lunes, 21 de agosto de 2017

'Rodolfo Otero: Amor por la danza', en versión original (12 de julio del 2016 - I)

Empezamos hablando sobre qué voy a hacer con estas charlas, encontrar editoriales –le digo: "de Valladolid sería lo preferible; también está la opción de intentarlo con editoriales de flamenco a través de Pedro (Sanz, director de las Jornadas Flamencas Ciudad de Valladolid, y amigo)-…


-¿Cómo estaba el ambiente flamenco en Valladolid cuando montas la academia?
-Pues no creo que ni mejor ni peor que ahora.
-¿Y en relación a décadas anteriores, cuando tú empezabas?
-Pues posiblemente peor, creo. Por ejemplo, empezaron a prohibir. Se prohibe cantar, bailar, hacer manifestaciones políticas… en todos los sitios. Estaba Casa Manolo, en la calle Panaderos, pasando el Caño Argales, ahí me metía yo en el reservado con el guitarrista, y allí podía baila todo lo que me salía de los cojones; en la calle Vega, bailaba también, en la taberna La Asturiana (en realidad, El Asturiano). Cosas así. Pues entonces estaba mejor. Había otra tolerancia. Después se quiso imponer otra disciplina: flamenco no. Vete a tomar por culo. Tendría que hablar finito, finito.
-Va a salir una historia llena de tacos (risas).
-Hay que hablar por lo fino.
-Dicen que cuando se empieza en un arte se empieza copiando.
-Yo no creo que sea así. Se empieza tomando conocimiento de donde te vas a meter, eso es razonable. ¿Vas a copiar a Carmen Amaya? Los cojones. Eso es inimitable. Te fijas en aspectos, en el alma que ella tenía, en cualquier gesto, movimiento, rebosaba todos los aires del flamenco, ¿qué ibas a copiar? Yo lo que cogí fue amor al baile, viéndola a ella, era la maravilla que te embarga. De eso a copiar…


-Si no te hubiera echado Antonio (el Bailarín), ¿has pensado en lo que te podría haber pasado?
-No. Pero no le he tenido ningún rencor; sino que vi que era injusto. Sabía que me iba a despedir. Cuando fui el último día yo ya tenía la ropa de ensayo y todo para irme, lo in-tu-í-a (vuelve a recordar el incidente de su despedida), y Don Honorio Fernández Riesgo, el que puso la pasta para que Antonio hiciera la compañía, estaba de acuerdo, fue el que le apoyó en mi despido… y el que le dio categoría a Antonio, que venía con camisas norteamericanas, de vivir en Estados Unidos (Antonio cuando formaba pareja con Rosario salieron de España en 1936 y no volvieron hasta 1949, primero una larga etapa en Sudamérica, después en Estados Unidos) y venía hecho un garrulo americano y este señor era de lo más exquisito de la alta burguesía de España, entonces le metieron en el Hotel Palace a vivir, a Antonio, para empezar a rodearse de un ambiente, de algo, que no fuera la chorrada de los monigotes esos –risas- de las camisas.

Año 1960.

-¿Era el número 40 ó 45 el estudio de Antonio?
-No, esa era su casa. La sala de estudio estaba en la Calle Consolada, paralela a la Avenida de América.
-¿Era como una obsesión para ti el baile?
-Claro, soñaba con el baile, pero trabajaba por el baile. Y quería ser el mejor. Y entré siendo el último y llegué a ser el primero, ¿qué te parece, guapo? Eso es lo que es, demostrarlo, no solamente soñar. Currar, currar, currar (cada palabra acompañada de un golpe en la mesa), con sentido, claro.

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