(Segunda y última parte del texto escrito por José Manuel Gamboa para el recopilatorio de los primeros discos de Enrique Morente, ... Y al volver la vista atrás, recientemente editado. Más datos, en la 1ª parte. Espero que lo disfruten tanto como nosotros).
Morente, ¡A
grabar!; nosotros, ¡A escuchar! (2)
En la Cervecería
Alemana, de la madrileña Plaza de Santa Ana, tres colegiales, ya mayorcitos,
vamos, de colegio mayor, del San Juan Evangelista, Andrés Raya, José Luis Ortiz
Nuevo y Francisco Gutiérrez Carbajo, le mostraron un librito prohibido a
Morente, quien descubre el contenido: “Era de Miguel Hernández y enseguida me
di cuenta de que esos textos podían cantarse por flamenco”. La fuerza poética
de aquel bardo maldito inspiró su tercer álbum: “ENRIQUE MORENTE. HOMENAJE
FLAMENCO A MIGUEL HERNÁNDEZ” (Clave 18-1251 S, 1971).
Aún cuando
Morente no se movía un ápice de los cánones tradicionales, por su inclinación
chaconiana en pleno mairenismo –que se impuso defenestrar a quien fuera
nominado “Papa del flamenco”- había muchos que le tenían ojeriza, ¡qué no sería
después! Imaginen la trifulca contra este hombre de buena voluntad, que se puso
a cantar a Miguel Hernández, nada más y nada menos. Fue un flamenco el primero
en devolverle la vida pública a aquellos versos de rojo pasional. Cuando
apareció el disco, hubo quien se dio a buscar la identidad del tal cantaor
Hernández…
Con su
guitarrista de cabecera, Manuel Fernández Molina, Parrilla de Jerez (Jerez,
21/IX/1945-6/VI/2009), y el que a diario le acompañaba en el tablao Zambra,
Pedro del Valle Castro, Perico el del Lunar (Madrid, 13/III/1940), se registró
el álbum en los estudios Hispavox la temporada 1969/70. La
censura franquista lo tuvo en dique seco hasta fines de 1971.
Tras sellarlo
con un “Denegado”, en segunda instancia acordó aprobarlo pero sin el tema Aceituneros,
con el toque de Perico, versión morentiana de Andaluces de Jaén sobre el
cante por peteneras que practicaba Rafael Romero, que hemos recuperado en el
cedé de rarezas. En México, donde Hispavox tenía
su filial Gamma, se editó el LP antes y completo –salvo las soleares, por
exceso de duración.
Se conjugan en
esta entrega las influencias de sus maestros en Zambra, de forma general Juan
Varea –Dios te va a mandar un castigo, bulerías por soleá-, sumándose a
la inspiración Rafael Romero –El niño yuntero, malagueñas de La Trini
con fandango del Albaicín-, sin olvidarnos de Bernardo el de los Lobitos, cuyo
eco está presente en las dulces granaínas -Un veneno ‘pa’ que yo muera-
y el momento sublime, con las Nanas de la cebolla. Muestran una
inequívoca procedencia Morente, tanto por el repertorio lírico como por las
cadencias musicales, los tientos, El carro de mi fortuna, y las
soleares, Con la raíz del querer, con ecos alcalareños de Joaquín el de la
Paula intercalados por el estilo trianero que se atribuye sin mayor certeza a
Pinea el Zapatero.
Pero lo esencial
fue la propuesta lírica/cantaora-creadora que hizo Morente. Sentado sobre
los muertos fue la composición morentera inicial que planteó el disco,
basada en primitivos romances sanluqueño-portuenses, algunos con dejos de
petenera. Pero era tan de la casa que en su tiempo de nacimiento, 1969, no
sabía Morente cómo tildarla, ni qué acompañamiento guitarrístico colocarle
–finalmente se lo puso Parrilla. A esas alturas, no crean, Morente ya manejaba
en secreto un curioso repertorio propio, caso insólito desde hacía décadas,
que, sin embargo, ocultaba por temor a represalias… Cuando ejecutaba su
singular seguiriya –Voces doy al viento- Rafael Romero siempre le
preguntaba por la procedencia, y Enrique se lo atribuía a “un gitano viejo de
Sanlúcar”…
Demostración
sonora de lo antedicho queda de manifiesto en el disco de inéditos con la
seguiriya Este pan moreno, cuyo segundo cante es precisamente la versión
primera de Voces doy al viento. Se registró en 1971, junto a las
alegrías Me tiene de tal manera, con el toque de Parrilla de Jerez, pero
nunca hasta hoy se publicaron estas obras. Tras impresionarlas, el gran
director de teatro y discípulo de Buñuel, Juan Ibáñez (1938-2000), quien acabó
firmando la contra del disco español dedicado a Hernández, le propuso a Enrique
una temporadita en México.
