viernes, 7 de diciembre de 2018

"Ni más ni menos que un clásico": Juan Habichuela (un homenaje)

En 1999 el tocaor Juan Habichuela publica su primer disco en solitario, De la zambra al duende (un homenaje) (Polygram-Universal). Había llegado el momento después de innumerables grabaciones haciendo lo mejor que sabía y quería hacer: acompañar el cante. Dos discos más y otros dos recopilatorios, con algún tema inédito, configuran su discografía.


Siguiendo con nuestra serie de recuperar textos de los libretos que acompañan, a veces, a los discos -tomados, por orden alfabético, de la colección de flamenco de la Biblioteca Pública de Valladolid-, llegamos a su debut discográfico para el que contó con dos escritos. Uno, de José Manuel Gamboa, trazando su trayectoria artística, que podrán leer a continuación de este del escritor y poeta, y flamenco, Félix Grande:

El poeta uruguayo Juan Zorrilla de San Martín, ya asentado en su edad y en su fama, caminaba una tarde por una calle de Montevideo. Dos jovencitas lo vieron venir por la acera y una de ellas lo reconoció. Con admiración y en voz baja, casi al oído, informó a su amiga: "Mira, es Zorrilla de San Martín". La amiga comentó:"¡Qué bajito!". El poeta, se detuvo y aclaró con exquisita cortesía: "Señorita, conforme me alejo voy resultando algo mayor...".
A veces recuerdo esa anécdota cuando disfruto de la música de Juan Carmona, ese hombre bajito que es el mayor de los Habichuela y que, cuanto más pretende ocultarse tras la esquina de la modestia, más grande se hace ante nosotros. Cuando se acaba un cante y los artistas se ponen en pie para agradecer la ovación, Juan se aleja dos o tres pasos, como ofreciendo todos los aplausos al cantaor, como si en ese instante quisiera hacerse invisible para no cargar con el peso de su propia grandeza.
Pero es inútil: la ovación le persigue. Que no se haga ilusiones, lo vemos en el escenario y lo vemos en el territorio de nuestra gratitud. Todos nos sentimos agradecidos con el arte de Juan Carmona. Sabemos, además, que no le debemos solamente su música; le debemos también un suceso espléndido y constante, que su música enciende el corazón de los cantaores que tiene la responsabilidad y la fortuna de ser acompañados por Juan.


Juan toca la guitarra al servicio del cantaor, pero también y al mismo tiempo al servicio de la historia del cante, de la profunda gravedad y de la profunda belleza de la historia del cante. Quizá no existe un cantaor flamenco que no cante mejor cuando Juan lo acompaña. No sólo le da los tonos, e incluso se los anticipa, se los conduce y los arropa, sino también porque lo hace con una sabiduría y una honradez tan incesantes y trabados que el cantaor va comprendiendo y asumiendo, con la ayuda de Juan, la tremenda importancia de ser al flamenco. Y de pronto ya hay dos artistas que no se sirven de la música, sino que la sirven a ella, la celebran, la exaltan.
Así, un cante con Juan a la guitarra puede ser una ceremonia, y casi una liturgia. Y todo eso sucede porque el pudor de Juan Carmona es como una epopeya de la modestia. Jamás intenta robar protagonismo al cante, hace algo más difícil, lo ayuda a ser más verdadero. No encontraremos en el toque de Juan ni efectismos ni demagogia, su música se conforma con ser imprescindible.
Estoy intentando decir que el guitarrista Juan Carmona, además de ser un artista capaz de hacernos comprender que la tradición puede estar inflamada de sorpresa y de modernidad, y además de un profesional que no ha querido renunciar a la paciente depuración del artesano, es nada más que un clásico.
Nada menos que un clásico.


Doce cortes presenta De la zambra al duende (un homenaje), y cada corte con invitados -salvo el doce que se lo reserva para él, por soleá-, un esquema que se reptirá en sus siguientes discos. En este, los invitados son: Paco de Lucía y Potito (tangos), Chano Lobato (bulerías), Montse Cortés (soleá por bulerías), Rancapino (fandangos), Cañizares (malagueña), Manolo Caracol (romance), Pepe Luis Carmona (soleá), Pepe Habichuela (tangos), Tomatito (bulerías), José Mercé (¡esa! siguiriya). Y el que abre el disco, pensando en el futuro de la familia, unas bulerías con Alejandro Sanz y Ketama. Todos compuestos por Juan Carmona Habichuela, salvo tres.
Además, el libreto aporta letras y fotos y créditos de los músicos que acompañan en algunos de los cortes: Carles Benavent, Maka; Tino di Geraldo, Chaboli, Jesulín; Marco Vidal; Loli Samaniego, Antón Valdepeñas, Guadiana, Toni Maya, al bajo; percusiones; teclados; palmas, respectivamente.
(Al transcribir el texto que viene a continuación piensa uno en que l@s lector@s de este blog que no dominen el idioma español pueden encontrar ciertas dificultades en entenderlo por el lenguaje utilizado por Gamboa, lleno de expresiones flamencas -sonanta: guitarra-, del habla popular -vestirse de caqui: hacer la mili-, de dichos, argot 'callejero'... que no pretende ser excluyente, sino todo lo contrario, mostrarse cercano a lo que es el flamenco, su ambiente. Esperemos que al ser traducido el tono, el 'aire' de la escritura, del 'habla' de Gamboa se transmita):


