José María Velázquez-Gaztelu recibirá el 8 de junio el Premio José María Capuletti que otorgan, en su quince edición, las Jornadas Flamencas 'Ciudad de Valladolid' a personalidades relevantes del mundo de la cultura, las artes, el periodismo y otras áreas relacionadas con el flamenco.
Muchas de estas facetas cumple y practica el homenajeado, desde la legendaria serie documental para televisión, 'Rito y Geografía del Cante' (y su secuela, 'del Baile'), hasta su programa en Radio Nacional, 'Nuestro Flamenco' -desde 1984-, por citar aquello por lo que es más conocido y reconocido en el mundo del flamenco. De otra de sus facetas, la de escritor, Velázquez-Gaztelu hablará en la conferencia que ofrezca -día 5- dentro de las Jornadas y que lleva por título "Mi palabra poética y el flamenco".
Su faceta más cercana al periodismo impreso es la que traemos aquí mediante la recuperación de dos artículos que escribiera para la revista La Calle en abril y mayo de 1978 -nº 4 y 5- bajo el título Madrid "Capital del cante" (textos facilitados, como en otras ocasiones, por Carlos Rayaces 'Byron', nuestro historiador y archivista de cabecera, que no olvida nuestro gusto por el flamenco y tanto que se lo agradecemos en lo flamenco y en lo personal. Gracias, amigo).
Nota: En este primer texto, Velázquez-Gaztelu, se centra en "aspectos e intentos de integración de los gitanos en el ambiente ciudadano"... de la capital española, "otro Madrid, el que vive de espaldas a las luces y relumbrones del centro", en concreto, los barrios de Torregrosa y Caño Roto, que el periodista visita para realizar un amplio reportaje de la vida del pueblo gitano en los Madriles de 1978. De momento, vamos a obviar -y no por falta de interés- buena parte del texto para centrarnos en las partes referidas al flamenco, y dejar para tal vez otra ocasión el aspecto social que en él se refleja. Un texto que comienza así:
Madrid es y ha sido siempre un lugar de especial atracción para los artistas flamencos. Un público interesado en mayor o menor medida, compuesto por andaluces que no renuncian a oír los cantes de su tierra y por una amplia amalgama de eventuales aficionados, madrileños o no,, que van desde el castizo al señorito, pasando por intelectuales, empresarios, toreros, universitarios, deportistas famosos, actores de moda, turistas extranjeros, etcétera, se han dado cita en colmados y tablados, para luego seguir la fiesta, hasta el alba, en alguna conocida venta del extrarradio de la capital. Todo un mundo que bulle, con desigual intención, alrededor del flamenco.
Desde los primeros cafés-cantante de finales del siglo pasado (XIX) y principios de éste (XX), como La Bolsa, Barquillo, Naranjero, Imparcial, Don Críspulo, El Brillante, La Encomienda o Villa Rosa, hasta las salas actuales, pasando por épocas de brillantez -que siempre han correspondido a una lógica de favorables circunstancias económicas- o de decadencia, el cante, poco después de su aparición pública, se establece en Madrid como algo propio e imprescindible, suponiendo una inmejorable ocasión de solventar la problemática situación monetaria de los artistas. Estos han ido llegando teniendo la mirada en Andalucía y el bolsillo, por lo general escaso, en Madrid.
El 'Viva Madrid, que es la Corte', que don Antonio Chacón cantaba por cartageneras, fue una declaración de agradecimiento que, más o menos resignado, pero siempre convencido, haría suya cualquier cantaor de ayer y de hoy, cuando los recitales masivos y las casas discográficas constituyen nuevos elementos que han contribuido a centralizar la mayor parte de la actividad profesional de los flamencos.
Paralelamente, en silencio, como una lenta riada a la que apenas se ha mirado más allá de la indiferencia que produce una velada desazón, se ha ido llevando a cabo en las afueras de Madrid el asentamiento de numerosas comunidades gitanas que proceden principalmente de Castilla la Nueva y Extremadura. Han llegado después de interminables etapas, víctimas de la persecución y el hambre, nómadas de una libertad perdida, para establecerse a la sombra de los grandes polígonos industriales, rodeados de autopistas, al lado de los vertederos que vomita la gran ciudad.
