LA FAMILIA
La casa jerezana de los Agujetas está emparentada con otras de semejante estirpe, como los Moneo, los Chaqueta o los Rubichi, dedicadas en el pasado a los trabajos agrícolas, a la fragua o a faenas eventuales de la más variada especie. Manuel de los Santos Gallardo, Agujeta el Viejo (Jerez de la Frontera, 1908-1976), fue guardagujas, y de ahí el nombre, que ya ha quedado para identificar a esa rama de la familia. El cante y el trabajo marchaban juntos y ese paralelismo producía unos efectos inmediatos en la calidad de las interpretaciones, en el sabor y en unas características muy determinadas según las dinastías. De ahí nacieron las peculiaridades musicales que definen cada linaje, y la de los Agujeta es muy rica en matices diferenciadores y, por lo tanto, perfectamente identificable.
La casa jerezana de los Agujetas está emparentada con otras de semejante estirpe, como los Moneo, los Chaqueta o los Rubichi, dedicadas en el pasado a los trabajos agrícolas, a la fragua o a faenas eventuales de la más variada especie. Manuel de los Santos Gallardo, Agujeta el Viejo (Jerez de la Frontera, 1908-1976), fue guardagujas, y de ahí el nombre, que ya ha quedado para identificar a esa rama de la familia. El cante y el trabajo marchaban juntos y ese paralelismo producía unos efectos inmediatos en la calidad de las interpretaciones, en el sabor y en unas características muy determinadas según las dinastías. De ahí nacieron las peculiaridades musicales que definen cada linaje, y la de los Agujeta es muy rica en matices diferenciadores y, por lo tanto, perfectamente identificable.
A principios de
los años 70, Mario Gómez, Pedro Turbica y yo estuvimos en Rota, una localidad
de la provincia de Cádiz, para rodar unas secuencias en casa de los Agujeta. A
lo largo de la filmación, surgió esta charla de la que escojo algunos fragmentos que pueden ser
ilustrativos, y donde intervenimos Agujeta el Viejo, su hijo Manuel de los
Santos Pastor, Agujeta (Rota, 1939), el guitarrista Parrilla de Jerez y yo.
Manuel Agujeta: Mis principios como cantaor fueron aquí, en Rota, escuchando a mi padre y trabajando en la fragua. Lo que he aprendido ha sido de él; lo otro me lo ha dado Dios ¿no?
Velázquez-Gaztelu: ¿Y en su familia había muchos artistas?
M. A.: Hubo buenos artistas.
V-G.: Además de su padre, quién más.
M. A.: Hombre, ahí estaba mi tío Domingo Rubichi, mi tío El Sevillano…
Agujeta el Viejo: Tu abuelo…
M. A.: Mi abuelo… y mi abuela también.
A el V.: Tu bisabuela, y todos esos…
V-G.: ¿Y ahora, Manuel ya te has dedicado al cante y has dejado la fragua?
M. A.: Ya dejé la fragua y ahora me dedico al cante nada más.
V-G.: ¿Y qué hace, festivales, discos…?
M. A.: Ya he hecho festivales, discos y varias cosas…
(…)
M. A.: Yo hago la bulería de Jerez, la bulería para escuchar, la bulería al golpe.
V-G.: ¿Pero la bulería de compás, para baile?
M. A.: Esa para fiesta no la hago yo. Además, no me gusta ni puedo hacerla.
Parrilla de Jerez: No es que no sepa, es que no le agrada cantar por bulerías. Es un cantaor tan rancio que no le gusta esos cantes de bullicio.
V-G.: Eso no va, quizá, con tu estilo.
M. A.: Exacto.
A el V.: Ocurre como José de Paula; José de Paula tampoco cantaba por bulerías para bailar. Cantaba a compás porque era gitano, y decía unos cantes como para bailar, pero no eran para bailar. Y a éste (señalando a su hijo) le pasa lo mismo.
(…)
M. A.: Trabajar en la fragua y coger ese compás de la fragua, a medianoche trabajando… y decir un cante por siguiriya, decir otro por soleá, y entonarme solo, cantando por siguiriya… Cuando yo me entonaba en la fragua, creo que no había otro que cantara mejor por siguiriya.
V-G.: ¿Y encuentras muchas diferencias entre el cante que hacías en la fragua y el que haces ahora?
M. A.: Yo creo que noto alguna diferencia; en la fragua cantaba más gitano que ahora.
V-G.: ¿Y a qué se debe ese cambio?