Juan Carmona Carmona (Granada, 12-8-1933, Madrid 30-6-2016). Hijo de Luisa Carmona Campos y José Carmona Fernández, 'Habichuela', tocaor. Su abuelo paterno, Habichuela el Viejo, cantaba y tañía la sonanta por las tabernas del Albaicín y el Sacromonte en compañía de su hija Marina, guitarrista y cantaora. Juan es hoy la cabeza de una dinastía flamenca que alcanza ya su quinta generación y abarca dos docenas de artistas (la sexta viene encabezada por el también tocaor, Juan Habichuela Nieto). Todos los hermanos de Habichuela han rasqueado, cantado o bailado -Pepe, Concha, Dolores, Luis, Carlos. Herederos directos de su arte son Juan y Antonio Carmona, que junto al sobrino José Miguel, hijo de Pepe Habichuela, revolucionan con divisa ketamera...
Juan Carmona, Habichuela. Hombre de respeto. "Simplemente me ha gustado el flamenco y a eso me he dedicado por completo. No soy un virtuoso de la guitarra. Lo mío es otra cosa. Yo lo que he querido es acompañar bien, porque ese ha sido mi amor, el cante. No soy patriarca ni nada, sólo un guitarrista que ha dado todo lo que ha tenido para el cantaor. Le he cuidado, me he embelesado con él. Me gusta el cante más que la guitarra".
Se lo debemos al poderío broncíneo de El Farruco. Juan Habichuela, por entonces, década de los cuarenta (siglo XX), componía con Mario Maya la infante avanzadilla del baile granadino. Adiestrado en danzas a los nueve años por Pepe el Sastre, Juan se batía el cobre con Mariano (sic) zapateando aún con breve pie. Por las tardes, en las cuevas del Sacromonte, a la noche, en el hotel Alhambra Palace, en cualquier momento, pasando el plato de taberna en taberna. Tiempos achuchados para la macro y la microeconomía. A Juan le tiraba la inclinación por la guitarra, pero su padre le daba nones. "Apenas alcanzaba a subirme a un taburetillo de un bar que le decían El Mesón, y allí comenzaba a tocar. Mi padre me decía: '¡Niño, tú a tocar!'. Y me quitaba la guitarra".


Fue en Barcelona, 1948. Juan formaba parte de un cuadro flamenco en calidad de bailaor cuando El Güiza y El Farruco se dieron una 'vueltecita' por bulerías de no te menees. Y Juan no se meneó. Fue una de esas típicas situaciones: 'Baila tú, que a mí me da la risa'. Le quitó la guitarra a El Pescaílla y ya no la volvería a soltar. En Barcelona, Juan se vistió de caqui y, por gracia de un comandante anduvo flamenqueando a discreción. Aprovechando un permiso realizó la primera prueba del gramófono. Acompañó a Rafa el Farina en aquellos fandangos históricos, 'Por Dios que me vuelvo loco'. Igualmente en Barcelona, antes de acabar la década, repitió experiencia con Jarrito y Fosforito. Asentado en el Madrid de los sesenta, Juan Carmona -o Habichuela hijo, que así se anunciaba entonces- se incorpora al mundillo del tablao y se trae a toda la parentela.
La escena ocurrió en Torres Bermejas. Un día el tocaor habitual de Manolo Caracol se indispuso y el totémico cantaor salió al escenario con Juan sin más ensayo. Y hubo gracia. Tanta, que Caracol quiso grabar con él. Nos dejaron una joya en forma de vinilo que contenía 'Carcelero, carcelero', cuando por el mundo Dylan proclamaba Blowin' in the wind.
Vuelve Juan a los estudios en 1964 para acompañar a Jarrito, ahora junto a un muchacho conocido por Paco de Algeciras, que lo será de Lucía. Anécdota al margen, Juan Carmona forma ese año con Fosforito una briosa pareja artística. Marchan a América, rumbo a la Feria Mundial de Nueva York. Después se internan en el far west, América de cosa a costa, junto a la bailaora Manuela Vargas. Edward Kennedy les invita a tejeringos en su finca. Pero la gira no es ningún churro. Al contrario, una experiencia inolvidable. En uno de aquellos viajes por el mundo llega una carta adjuntando foto a la atención de Juan. Es su compadre Antonio, Fosforito, quien la abre y le anuncia: '¡Juan has tenido un mono!'. Se llamará Antonio, como el padrino, y será, en efecto, monísimo, romperá corazones y moldes.


De vuelta a España, Fosforito  y Juan Habichuela se convierten, en los últimos sesenta y setenta, en uno de los reclamos de todo festival flamenco de alcurnia. En adelante, por sí solo, el nombre de Habichuela pasará a genérico de acompañante ideal, de tocaor de ley, de maestro. Todos quieren cantar con él: Juan Valderrama, Mairena, La Fernanda, Camarón, Morente, Chano Lobato, Rancapino, Menese, Carmen Linares, Pansequito...
Los tiempos cambian, pero Juan se natiene. Las nuevas generaciones, Ketama, le lanzan un SOS y el patriarca Habichuela secunda a los muchachos. ¿Cómo es posible sonar tan antiguo y tan nuevo a la vez? Cosa de sabios.
Para ratificarlo una nueva joyita. Un álbum repleto de arte de ayer y de hoy con base común: el arte perenne del maestro Juan Habichuela. Por siempre.

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