Traen sus cantes; cantes con ritmo de caminos, con 'dejes' melancólicos.
Repartidos por diversas zonas de Madrid -La Celsa, Caño Roto, Torregrosa, Pan Bendito, Altamira, Entrevías...- están viviendo la contradicción que surge al producirse un enfrentamiento de dos culturas radicalmente opuestas. Por eso, condicionados y en inferioridad, van siendo absorbidos por los distintos grupos -de carácter religioso o político- que tratan de atribuirse en exclusiva "la salvación de los gitanos".
Si el gitano ha estado insistentemente apaleado desde su llegada a España -Pragmáticas de los Reyes Católicos-, hoy se trata, utilizando remedios, digamos civilizados, de "integrarlos en la sociedad". Una nueva metodología de colonialismo interior. Entre estos gitanos existe un desasosiego al verse, irremediablemente, al borde de la pérdida de sus más íntimas significaciones raciales, de sentirse como molestos vecinos a los que hay que enseñar buenos modales.
(...) Tangos, jaleos, aires extremeños. A causa de la emigración, estos cantes han influido poderosamente en las formas gitano-andaluzas. Son cantes, los tangos, melancólicos, de caminos. Cantes de un pueblo nómada, melódicamente sencillos, pero ricos en melismas, de una gran fuerza expresiva. Dice Moreno -un gitano grave, extremeño-, que en su tierra no hay cantares profesionales: "Lo que conocemos nosotros es de escucharlo toda la vida a los más viejos. Los tangos lo utilizábamos en las fiestas familiares y en las bodas, o bien montados en el burro; también cantábamos en los ríos, cortando varetas para hacer cestos. Son cantes para ir de un lado a otro. Ahora, en Madrid, los recordamos de vez en cuando, pero los jóvenes ya no lo saben. Hay mucha radio y televisión".
(...) Amador y Miguel Losada cantan y tocan la guitarra. Forman parte del grupo Los Chorbos, autores de un disco que en su día tuvo cierta repercusión: 'Sonido Caño Roto'.
(...) Amador y Miguel Losada cantan y tocan la guitarra. Forman parte del grupo Los Chorbos, autores de un disco que en su día tuvo cierta repercusión: 'Sonido Caño Roto'.
"Desde pequeños nos ha gustado tocar la guitarra y cantar. Como en el barrio siempre ha habido mucha afición y muchos artistas, nosotros, los más chicos, los imitábamos y en las noches de verano nos reuníamos y hacíamos nuestras pequeñas fiestas. Así íbamos saliendo guitarristas o de palmeros, y poco a poco nos colocábamos en los tablaos o en algún cuadro flamenco".
Los propios gitanos llaman a Caño Roto la Utrera de Madrid, ya que en esta zona se da el mayor número de los que se dedican profesionalmente al cante, al baile o la guitarra. Este hecho, que implica un permanente contacto con un sector payo y consumista, alivia de algún modo la problemática económica y social, por lo que no hay atisbos de una directa hostilidad hacia el no gitano, sino todo lo contrario. Los más jóvenes son cordiales y siempre dispuestos a testimoniar sin recelos las circunstancias que atraviesan.
Amador dice que canta, "porque me siento bien haciéndolo y gano dinero", aunque Miguel crea que "el que se sienta artista profesional canta aunque no gane, porque el artista pasa mucho. De modo que si fuera sólo por dinero, mucha gente no cantaría". El viejo gitano Elías Losada -patriarcal y simpático- recuerda que "entonces se cantaba de otra forma, más flamenco, no había rumbas ni nada de eso. Se cantaba por derecho. Lo que pasa es que ahora tienen otras posibilidades económicas. Estos de Caño Roto son buenos artistas y, claro, ganan dinero".