M. A.: No sé… puede ser que antes fuese un poco bruto, no estaba puesto en la guitarra, y cantaba más bruto, más gitano.
A el V.: La difunta de mi abuela decía “Desde Sanlúcar al Palmar” (un remate por seguiriyas primitivas), y eso no hay quien lo haya conocido. Y yo me acuerdo de Tía Manuela Junquera, que también cantaba una siguiriya, que ese son no se ha escuchado más. Yo la escuchaba porque estaba en el campo escardando con ella y con Tío Junquera el Viejo. Y esa gitana me cantaba en la gañanía esos cantes, y yo no sabía qué estilo eran. Ni lo sé todavía… Ese son ya no se escucha, ¿verdad que no? Pues eso lo cantaba mi abuela.
Manuel Agujeta: Mis principios como cantaor fueron aquí, en Rota, escuchando a mi padre y trabajando en la fragua. Lo que he aprendido ha sido de él; lo otro me lo ha dado Dios ¿no?
Velázquez-Gaztelu: ¿Y en su familia había muchos artistas?
M. A.: Hubo buenos artistas.
V-G.: Además de su padre, quién más.
M. A.: Hombre, ahí estaba mi tío Domingo Rubichi, mi tío El Sevillano…
Agujeta el Viejo: Tu abuelo…
M. A.: Mi abuelo… y mi abuela también.
A el V.: Tu bisabuela, y todos esos…
V-G.: ¿Y ahora, Manuel ya te has dedicado al cante y has dejado la fragua?
M. A.: Ya dejé la fragua y ahora me dedico al cante nada más.
V-G.: ¿Y qué hace, festivales, discos…?
M. A.: Ya he hecho festivales, discos y varias cosas…
(…)
M. A.: Yo hago la bulería de Jerez, la bulería para escuchar, la bulería al golpe.
V-G.: ¿Pero la bulería de compás, para baile?
M. A.: Esa para fiesta no la hago yo. Además, no me gusta ni puedo hacerla.
Parrilla de Jerez: No es que no sepa, es que no le agrada cantar por bulerías. Es un cantaor tan rancio que no le gusta esos cantes de bullicio.
V-G.: Eso no va, quizá, con tu estilo.
M. A.: Exacto.
A el V.: Ocurre como José de Paula; José de Paula tampoco cantaba por bulerías para bailar. Cantaba a compás porque era gitano, y decía unos cantes como para bailar, pero no eran para bailar. Y a éste (señalando a su hijo) le pasa lo mismo.
(…)
M. A.: Trabajar en la fragua y coger ese compás de la fragua, a medianoche trabajando… y decir un cante por siguiriya, decir otro por soleá, y entonarme solo, cantando por siguiriya… Cuando yo me entonaba en la fragua, creo que no había otro que cantara mejor por siguiriya.
V-G.: ¿Y encuentras muchas diferencias entre el cante que hacías en la fragua y el que haces ahora?
M. A.: Yo creo que noto alguna diferencia; en la fragua cantaba más gitano que ahora.
V-G.: ¿Y a qué se debe ese cambio?
M. A.: No sé… puede ser que antes fuese un poco bruto, no estaba puesto en la guitarra, y cantaba más bruto, más gitano.
A el V.: La difunta de mi abuela decía “Desde Sanlúcar al Palmar” (un remate por seguiriyas primitivas), y eso no hay quien lo haya conocido. Y yo me acuerdo de Tía Manuela Junquera, que también cantaba una siguiriya, que ese son no se ha escuchado más. Yo la escuchaba porque estaba en el campo escardando con ella y con Tío Junquera el Viejo. Y esa gitana me cantaba en la gañanía esos cantes, y yo no sabía qué estilo eran. Ni lo sé todavía… Ese son ya no se escucha, ¿verdad que no? Pues eso lo cantaba mi abuela.
LA DESCENDENCIA
Antonio Agujeta no sólo asume el patrimonio musical de la familia, sino que profesa una profunda admiración por su abuelo, Agujeta el Viejo, y por su padre, Manuel Agujeta, a los que señala como paradigmas de una forma de interpretar el cante y dueños de una singularidad artística que él obtiene como una herencia, sin forzar ningún eslabón de ese proceso sucesorio. Es el legendario método de transmitir el flamenco que hasta hace poco conservaban algunos núcleos familiares, cuyos nombres han dado lugar a distintas escuelas con sonidos, repertorios y fórmulas estilísticas propias.
De la misma manera que tuve el privilegio de tratar al abuelo de Antonio, también, en Madrid, a principios de los 70, veía con cierta asiduidad a su padre. Manuel Agujeta aparecía de vez en cuando por los estudios de TVE en Prado del Rey, en la sala de montaje donde preparábamos “Rito y Geografía del Cante”.
Por aquel entonces, teníamos una pequeña tertulia, informal y nunca ajustada a horarios, aunque siempre cálida y acogedora. Nos reuníamos en un pequeño bar con decoración gaditana, en el que encontrábamos todos los ingredientes para suplir a la, por entonces, lejana Andalucía. Allí iba Agujeta con frecuencia y se le recibía como a uno más, al que nadie pedía nada y menos que cantase. Existía cordialidad, pero también respeto. Así que cuando estaba a gusto hacía sus cantes sobrecogedores, que eran, por regla general, martinetes, seguiriyas o fandangos.
