ¡Cabrón! si está
tocando flamenco ¡que no está tocando clásico de la suite Iberia! Aquí había
una mala hostia. Y la hay. Pero, yo creo que antes más, por la ignorancia,
ahora la gente está un poco más cultivada, coño. Hay un movimiento distinto,
sin querer se va pegando en el cuerpo ¿no? Pero es que antes era… de agarrarse. ¿Te dije que me alquilé yo una barbería? (asiento) y me cambié de comercio para ir a bailar. Y
había una bailarina que venía de Madrid, pero que era de Valladolid y vivía en
la calle Esgueva y ahora no me acuerdo cómo se llama, tiene cojones.
-Bueno, ¿me paso el lunes?
-Bueno, ¿me paso el lunes?
-Cuando
quieras, hombre (...) ¿Te vale lo que estoy largando?
-A mí
sí. Me resulta...
-Chocante.
-Bueno, interesante, por supuesto. Me gusta el relato que cuentas (Vuelve
a contarme cuando se presentó ante Antonio para decirle que quería entrar en su
compañía).
-Dar el
paso ese.
-Sí, le
di.
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