-(Yo)¿Que el flamenco no tiene nada de árabe?
-No (levanta la voz), de La India, sí. ¡De ahí viene el flamenco, huevos tuyos tanto que sabes!
-No (levanta la voz), de La India, sí. ¡De ahí viene el flamenco, huevos tuyos tanto que sabes!
-De
eso nada, yo no estoy de acuerdo con eso.
-Allá
tú. Yo te respeto la tuya. Yo te digo que la mía es que viene de la India. Y ya
está, es así (con firmeza), para mí lo es. Y para muchos flamencos que conozco…
(Seguimos
un rato debatiendo, Rodolfo deja languidecer el tema, sin moverse de su sitio
teórico; una cierta tensión en el aire).
-Tú
a Jerez de la Frontera has ido mucho ¿no?
-¿Por?
-Me
acuerdo cuando tenías la moto, y cuando fuimos nosotros a Jerez que nos diste
la dirección de aquella pensión, y como que ibas todos los años.
-He
ido sí, porque estaba la Cátedra de Flamencología, en el Palacio de San Juan. Y
porque Jerez me encanta. El aire, solo. El pararme como me he parado diciendo ¡no
sé tocar ni una puta mierda de palmas al lado de esta gente, me cagüen la madre
que me parió! Me sentaba en un bordillo
y escuchaba yo las palmas entre las rejas, que estaban tocando ellos, y me
fascinaba. ¡Qué sentido le daban al
sonido de las palmas! ¡Y cómo sonaba! Eso lo puedes escribir que es verdad.
-¿Te
dedicas más al flamenco después de Antonio?
-Sí,
claro, me dedico más al flamenco (entramos en una serie de puntualizaciones
sobre asuntos que hemos tocado anteriormente; algunos aclaramos, otras medio
aclaramos, otras, “joder, que no me acuerdo, tú”).
-¿A
qué hora vas al estudio (de baile) por las mañanas?
-Depende.
De momento voy a dar de comer a los peces. He llegado hoy y el último pez que
tenía en el acuario: muerto. Fíjate la cabronada. Hay que limpiar la bomba, el
filtro del agua, la arena y todo. Se han muerto porque no estaba como dios
manda. Y ¿qué?
-Que
me tendría que pasar por el estudio y ver contigo lo que tienes allí.
-Fíjate,
que me ha extrañado. Amancio Prada cuando vio el estudio se quedó enamorado, y
salimos a dar un paseo con la maestra y yo y él, charlando de que había
estudiado aquí en la Universidad de Valladolid, que le gustaba mucho
Valladolid, que tenía gratos recuerdos de su juventud y tararí tarará. Y eso,
que ha estado tocando aquí, y se me ha pasado ir a verlo porque si no vienen a
mí voy yo.
-Sí,
ha estado la semana pasada.
-Sí.
Si quieres un caramelo te lo puedo dar. Sin azúcar, para los diabéticos. Bueno,
ya lo sabes (cojo un caramelo).
-¿Con
los gitanos qué tal? ¿cómo te has llevado con ellos?
-Muy
bien. Siempre.
-¿Les
conocías desde pequeño?
-En
el barrio de San Nicolás vivían gitanos, y la gitana más guapa que había fue
novia mía ¡gitana! Y entraba en su casa y todo. Sin problemas. Luego se fue a
Madrid, ella. Y allí en Madrid, la vi. Era guapísima, de morirte.
-¿Aquí
los gitanos eran flamencos?
-Un
gitano siempre ha sido un gitano. El gitano nunca ha querido estudiar, el
gitano era el mejor del mundo; sus hijos, los mejores del mundo, los mejores
bailarines, los que mejor cantaban. Lo decían ellos, pero no los demás. Era
super proteccionismo, por complejo de inferioridad. Porque les habíamos atacado
mucho los payos, despreciándoles, descalificándoles, bah es un gitano… y eso les daba por culo. Mucho.
-¿Cómo
te acercabas a ellos?
-Los
gitanos se acercaban a todos. Cogían así y se llevaban tres o cuatro cortes de
traje de caballero de la hostia, buenos, y les vendían. Ahí en la calle
Ferrocarril estaban. En la tienda (de telas donde trabajaba) llevaba yo allí a
todos los gitanos, y zapateaba y bailaba detrás del mostrador, yo. Y por eso
venían, y por eso les vendía las telas y les mangaba. ¡Yo, a los gitanos! Con
el metro (ríe). Les mangaba, visualmente, pero luego al resultado, les daba lo
justo.
-¿Te
enseñaron algo de flamenco los gitanos?
-Quien
me enseñó, te lo he dicho, de flamenco fue Amador González. Eso era una
bendición. El amor que tenía por el flamenco no lo tiene nadie. Ciego y todo.
Joooder. Y
había otro, que era un cantaor muy bueno, el Chapí. Vivía en la Plaza de las
Brígidas. Y luego se pasó a las Delicias, a la calle del Trabajo. El Chapí. Más
flamenco que sus muertos.
-¿Era
payo?
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