Solía hospedarse en una pensión de la Calle Príncipe. Un día me pidió que esperase en la puerta, subió a toda velocidad y bajó triunfante con su disco, recién publicado, “El Agujetas, Premio Manuel Torre de Cante Flamenco”, con la guitarra de Manolo Sanlúcar y fechado en 1972. Para regalármelo, lo había firmado con una grafía imposible, una suerte de abigarrados y estrambóticos signos, en los que se adivinaba desde cierta distancia el nombre de Manuel, con una rúbrica en la parte inferior que semejaba la representación esquemática del laberinto.
En cierta ocasión, Manuel Agujeta y yo coincidimos en los toros con Manuel Soto Sordera y Enrique Morente. Vivo relativamente cerca de la Plaza de las Ventas, de modo que al finalizar la corrida les sugerí la posibilidad de que continuásemos la reunión en casa. Y aceptaron la invitación. El encuentro estaba resultando de lo más satisfactorio y animado, cuando de pronto, en un arranque imprevisto, Agujeta comenzó a cantar. Es curioso reseñarlo, pero ni a Sordera ni a Enrique se les ocurrió abrir la boca. Permanecieron en un incómodo y expectante silencio.
Antonio Agujeta,
el hijo de Manuel, no considera esa ascendencia cantaora exclusiva de su abuelo
o su padre, sino de personajes de la misma familia que les precedieron y
poseían similares señas de identidad, es decir, trasciende la simple inmediatez
para situar esos giros estilísticos en los rincones perdidos de la evocación.
No obstante, para Antonio ése no es un legado crepuscular, cargado de
nostalgia, que va diluyéndose en el tiempo, sino una fórmula vivificadora con
unos materiales que él ya ha adquirido por nacimiento, pero que, además,
haciéndolos suyos, los desarrolla según su capacidad para construir su
independencia y su futuro como cantaor.
El cante y la vida de Antonio Agujeta están de acuerdo, aunados en un mismo terreno emocional y existencial, porque son la misma cosa. Pero aquí se produce una contradicción, una dualidad, donde el mismo y principal elemento, que es el cante, cumple una doble función y presenta dos aspectos aparentemente distintos, aunque en última instancia complementarios. Por un lado, el cante como historia personal, incluso sin tener que utilizar un bagaje narrativo concreto, nada más que con el tono desgarrado con que se expresa, ya está evidenciando, o mejor dicho, testimoniando un estado de cosas.
Puedo creer, si observo sólo este aspecto, que el cante de Antonio Agujeta está condicionado y sujeto a las tristes vicisitudes de su pasado inmediato. Sin embargo, paradójicamente, no deja de llamarme la atención el eventual efecto terapéutico que el cante puede ejercer como factor de redención. “Cantando la pena se alivia”, escribió Manuel Machado desde la nostálgica tribuna de su poema “Cantares”. Lo que me lleva a una posible conclusión: que el flamenco, que en Antonio Agujeta no es una cuestión que se remita exclusivamente a sus aspectos profesionales y artísticos, sino que está profundamente radicado en él y forma parte de su mismo ser, le está llevando a reconstruir su vida, indicándole un destino abierto y distinto por el camino de la libertad.
El cante y la vida de Antonio Agujeta están de acuerdo, aunados en un mismo terreno emocional y existencial, porque son la misma cosa. Pero aquí se produce una contradicción, una dualidad, donde el mismo y principal elemento, que es el cante, cumple una doble función y presenta dos aspectos aparentemente distintos, aunque en última instancia complementarios. Por un lado, el cante como historia personal, incluso sin tener que utilizar un bagaje narrativo concreto, nada más que con el tono desgarrado con que se expresa, ya está evidenciando, o mejor dicho, testimoniando un estado de cosas.
Puedo creer, si observo sólo este aspecto, que el cante de Antonio Agujeta está condicionado y sujeto a las tristes vicisitudes de su pasado inmediato. Sin embargo, paradójicamente, no deja de llamarme la atención el eventual efecto terapéutico que el cante puede ejercer como factor de redención. “Cantando la pena se alivia”, escribió Manuel Machado desde la nostálgica tribuna de su poema “Cantares”. Lo que me lleva a una posible conclusión: que el flamenco, que en Antonio Agujeta no es una cuestión que se remita exclusivamente a sus aspectos profesionales y artísticos, sino que está profundamente radicado en él y forma parte de su mismo ser, le está llevando a reconstruir su vida, indicándole un destino abierto y distinto por el camino de la libertad.
De nuevo gracias por la continuación de la saga de los Agujetas.
ResponderEliminarUn cordial saludo.