Allá se fue el 6 de septiembre de 1971, con Parrilla
de Jerez y su hermana la bailaora Ana Parrilla. En principio era por tres meses
y medio, pero Morente se hizo un máster de okupa azteca: “Iba pa un mes
y me quedé un año”. Los Parrilla volvieron y Morente desde allá reclamó acá a
un jovencito guitarrista madrileño de casta flamenca y sobradas facultades que
había conocido en Zambra, José Manuel Ortega Heredia, Manzanita (Madrid, 7/II/1956-Alhaurín
de la Torre, Málaga, 6/XII/2004). Con la perspectiva atlántica, Morente vio el
cielo abierto: “Cuando me preguntan dónde aprendí a cantar, tengo que decir: en
México. Yo me encontré a mí mismo en México. México significó la libertad.
Empecé a liberarme de una serie de miedos, de advertencias... Fue en México con
Manzanita cuando, él y yo, juntos, empezamos a inventar ritmos, a tocar y a
cantar de otra forma. Era una cosa natural. Nos salía así, no es que quisiéramos
descubrir América, pero, ¡por desgracia!, descubrimos cosicas…”.

Aquel viaje
iniciático revelará a Morente que su barco era a la vez un portaaviones con despegues
discrecionales hacia territorios ajenos a dogmas y confusiones, donde habitan oídos
libres. Juntos, al regreso, Morente y Manzanita se integrarán en El Café de
Chinitas antes de plasmar parte de la querencia exploradora en un disco de
significativo título, “ENRIQUE MORENTE. SE HACE CAMINO AL ANDAR” (Clave
18-1342-S), que vino con la primavera de 1975.
Se grabó en
varias sesiones dispuestas tras las actuaciones en el tablao –se nota el “dejo
tablao”-, sin el más mínimo descanso aconsejable para recuperar fuerzas, y ahí
está medio cuadro del local, Manzanita y Los Chorbos, Tony Maya… y Luis
Habichuela, quien pronto le presentará a Enrique a su hermano Pepe…
Morente en
México había perdido el miedo a la libertad, al qué dirán patrio-flamenco, y no
se arredró a la hora de refrescar a lo festero su repertorio o bautizar las
creaciones que presentaba a su nombre. Aquí aparecen los primeros cantes con
denominación de origen desde los tiempos de la II República. Muestra sus
propios tangos –A la hora de la muerte-, que causan gran impacto, sus
tientos -Yo seré como la mimbre-, al fin su seguiriya, Voces doy al
viento, repleta de semitonos mineros como sus fandangos -Contando los
eslabones. Estos últimos, por cierto, con Paco de Lucía los registró
Camarón de la Isla antes que Morente «Ni que me manden a mí»-, aunque el padre
del guitarrista y productor ocultó la procedencia. En cualquier caso, Camarón
fue a disculparse ante un Morente que antes que molesto estaba feliz por
escucharle a José su cante. Había química entre ambos.
Acerca del
repertorio tradicional morentizado hemos de referir los fandangos del Albaicín,
Granada, calle de Elvira, la versión ligera de aquellos inaugurales de
Frasquito Hierbabuena, o las gaditanas alegrías Sale el sol.
Interpreta a
modo de tarantos la levantica, en Minerico barrenero; lo hizo primero
para una coreografía de Mario Maya y Carmen Mora, después secundando a Loli
Flores y Manuela Vargas, e impuso moda entre la profesión que tomó la costumbre
de hacer estas músicas en aire binario bailable: Camarón, Rancapino, Juanito
Villar, José Mercé, etcétera. Completando el apartado minero aporta Trabajar
y madrugar, cantes de tarantas-mineras que Chacón reformó partiendo del
repertorio almeriense y unionense. Entregado afronta Enrique con cadencias
propias las soleares Lloré más que Jeremías, que hunden sus raíces
primero en aires de Alcalá y segundo de Triana –por Mairena atribuidos a La
Andonda-, para rematar, a la antigua forma, con una bulería por soleá.
