viernes, 14 de diciembre de 2018

Juana, Dolores, Tomasa: Cantaoras de Jerez

Que se recuerde, los discos que reunían artistas del flamenco de Jerez estaban protagonizados por hombres, cantaores, promesas y veteranos. En el 2009, el Ático de Ediciones 'El Bujío' publica Mujerez, contracción de Mujeres de Jerez. Un disco que hace historia, por contenido y significado. Ahí quedará, por siempre: El cante de Juana la del Pipa -"su eco parece una fogata a medio encender y su voz es un prodigio de lo rajado y afillado"-, Dolores Agujetas -"ese eco tan característico de toda su familia que araña desde la rabia"- y La Macanita -"una voz que seduce desde la flamenquería y un compás inigualable".


Contó con un libreto donde se recogían letras de los cantes, fotografías de la grabación -en el estudio La Bodega, de Jerez-, breves perfiles biográficos y dos textos. El primero de Juan María de los Ríos, profesor en la Complutense, conferenciante y aficionado al flamenco, colaborador en el programa de radio Los Caminos del Cante, que dirige José María Castaño, uno de los productores del disco y autor del segundo de los textos, el que viene a continuación de este:
 
Decía el filósofo francés, Henri Bergson, que en un mundo ensanchado por la técnica, hace falta un suplemento de alma. Lo mismo puede decirse del cante, que ha pasado a ser una mera industria. Todo es mera razón instrumental. Sin embargo, el cante es razón de amor, que engendra belleza. Cantar con técnica lo puede hacer un ordenador; cantar con el corazón sólo puede hacer aquel que ama y la técnica no entiende de bien y mal, es neutra.
El cante es el intento de recuperar la palabra perdida, aquella que surge del acto de amor del Padre, que engendra amor por el Hijo, el Verbo. Et Verbum caro factum est. Y para recuperar esa palabra perdida hay que bajar a los ínferos, a las profundas cavernas del sentido, donde mora la luz verdadera, la luz que arde en el corazón, que, como dice el poeta, es más cierta que la luz del mediodía. Ahí es donde arde el fuego que nunca se extingue, el fuego creador, el fuego que, mezclado con el agua, da lugar a  la aurora, a la rosa, al amor que se derrama sobre el mundo.
Hasta ahí llegan las voces de Juana, Dolores y Tomasa. Carece su cante de adorno alguno. Es desnudo, devuelto a la inocencia primera, aquella que ama sin pedir nada a cambio y que, sin embargo, recibe todo. Al rebuscarse en las entrañas sacan fuera las duquelas, las fatigas y los dolores. Y después se aparece en un instante fugaz, como el espejo de una fuente, recreada toda la creación. Música callada en par de los levantes de la aurora. Federico dice que "la siguiriya gitana me había evocado a mi camino sin fin, un camino sin encrucijadas, que terminaba en la fuente palpitante de la poesía 'niña', el camino donde murió el primer pájaro y se llenó de herrumbre la primera flecha. Viene del primer llanto y del primer beso. Y es verdad."
El fuego que la Trinidad, Juana-Dolores-Tomasa, porta no se apagará nunca, porque es llama de amor viva, aurora que reaparece como una rosa que nos abre sus infinitos pétalos como amor regalado. En estos tiempos posmodernos de vacío y huida hacia adelante, el cante de Juana, Dolores y Tomasa nos conduce hacia fuentes tranquilas, serenas, donde podemos calmar nuestra sed, la sed de verdad, de pureza, de amor y de inocencia. 

Los cantes de las tres Mujerez se reparten de la siguiente forma: Juana la del Pipa (Bulería para escuchar; Bulerías; Tientos; Fandangos); Dolores Agujetas (Fandangos; Siguiriya; Bulerías; Soleá); La Macanita (Soléa; Malagueña; Taranto y Cartagenera; Bulerías); las tres: Ronda de Tonás.
A continuación el texto de Castaño (como su compañero de los Ríos, impregnado de una suerte de escritura poética, que ha sido y es de uso corriente dentro del flamenco para 'explicar' el pensar sobre significados, sentires de l@s artistas, lo que transmiten-hacen; es complicado escribir sobre el arte flamenco y el de l@s flamenc@s, y parece que ponerse en plan poético es la manera de mejor hacerse entender/explicarse, o la más cercana hay otras escrituras, también, y ese es uno de los propósitos de esta serie que venimos haciendo de transcribir textos de los libretos que acompañan a los discos -tomados de la colección de flamenco de la Biblioteca Pública de Valladolid-: ampliar el decir sobre el flamenco a través de la mágica  tecnología de las palabras).



Tal vez sea la palabra "rito" la que pueda definir con más exactitud lo vivido durante la grabación del disco que tienen en sus manos. Porque más allá de una mera reunión de cante se trató, acaso, de la búsqueda arrebatad de  la memoria colectiva de un pueblo cantaor. El que propuso al gemido como su más alto valor expresivo, como la respuesta agrietada ante la vida, y por qué no ante la muerte. Y dentro de este mesaje ancestral, a través del cante flamenco, surge la voz transida de la Mujer, simbolizando  todo el mundo interior de quienes han sido elegidas para dar la vida con dolor. Eterna paradoja que dota de un matiz especial a la mujer cantaora.
De nuevo, siguiendo los grandes hitos de las grabaciones jerezanas de mayor intensidad, todo se dispuso para crear un ambiente natural, para que las oficiantes del rito tuvieran la libertad de rebuscar sonidos en la masa de su sangre con autenticidad y sin los rigores del artificio ni del tiempo. Tal cual. Con todas sus virtudes y todos los defectos. Como es el cante, osea.
Y el resultado, la plasmación del orto cantaor de tres mujeres cuyos ecos tal vez estén en claras vías de extinción. La quejumbrosa voz de Juana la del Pipa que lleva la tierra y el humo en su decir; el metal áspero, como hierro fundido por el fuego de Dolores Agujetas; la cepa ardiendo de una viña regada por el agua de Tomasa la Macanita y el aire enduendado de las guitarras de Moraíto (probablemente, una de sus últimas grabaciones), junto a la de Dieguito Agujetas, con el compás más verídico de El Bo y Chicharito. Cuatro elementos. Los Cuatro Elementos en unos cantes que queman y salvan al mismo tiempo.
Si una vez escuchado el disco tienen la sensación de haber vivido la intensidad de sus momentos, de este ritual cantaor, habremos conseguido nuestros propósitos y, de camino, saldar la deuda perenne con parte de la historia de unas mujeres que cantan como si en ello les fuera la misma vida a cada tercio.

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