(...) En Caño Roto existen dos o tres pequeñas plazoletas que, en los días soleados, constituyen puntos de confluencia y reunión de vecindario. En una de ellas, Amador y Miguel juntan a sus hijos y hermanos pequeños para que canten y bailen. A este grupo se unen otros niños gitanos que tocan la guitarra y las palmas. Naturalmente, esto hace que en pocos minutos aquello se convierta en una verdadera fiesta, donde no falta el coro de los mayores que han acudido a animar a los pequeños. "Lo que hacemos nosotros es una especie de tango muy avanzado, progresivo. Hemos partido de lo que escuchábamos a los mayores. Esta es la base. Pero al final ha resultado algo muy personal, muy nuestro. Musicalmente, estos tangos están emparentados con los extremeños, pero tienen otro deje, Son tangos castellanos. Nuestro disco, 'Sonido Caño Roto', se llama así porque hemos nacido en este lugar; es algo nuevo: el resultado de nuestra forma particular de entender la música".
La reunión de la plazoleta continúa. Es curioso observar la incorporación de elementos extraflamencos, como el bongó que toca el hijo de Miguel, apenas sin poder -no levanta un palmo del suelo-, pero con una especial capacidad rítmica, a pes ar de su corta edad. Estos niños, admirables y despiertos, que reaccionan sabiamente ante cualquier eventualidad, están cantando y bailando como quien interpreta su propia historia, asumiendo, sin inhibiciones, una música que es la suya, la misma que el día de mañana les dará de comer.
Los propios gitanos llaman a Caño Roto la Utrera de Madrid, ya que en esta zona se da el mayor número de los que se dedican profesionalmente al cante, al baile o la guitarra. Este hecho, que implica un permanente contacto con un sector payo y consumista, alivia de algún modo la problemática económica y social, por lo que no hay atisbos de una directa hostilidad hacia el no gitano, sino todo lo contrario. Los más jóvenes son cordiales y siempre dispuestos a testimoniar sin recelos las circunstancias que atraviesan.
Amador dice que canta, "porque me siento bien haciéndolo y gano dinero", aunque Miguel crea que "el que se sienta artista profesional canta aunque no gane, porque el artista pasa mucho. De modo que si fuera sólo por dinero, mucha gente no cantaría". El viejo gitano Elías Losada -patriarcal y simpático- recuerda que "entonces se cantaba de otra forma, más flamenco, no había rumbas ni nada de eso. Se cantaba por derecho. Lo que pasa es que ahora tienen otras posibilidades económicas. Estos de Caño Roto son buenos artistas y, claro, ganan dinero".
(...) En Caño Roto existen dos o tres pequeñas plazoletas que, en los días soleados, constituyen puntos de confluencia y reunión de vecindario. En una de ellas, Amador y Miguel juntan a sus hijos y hermanos pequeños para que canten y bailen. A este grupo se unen otros niños gitanos que tocan la guitarra y las palmas. Naturalmente, esto hace que en pocos minutos aquello se convierta en una verdadera fiesta, donde no falta el coro de los mayores que han acudido a animar a los pequeños. "Lo que hacemos nosotros es una especie de tango muy avanzado, progresivo. Hemos partido de lo que escuchábamos a los mayores. Esta es la base. Pero al final ha resultado algo muy personal, muy nuestro. Musicalmente, estos tangos están emparentados con los extremeños, pero tienen otro deje, Son tangos castellanos. Nuestro disco, 'Sonido Caño Roto', se llama así porque hemos nacido en este lugar; es algo nuevo: el resultado de nuestra forma particular de entender la música".
La reunión de la plazoleta continúa. Es curioso observar la incorporación de elementos extraflamencos, como el bongó que toca el hijo de Miguel, apenas sin poder -no levanta un palmo del suelo-, pero con una especial capacidad rítmica, a pes ar de su corta edad. Estos niños, admirables y despiertos, que reaccionan sabiamente ante cualquier eventualidad, están cantando y bailando como quien interpreta su propia historia, asumiendo, sin inhibiciones, una música que es la suya, la misma que el día de mañana les dará de comer.
(Próximamente. 2ª Parte: Sordera. La Carcelera. José Menese y Francisco Moreno Galván. Tablao Café de Chinitas)
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