Al ver al hereje
levantarse y hacer camino al andar, la santa flamencología puso el grito en el
santo cielo.
Hubo excepciones.
Un valiente que escudó el determinante paso de Morente, fue Fernando Quiñones.
Desde las páginas de ABC (19/IV/1975) alabó su gesto, apoyando la urgente
necesidad de caminar por sendas diferentes recuperando cada cual su propia voz.
Con la obligada cautela Quiñones piropeó el trabajo y las creaciones personales
del cantaor, eso sí, «peropeando», poniéndole peros, negándoles valor a
los tangos que él vio como «rumbitas de Peret». Nadie es perfecto.
Unas “rumbitas”
de genuino sabor tanguero sacromontano y rítmica de Caño Roto que concluían con
un guiño a Federico, el recuerdo a “Doña Rosita la soltera”: Abierta estaba
la rosa… Este mismo año 75 aparecieron de inmediato dos versiones
alternativas, con letras adaptadas a la música de Morente. Una del cantaor
trianero Curro Fernández, “No reniego de mi raza” (Moviplay/Gong, 1975), y otra
en son de gipsy rock a cargo del grupo folkflamenco almeriense Cal y
Canto, “Cada verso un camino” (Polydor 23 85 102, 1975). Con “Se hace camino al
andar” se iniciaba también el concepto de “se hace camino al copiar”, que
cuajará de giros morentianos el flamenco presente. Muchos de los hallazgos del
momento han pasado de manera casi anónima al acervo flamenco. Las entonaciones
atarantadas de Morente, su concepción de los tangos –más jaleos y bulerías por
venir-, las nuevas variantes de viejos géneros, la dimensión catedralicia de la
tonalidad..., son los primeros eslabones de una cadena que se prolongó en
múltiples direcciones.
A propósito,
escuchemos las palabras que en 1993 nos dejó Manzanita:“Con Enrique
Morente hice Se hace camino al andar. La verdad es que Enrique siempre
ha sido un hombre muy innovador, muy inquieto. Él me ha enseñado mucho. Yo creo
que la mayor parte de lo que soy yo me lo ha enseñado él. Me enseñó lo que era
la poesía. El disco que hicimos... Yo creo que de ahí, de ahí empezamos a
partir mucha gente. Todavía hoy escuchas ese disco y está actualizado, parece
que está hecho ayer. Yo estoy muy contento de ese trabajo y me imagino que él
también. Nos queremos muchísimo. Fue una experiencia irrepetible. Muchas veces
hemos pensado en hacer otro trabajo juntos, pero las circunstancias lo han
impedido”.
Nada es eterno y
ya no podrá ser. Pero, al menos, gracias a las gestiones de Javier Bilbao, se
han rescatado de los archivos Hispavox descartes del álbum de marras, que hoy
adquieren particular valor, con Morente y Manzanita mano a mano. De los famosos
tangos A la hora de la muerte hemos logrado recomponer dos piezas alternativas,
una, magnífica, donde únicamente escuchamos la voz en directo de Morente, y una
segunda en la que se dobla haciendo un dueto como los que a inicios de los años
60 practicaban La Perla de Cádiz y María Vargas, cantando al unísono por
alegrías; aquí lo hace Enrique por tangos y está que se sale. Y por otra parte ha
surgido una joyita, muy significativa en la biografía de Morente. Nos referimos
a los fandangos de don José Cepero, Pa ese coche funeral, que el
granadino puso en actualidad. Les refrescamos el episodio. Coincidieron el tremendo
Proceso 2001 y el atentado al presidente del Gobierno almirante Carrero Blanco.
Aquel día señalado, 20 de diciembre de 1973, Enrique Morente anunciaba un
recital en el Colegio Mayor San Juan Evangelista. Y cantó, pero poco. Tan sólo
el añejo fandango: Pa ese coche funeral / yo no me quiero quitar el
sombrero, / pa ese coche funeral, / que la persona que va dentro / me ha hecho
a mí de pasar / los más terribles tormentos.
