sábado, 28 de octubre de 2017

'Rodolfo Otero: Amor por la danza', en versión original (28 de julio del 2016 - I)

(Está viendo la tele; acaba de venir de dar de comer a los peces que tiene en el estudio; le duelen las manos, “artrosis… no tiene remedio”, se golpea en las manos; empiezo a divagar sobre posturas del cuerpo al bailar; él dice plié, cuando encoges las rodillas, “plegar”; y de ahí a posturas que adopta el boxeador –“he sido campeón de boxeo”-, o el torero. “Eres un tío con inquietudes. Muy bien”).

-¿Y sobre esa relación entre flamenco y toreo?
-Pues al ser flamenco hay esa asociación de ideas. Y sí, si haces así (hace un movimiento con los brazos), pues ya es flamenco; puede haber habido un trasvase de posturas, si eres flamenco, claro.
-Ahora los toros están cuestionados, ¿tú qué opinas, tienen  tanto sentido como antes?
-Pues, el sentido lo tienen; ahora, que lo sepan conservar, eso es distinto. El sentido lo tiene, ¿cómo no lo va a tener?, como el flamenco.
(Divago sobre los toros; sobre mi comprensión hacia el hecho taurino, y mi entendimiento de la postura antitaurina).
-¿Has visto torear a José Tomás?
-Joder, cojonudísimo. Sí, le he visto torear, tiene un dominio y un conocimiento del toro que te cagas… y tiene la templanza, que es lo más jodido que puede haber, para un torero. Es dueño y señor del espacio. Apúntate eso, que eso no lo dicen todos.

Rodolfo con el Ballet de Antonio.

-Debió de ser la hostia de duro cuando entras en la Compañía de Antonio el Bailarín y empiezas a aprender ballet.
-Puah!
-Porque no tenías ni idea.
-No señor. Eso no es duro, lo duro es lo que tienes alrededor. Que los compañeros ya tienen una carrera hecha.
-¿Cómo te sentías?
-Yo iba a lo mío, pero qué quieres que te diga: para vencer; todo aquello para llegar a hacerlo. ¿Cómo me sentía? Pues un luchador (recuerda el episodio de cuando Antonio no le quería coger al llegar a Madrid y el secretario del bailarín intercedió por él). El ballet clásico es muy duro, durísimo. Es de una disciplina impresionante. Y si no se somete uno a esa disciplina… pues hace cagal (risas). Claro.
-Descubrirías cosas nuevas que podías hacer con tu cuerpo.
-Hombre, claro, ya ves. Primeramente, tener un orden, un conocimiento del movimiento, que está diagnosticado, lo que es una primera posición, una segunda, una tercera, una cuarta, una quinta, una sexta… posiciones que son de brazos, de pies. Sí. Es una disciplina muy severa.
-¿Y más viniendo de una cierta anarquía en el aprendizaje de bailar?
-Sí, ya ves. Pero no tenía que mezclar una cosa con la otra. O te sometes a estudiar el ballet clásico o si te crees que vas a hacer lo que te dé la gana, estás apañado, no lo vas a aprender nunca (entra Blackie, la perra, toda contenta; Puri la llama. “Anda, Blackie, que te llama Puri para limpiarte los ojos”, digo. Y sale. “Entiende todo, sin ir al colegio”, dice Rodolfo, “míralo”).
-¿Cómo cuánto tiempo te pudo llevar ese aprendizaje de lo clásico?
-Pues no lo sé, honestamente, no lo sé. El que piensa que domina algo es que es tonto de los cojones, porque eso te domina a ti (risas). Era someterme a las enseñanzas, y adaptarme a  los compañeros para hacer lo que hacían ellos. Eso cuesta mucho, hombre.
-Me lo imagino.
-No te lo imaginas. Porque una quinta posición no la llegas a hacer así, porque te dé la gana. De pies (se levanta), de pies yuxtapuestos, uno para allá y el otro para allí, eso no lo haces en un momento. Y luego ten el equilibrio y luego moverte… y luego, eso.
-Y el hándicap de la edad cuando empiezas…
-Hombre, claro, cuanto más mayor más duro es y más desorganizado estás para hacer la organización que tiene el ballet, no te quepa la menor duda. Pero bueno, se aprendió.


-Y ¿los compañeros?
-Ya tenían bastante con lo que tenían que hacer.
-Tenías a la maestra.
-Madame Ivanova, había sido bailarina solista con la Paulova. Pero era inglesa. Sólo que entonces se llamaban todos como si fueran rusos. Sí, señor.
-Durante el tiempo que estuviste con Antonio, ¿actuaste en Valladolid?
-Sí, en el (teatro) Calderón.
-¿Sólo una vez actuasteis aquí?
-Yo creo que sí, que solo una vez. Que yo recuerde.
-¿Fue la familia a verte?
-No recuerdo. Yo iba, egoístamente, si quieres, a lo mío, y la preocupación máxima era hacerlo bien. Era lo que tenía que hacer. Y cada día, mejor. Y eras tan egoísta que no te importaba nada. O te importaba, pero en una esfera inferior.
-¿A tu madre qué le parecía lo que hacías?
-Bien, a mi madre le parecía bien, lo que hacía. Sí.
-¿A qué se dedicaba tu madre en aquellos tiempos?
-Mi madre era modista. Y buena, además.
-He encontrado por internet referencias a tu hermano Publio, de sitios dedicados a genealogías, y aparecen carnets o pasaportes de que estuvo en Brasil, y en Francia, en París me dijiste que estuvo.
-Sí, fue algo esporádico, a ver el ambiente que había por si se podía quedar. Un viaje como de observador. Ir, ver y volver.
(En la tele andaluza, Jerez; le hablo de cuando estuve con Carmen allí; y luego de otra visita a Cádiz, por otros pueblos).
-A Johanesburgo, ¿fuiste sólo una vez, con Antonio?
-Sí. En barco, fuimos. Muy bien, fabuloso.
-Sudamérica y Estados Unidos, ¿lo visitasteis más?
-Mais, oui, Monsieur, mais oui.
-¿Qué impresión te causó Nueva York?
-No me piacce niente. Nooo. Nueva York para ellos. No me gusta. Nada. Sí hombre, los museos, sí. Nada más. Se acabó la historia. Y yo me levantaba a las cinco de la mañana o las seis, e iba andando solo por las calles, para ver amanecer y todo.
-Vamos, que no te quedarías a vivir allí.
-Pero qué dices, prefiero cualquier ciudad europea. Y un pueblo. Laguna de Duero, mejor. No te jode. Nueva York es escalofriante de… es una rigidez idiota, coño. Ponerte a mirar para arriba, para los rascayús (risas), rascayú cuándo mueras qué harás tú. No, eso está hecho para ellos y por ellos. Para mí, es un artificio de… mierda, de poderío del capitalismo, pues muy bien, meteros donde os quepa el capitalismo de los cojones, yo me quedo con una casa de campo, más guapa que la madre que la parió. Sí, señor.
-¿Siempre has dormido poco?
-Pues sí. De toda la vida. Me levantaba yo solo a ver las ciudades, sin que nadie me enseñara nada. Yo descansaba lo suficiente y si no, me jodía. Si no, no me hubiera enterado de nada. Con la comodidad no se va a ningún lado. Te lo aseguro.

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