De seguido…, el
acabose. Del escenario se llevó la policía a Morente, suspendiendo el recital,
y al local se le sancionó con una multa de 100.000 pesetas…, que a cuatro años
vista la Ley de Amnistía mandó a la papelera.
Con todo, lo más
rupturista de Morente este rupturista año de 1975, será su colaboración en el
primer disco en solitario del rockero sevillano Gualberto, “A la vida y al
dolor” (GONG/Movieplay S-32.645), que sacaría el inefable Gonzalo Garciapelayo.
Por aquello de los contratos en exclusiva, Morente aparece simplemente como
Enrique, pero es tan inconfundible como Bob Dylan, no pasa desapercibido! Lo
escuchamos en el disco de extras: La pincelada en Canción del arco iris
(Rainbow song), el quejío lacerante entre sitares y sonantas en aire de
bulerías por soleá de Terraplén, y el cante “semitonado” de Prisioneros
–compartido con “cante” anglosajón- sobre una base rockera eléctrica y
ecléctica. Allí los pelos largos jóvenes, aquí los flamencólicos con los pelos
de punta. “¡En qué tribunal se ha visto / ni en qué sala ni en qué audiencia /
al reo darle por libre / y al libre darle sentencia!”, canta Enrique antes de
ir, casi, preso de tanto alarde de libertad. En su favor conste que este último
cante por carceleras se lo transmitió Aurelio Sellés, del original martinete
del gaditano Juan Cantoral –para Silverio el mejor de la especialidad-. Ya lo
decía el maestro: “Solo retrocediendo podemos coger carrerilla para saltar al
mañana”.

Consumando esta primera etapa profesional, Enrique Morente plasma una
obra antológica, “HOMENAJE A DON ANTONIO CHACÓN. ENRIQUE MORENTE / PEPE
HABICHUELA” (Clave 18.1380 S, 1977), culminación de esos tres lustros
volcados en el desagravio a quien fuera indiscutido number one del
género, calumniado por los flamencólicos –término aportado a nuestro bagaje
léxico por Morente. Para la recuperación de la figura y el arte de don Antonio
Chacón encontró Morente el aliado crucial en su amigo –y productor- José Blas
Vega, quien, por su parte, entregará a la bibliografía flamenca un ensayo
absolutamente esencial: “Vida y cante de don Antonio Chacón” (Ayuntamiento de Córdoba.
Concejalía de Cultura, 1986). De momento unen voluntades en la confección de un
doble álbum que recupere todos los cantes posibles de aquel genio jerezano.
Antonio Chacón era el no va más a defender, recuperar y divulgar.
Mientras Blas
Vega profundiza en el apartado histórico, Morente refresca su legado artístico
para devolverlo a la vida en plenitud, un legado que fue recomponiendo con
ayuda de los viejos sabios que en el planeta flamenco fue encontrando: Pepe el
de la Matrona, Manolo el de Huelva, Aurelio Sellés, Bernardo el de los Lobitos,
Jacinto Almadén, Rafael Pareja, Tío Parrilla, Pericón de Cádiz, Manuel Pavón,
Juan Varea, Manolo Caracol, Antonio Grau y tantos otros. Nada hay aquí de
improvisación, sí de investigación y mucho trabajo para actualizar el legado de
Chacón. En este sentido hay que abrir párrafo aparte para recibir a ese
guitarrista con el que concibió, tono a tono, acorde tras acorde, la colosal
obra. Señoras, señores, con ustedes, José Antonio Carmona Carmona, ¡Pepe
Habichuela!
- Hola, qué tal.
- Pues mira,
hablando de ti estaba. Que eso, qué cómo conociste a Morente y tal y tal.
- Pues fue en
1973 o 74. Yo trabajaba en Las Brujas con Manolo Sanlúcar, y Enrique, que
entonces hacía pareja artística con él, vino al tablao y nos conocimos ¡Ah!,
antes, lo escuché en Zambra y mi hermano Luis me lo presentó y me hablaba muy
bien del paisano, de que cantaba fuera de serie… Pero esa noche nos fuimos
desde Las Brujas a tomar una copa a la venta El Palomar, y hubo ahí un
encuentro bonito de la guitarra y la voz. Así empezamos…, pronto vinieron las
actuaciones en las universidades, y luego los discos, que grabamos en 1977
hasta tres, el doble de Chacón y “Despegando”. Me preguntó -“¿Te apetece que
grabemos?” - “Ya estás tardando”, le dije. Me iba todas las tardes a ensayar en
su casa, en Álvarez Abellán, en Carabanchel, Su madre, que en gloria esté, nos
daba de merendar mientras nosotros andábamos preparando el disco, y echábamos
la tarde fenómeno. Se nos pasaba el tiempo volao, porque estábamos
haciendo algo que nos gustaba a los dos. Lo trabajamos mucho, y ese trabajo se
nota nada más que empiezas a escuchar los discos; se nota que hubo ensayos y
complicidad.
- Pero sé que a
la hora de grabar alguna de las piezas llegaste al estudio algo perjudicado…
- ¡Cómo lo
sabes! Tenía er deo con fiebre, me había pillado el pulgar con la puerta
del coche y estaba sin uña. Pero Enrique, como era así, me animó a intentarlo
–“A ti, como te suena la guitarra, no te hace falta ni uña ni na…”-.
Bueno, ahí ha quedado, y, la verdad, no ha quedado mal.
Pepe Habichuela
(Granada, 23/X/1944) se hace cargo de todas las guitarras que suenan, pues a
veces hace recordings e interpreta dos a la vez, y, por si fuera poco, en el
mirabrás utiliza el instrumento como elemento de percusión. Del resto de las
percusiones, jaleos y palmas se encargaron Cancanilla -quien también baila-, Guadiana
y Chocolate de Madrid. Con tal apoyo Enrique y Pepe, su mano derecha por muchos
años –con fiebre y sin fiebre-, concibieron un trabajo que es un auténtico
monumento en torno al legado pontificio de Chacón, poniendo al día el complejo
mundo de las esencias y las herencias chaconianas, creadas en los albores del
pasado siglo y caídas en desgracia con la posguerra, porque llegaron los
doctores de la Iglesia Jonda dispuestos a pasarse de listos y quedarse cortos
de oído. Morente se eleva por las escalas tonales en un paroxismo vertiginoso
mientras Pepe armoniza en la guitarra todas y cada una de sus cadencias, sin
acudir a los lugares comunes, buscando soluciones de futuro. Es por ello que
insistirá Morente en que ambos aparezcan en portada y sean anunciados con letras
de igual tamaño. El cantaor, tan poco dado a vanagloriarse, sí a restarse
méritos, fuera de norma declaró sobre esta obra cuando hubo lugar: “El disco
que hice con Pepe Habichuela, Homenaje a don Antonio Chacón, me parece
que es un trabajo serio, que tiene una calidad…”.
El doble álbum
de lujo, presentado por José Blas Vega, llevaba en portada un retrato de los
protagonistas realizado por Mario Pacheco, quien sitúa a cantaor y guitarrista
ante un velador del colmao madrileño Los Gabrieles (C/. Echegaray, 17) con dos
catavinos de buen fino, rodeados de azulejos publicitarios de la época.
Chacón impartía
cátedra allí mismo, a la vera de la plaza de Santa Ana. En la imagen, Pepe
Habichuela está tocando en la guitarra sobre el inspirador acorde de taranta,
que tanto aportó al cante de Chacón y a Morente para su revolución flamenca.
Por una vez lo
bien hecho bien resulta, e Hispavox presenta el trabajo oportunamente, siendo
condecorado el álbum en 1978 con el Premio Nacional de Música Popular del
Ministerio de Cultura… Hubimos de aguardar a que en 1995 dicho ministerio
concediese a Enrique Morente el Premio Nacional de Música -distinción hasta la
fecha vetada para un flamenco-, para que Hispavox, y aún tardó un año, se
replantease digitalizar su obra y reeditar completo por vez primera tan
significativo álbum. Le tendremos que echar la boca.
El que aquí se
presenta es un Chacón tan fidedigno como actualizado. Apartándonos del método
empleado hasta este punto, no vamos a entrar a pormenorizar ningún cante. Como
tal antología ya está suficientemente sistematizado el contenido, pero
adviertan ustedes mismos y asómbrense de la dimensión tonal de cada pieza.
Con un legado
así, sí que se puede y da gusto hacer camino al andar…